El pueblo palestino ha sido objeto de una larga y compleja colonización no sólo territorial y militar, sino también económica y simbólica. Esta condición vuelve extremadamente frágil cualquier proyección hacia la constitución de un Estado palestino autónomo. Perpetúa la vigencia de marcos coloniales divergentes que impiden posibilidades reales de reparación y de estructuración política viable. Su representación se ha visto tensionada y desplazada entre diversos agentes y narrativas.

Me propongo hoy poner en evidencia la dimensión simbólica y lingüística que obstaculiza la posibilidad misma de una descolonización, si este término aún puede conservar un sentido actual y no meramente cronológico. Descolonizar no implica sólo la retirada formal de las fuerzas colonizadoras, sino la recuperación integral de la capacidad de narrar lo propio.

Gayatri Spivak, filósofa nacida en Calcuta y una de las voces más críticas del pensamiento de la decolonización, advirtió en su ensayo ¿Pueden hablar los subalternos? que toda representación comporta una violencia estructural más intrincada aún que la visible, en la medida en que reproduce e incluso profundiza los mecanismos de dominación que pretende desmontar. La colonización, por tanto, no concluye con la restitución de un territorio, sino cuando la economía, la representación y el lenguaje dejan de estar mediados, tutelados o traducidos por el otro. Desde este horizonte, una descolonización duradera sólo puede construirse sobre el derecho a la enunciación: el derecho a decir y a hacerse oír en los propios términos.

Decolonizar no es únicamente reconocer el derecho a existir o a administrar un territorio. También es el derecho a crear, lentamente, las condiciones para que un pueblo hable por sí mismo. Implica producir un marco de interpretación propio, un lenguaje político interno y una gramática del duelo y de la liberación. Mientras el discurso palestino continúe dependiendo de canales, categorías y estéticas ajenas que lo traducen y representan, la colonización persistirá como una herida epistémica que se replica incluso después de la desocupación territorial.

La descolonización del saber es tan urgente como la descolonización del suelo. La lucha por desmantelar la estructura no se juega sólo en el espacio físico, sino también en el orden simbólico del lenguaje. Por eso, la tarea no consiste en multiplicar discursos sobre Palestina desde la exterioridad, sino en habilitar condiciones institucionales, pedagógicas y sanitarias que permitan la emergencia de múltiples voces palestinas: víctimas, madres, testigos, médicos, investigadores y pensadores que hablen desde Palestina y no sobre ella.

En ese sentido, Judith Butler recuerda que la soberanía del decir implica una disputa por los marcos del lenguaje. Sólo quien puede narrar su propio sufrimiento y sus propias necesidades puede inscribirse verdaderamente en la historia de una libertad. En Frames of War, Butler insiste en la necesidad de desmontar el régimen que decide qué cuerpos merecen duelo y cuáles quedan fuera de toda lamentación pública.

Decolonizar no implica sólo la retirada formal de las fuerzas colonizadoras, sino la recuperación integral de la capacidad de narrar lo propio.

Edward Said, quien encarnó esa posibilidad, criticó además las formas superficiales de adhesión a una causa. Señaló que la independencia política no basta sin una independencia cultural y hermenéutica, porque hablar en nombre propio es un acto de soberanía tan profundo como recuperar la tierra. Una auténtica poscolonización exige una materialización de emergencia lenta: la construcción paciente de instituciones de pensamiento, de espacios de escritura y de traducción reversa donde pueda desplegarse el decir de un pueblo. Y advirtió que el gesto colonial persiste bajo nuevos nombres: humanitarismo, paz, resiliencia. Incluso la compasión puede devenir una forma de dominación si no revisa los marcos desde los cuales se mira.

Spivak alerta sobre estrategias teóricas que, aun pretendiendo descentrar al sujeto hegemónico, reproducen su posición de dominio mediante la representación. La causa palestina, muchas veces, también es víctima de quienes la defienden con adhesiones estéticas vacuas e instrumentales: frases reproducidas, imágenes consumibles, empatías inmediatas que se agotan en el circuito global de una sensibilidad sin acción. En este régimen de visibilidad, la solidaridad y el sufrimiento se convierten en un espectáculo occidental.

Urge, entonces, desplazar la representación hacia una política que genere condiciones para que surjan más actores palestinos capaces de hablar desde sus propias necesidades. Es necesario resguardar incluso de ciertos gestos solidarios que, al competir por protagonismo, obstaculizan la creación de espacios de emergencia y autorrepresentación. La tragedia se exhibe continuamente, pero rara vez se escucha. Lo político se disuelve en un reflejo afectivo que no interroga las condiciones mismas del decir, reproduciendo una violencia epistémica: la apropiación del discurso del otro bajo la forma de una empatía colonial que no restituye la voz palestina, sino que la reemplaza por la comodidad de una conciencia que se siente justa por mirar. La gran denuncia a estas prácticas es que, al protagonizar la voz de la catástrofe, lejos de promover la descolonización, la reproducen. Se infantiliza a la población e impide una autonomía con implicación material.

El problema no es sólo que el subalterno no hable, sino que su habla resulta insuficiente, traducida y desreconocida dentro de los marcos que definen lo inteligible, señala Spivak. Así, una causa puede volverse visible sin volverse realmente audible.

Reflexionar sobre los modos de ofrecer la representación es vital, porque con frecuencia estos intentos creen poder prescindir de la voz misma de quien está siendo oprimido. No se trata de sustituir lo inaudible por una voz más legítima, sino de acompañar un proceso de restitución epistémica que permita que el pueblo palestino no sólo sobreviva, sino que se vuelva revisor de su propio relato político y genere posibilidades contestatarias a largo plazo. Esto implica fortalecer instituciones culturales, políticas y educativas palestinas, no sólo celebrar su resistencia virtual. La independencia posterior a la desmilitarización no sería un ideal abstracto, sino un trabajo en el que los palestinos puedan, lenta y progresivamente, disputar el campo simbólico y político desde una autonomía propia.

Megan Sara Zeinal Werba es doctora en Filosofía, profesora adjunta de la Universidad Católica del Uruguay.