En los últimos meses en la escena universitaria, a raíz de las discusiones sobre el presupuesto nacional, se desataron un conjunto de formas de hacer política marcadas por la polarización exacerbada, el escrache en redes sociales y la tergiversación. Estas formas no surgen por generación espontánea ni son nuevas en el debate universitario; se han naturalizado como formas de confrontación pública en redes sociales que se han incorporado progresivamente a las prácticas de política universitaria sin una discusión sobre sus alcances y consecuencias. En estos tiempos han adquirido otra magnitud y se consolidan como formas incuestionadas de hacer política: volver atrás puede ser difícil. Hacer política universitaria se ha caracterizado muchas veces por la confrontación –a veces muy dura– de ideas y formas de ver el mundo. Pero hasta tiempos recientes no implicaba la anulación, previa a todo intercambio, de la interlocución con lo que se eligiera como antagonista; persona, colectivo, conjunto de ideas.

La antropóloga feminista Rita Segato en una entrevista para la revista de la Vicerrectoría de Extensión de la Universidad de Chile planteaba la necesidad de revisar las prácticas de “linchamiento moral”. La búsqueda detrás de este instrumento no es enunciar un problema, provocar un debate ni alcanzar un acuerdo; es –lisa y llanamente– anular a ese antagonista de un modo espontáneo, mecánico y “obedecido inmediatamente”. Opera como una “guillotina moral”. Esta perspectiva, que Segato utiliza para abordar las estrategias feministas en torno a las violencias hacia las mujeres, pero que puede aplicar a otras manifestaciones de violencia política, distingue esta clase de linchamiento –exacerbado en las últimas décadas por las redes sociales– del “escrache” históricamente utilizado por movimientos sociales como Madres de Plaza de Mayo, cuyo fin ha sido denunciar una situación injusta frente a la ausencia de respuestas institucionales. Es preciso revisar las estrategias y analizar a qué objetivos responden, para intentar no cometer errores que puedan acarrear costos altos, incluso para las causas que se pretende promover.

No es raro que la universidad adquiera formas de discusión social a imagen de lo que ocurre en otros ámbitos. No hace falta recapitular que en los últimos tiempos –aunque a las uruguayas y los uruguayos nos cueste reconocerlo y creamos que tenemos formas más racionales o moderadas de resolver conflictos– en general asistimos a un mundo marcado por la polarización, por los escraches, por la cultura de la cancelación, que no hacen otra cosa que obturar debates y promover discursos que terminan en el odio y el aislamiento. Generan, asimismo, burbujas de discusión entre personas que piensan de forma muy similar o idéntica, que a su vez se enquistan y anulan cualquier posibilidad de cambio, dada su aversión a la confrontación de ideas. Lo que preocupa, especialmente, es que a raíz de estos mecanismos se privilegian voces o ideas que empobrecen las formas políticas y comunicacionales con las que construimos cotidianamente la universidad.

Tampoco es nuevo que en la Universidad de la República (Udelar) sus gremios habiliten estas modalidades de no-discusión. A modo de ejemplo, hace algunos años la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) vio entorpecido su funcionamiento por sectores que promulgaban las mismas lógicas: o todo queda como está, o se inhabilita el debate dejando sin cuórum los espacios colectivos de discusión. En aquel momento molestaban el clima fermental de discusión, las ideas de transformación de la universidad. La dinámica conjunta e intergeneracional permitió que se pudiera seguir funcionando. Algunos años después, se procesaron elecciones de rector en un clima violento; un rector electo no pudo dirigirse a la asamblea universitaria que lo eligió por el accionar de un grupo minoritario. Hoy, desde otros lugares, necesitamos que prime nuevamente la discusión universitaria cabal y profunda, que reconozca y valorice lo que nos hace diferentes para construir un futuro común.

La descalificación personal y la anulación del debate de ideas no deben pertenecer nunca al ámbito universitario. Aquí se expone y se escucha, se convence, se concede la razón, se analizan alternativas, se construye nuevo conocimiento mediante el diálogo de perspectivas y posiciones.

Lo que queremos enfatizar es que en el debate universitario estamos presenciando la proliferación de mecanismos de imposición de posturas por derrame de lo que ocurre en otros ámbitos. El asunto es que, mientras que otros sectores político-educativos tienen tradición de desafiliar, de excluir, de declarar persona non grata o de expulsar porque se sabe o a veces tan sólo se presume que piensa distinto o tiene otro nivel moral, otras/os seguimos proponiendo(nos) elaborar otras formas de hacer y pensar la universidad. Apostamos a una universidad dialógica y democrática, que no le pertenece a ninguna facción política particular, y se erige y debe erigir entre todas y todos en tanto institución pública que construye conocimiento para la sociedad y el país.

Las universidades siguen siendo instituciones necesarias. En Uruguay la Udelar ha sido históricamente la responsable de gran parte de la formación de profesionales y de generación de conocimiento en el país. Pero no son instituciones que tengan su permanencia o supervivencia asegurada a cualquier costo. Otras instituciones podrían asumir la enseñanza y la investigación. Lo que hace a las universidades es la construcción de la ciudadanía académica, que permite a las personas que pasan por el ámbito universitario adquirir capacidades reflexivas, de discusión, debate y tolerancia a ámbitos y opiniones diversas. Hace también a la institución universitaria el rol público y el debate de ideas. En nuestro país, además, hay una responsabilidad legal y normativa para cumplirlo. Como decía Hannah Arendt con relación a la esfera pública y lo común: “La realidad de la esfera pública radica en la simultánea presencia de innumerables perspectivas y aspectos en los que se presenta el mundo común... Ser visto y oído por otros deriva su significado del hecho de que todos ven y oyen desde una posición diferente. Este es el significado de la vida pública”.

El 18 de noviembre estaba previsto, en la Facultad de Información y Comunicación, la realización del conversatorio “Hacia una estrategia de desarrollo nacional”, con Rodrigo Arim (director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto), Marcelo Abdala (presidente del PIT-CNT), Leonardo Loureiro (presidente de la Confederación de Cámaras Empresariales) y Judith Sutz (académica, honoris causa de la Udelar) como panelistas.

La lógica del linchamiento y la cancelación obligó a cancelar este conversatorio. Este hecho, que no es aislado, no sólo empobrece la calidad del debate universitario, sino que nos hace transitar por caminos peligrosos. La descalificación personal y la anulación del debate de ideas no deben pertenecer nunca al ámbito universitario. Aquí se expone y se escucha, se convence, se concede la razón, se analizan alternativas, se construye nuevo conocimiento mediante el diálogo de perspectivas y posiciones. Lo demás es autoritarismo y oscurantismo.

Los autores son docentes de la Udelar: Carolina Cabrera del Prorrectorado de Enseñanza, Santiago Alzugaray de la Unidad Académica de la Comisión Sectorial de Investigación Científica, Nicolás Frevenza y Mijail Yapor de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración, Verónica Pérez Manukian de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y Florencia Bentancor de la Facultad de Ciencias Sociales.