El jueves de esta semana, un “encuentro de presidentes” que organizó el Partido Colorado en su sede central para celebrar 40 años de democracia desde 1984 contó con la participación del actual mandatario, Yamandú Orsi, y de sus antecesores vivos: Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle Herrera, José Mujica y –mediante un mensaje enviado desde el exterior– Luis Lacalle Pou. En el contexto de Uruguay, el hecho no llamó mucho la atención; en el internacional, fue inusual y destacable.
En 2015, la transmisión de mando en Argentina se realizó sin que Cristina Fernández le entregara a Mauricio Macri los símbolos de la autoridad presidencial. En 2023, Jair Bolsonaro se ausentó de Brasil para no estar en la asunción de Luiz Inácio Lula da Silva y azuzó a sus seguidores con cuestionamientos de las elecciones en las que fue vencido. Además, esta semana el Supremo Tribunal Federal decidió que sea juzgado por su participación en planes para un golpe de Estado contra el gobierno de Lula.
En Venezuela, las relaciones entre el régimen presidido por Nicolás Maduro y sus opositores transcurren desde hace años en el terreno de la deslegitimación mutua y la violencia. En Bolivia, el presidente Luis Arce y el expresidente Evo Morales, provenientes del mismo partido, libran desde fines de 2020 una batalla sin piedad, con cruces de acusaciones sumamente graves. La lista podría seguir por varios párrafos.
En este contexto, la aceptación pacífica de la convivencia y la alternancia en el sistema partidario uruguayo se ha vuelto un hecho llamativo. No se trata, por cierto, de que nuestro país esté exento de intolerancia y agresividad política, descalificaciones y difamaciones. Las hay, en los partidos mayores y en varios de los menores, pero se mantiene el respeto por reglas de juego democráticas básicas. No es poca cosa en el mundo actual.
Entre los expresidentes hay importantes diferencias ideológicas, y llegan a este tipo de intercambios con intenciones políticas distintas. Esto es sin duda legítimo y forma parte de la convivencia democrática. Las prioridades de Sanguinetti parecen ser darle arraigo a su relato sobre la salida de la dictadura y reivindicar su propio papel histórico. En Lacalle Herrera se traslucen el descontento con procesos políticos de las últimas décadas y el deseo de profundizar la confrontación ideológica.
Mujica sostiene que es preciso fortificar lo que el sistema partidario tiene en común para evitar situaciones como las de los países vecinos y darles viabilidad a diálogos y acuerdos amplios. No es un secreto que Lacalle Pou se propone ser otra vez candidato en 2029, y el comienzo de su mensaje fue un autoelogio al gobierno que presidió hasta hace un mes. Cada cual hace su juego.
Cabe discutir cuánto aporta cada una de las intervenciones en intercambios de este tipo, que les molestan a muchas personas por lo que representan uno o más de los participantes. De todos modos, el solo hecho de que puedan realizarse y se realicen en Uruguay es valioso: muestra un común denominador que no hemos perdido ni deberíamos perder.