Al parecer, Trump quiere introducir un giro radical para enfrentar los formidables desequilibrios macroeconómicos de Estados Unidos, fundamentalmente el déficit histórico de la balanza comercial, el déficit fiscal y la enorme deuda pública; apuntar a la reindustrialización del país y fortalecer la disputa por la vanguardia tecnológica, etcétera. Para lograrlo ha pateado todos los tableros. La turbulencia que ha producido puede marear un poco, pero en realidad, ¿puede Trump revertir aspectos centrales del declive norteamericano?
Para responder quizás convenga observar las grandes tendencias o el diseño estructural en el que se enmarca su acción con puntería refundacional y estilo matón.
Porque ¿se puede, a golpe de órdenes ejecutivas, transformar profundamente o anular las cadenas de valor –según el caso–, modificar la geoeconomía de la desigualdad territorial, neutralizar políticamente a los BRICS, recuperar el terreno perdido en algunas tecnologías de punta, igualar el potencial educativo de gran escala de otros estados, etcétera?
La globalización y las cadenas de valor
Desde la década de 1980 la globalización se ha desplegado en forma creciente, el neoliberalismo la ha articulado ideológica y políticamente, y las empresas transnacionales han constituido su motor empresarial efectivo y principal, no obstante lo cual muchos estados han sido protagonistas claves en gran parte de estos procesos. Así se ha construido, desarrollado y madurado (y también transformado) una nueva división internacional del trabajo, de escala planetaria, sustentada en una formidable revolución tecnológica, principalmente digital, que ha posibilitado y se ha apoyado en la construcción de cadenas mundiales y regionales de valor o, en otros términos, en una hiperfragmentación e interconexión de los procesos productivos de bienes y servicios.
La geoeconomía de la desigualdad territorial
En materia de desigualdades conviene atender en forma importante y para el asunto que nos ocupa a las que se dan entre los grandes agregados territoriales. Eso nos permitirá hacer algunas reflexiones sobre la geopolítica y la geoeconomía de la desigualdad.
Una abundante literatura económica y política se ha ocupado de la diferencia entre las tasas de crecimiento relativas de Europa en general, América del Norte, China, Rusia (posterior a los 90 en este caso), o las de India, África y América Latina en las últimas décadas. Los datos son conocidos y de dominio de los economistas. Pero todos sabemos que lo descollante se encuentra en Asia-Pacífico y que la recuperación de Rusia merece ser tenida en cuenta por diversos motivos, fundamentalmente geopolíticos. Y también sabemos dónde está lo más penoso. Por eso, si se comparan algunos extremos, el ejercicio da diferencias extraordinarias: así, desde 2008 Asia-Pacífico ha crecido 177%, y África, sólo 44%.1 Tengamos en cuenta en relación con África que se trata del continente que se convertiría a fines de este siglo, de acuerdo con algunas proyecciones demográficas, en el más poblado. Si incorporamos a América Latina y el Caribe, seguramente los que aquí vivimos no quedamos muy bien parados.
Ahora bien, si tenemos en cuenta en particular a India, que no suele ser objeto de mucha mención en la comunicación social y que tiene un peso demográfico ya superior al de China y a sus aproximadamente 1.400 millones de habitantes, durante muchísimos años ha exhibido una tasa de crecimiento del orden del 6% anual con inicio en los 90 –con algunas excepciones, obviamente–. Jeffrey Sachs liga el inicio del despegue de India al liderazgo, o al menos a la ejecución de política económica, del ministro de Economía en 1991, el doctor Manmohan Singh, cuyas orientaciones permitieron que India se incorporara al grupo de países que implantaron reformas de mercado,2 abandonando el proteccionismo e incorporándose a la globalización. Se podrá compartir o no la explicación, lo indudable es el crecimiento de India. Por otro lado, en las décadas recientes no encontramos nada especialmente brillante en el Norte o en el Occidente desarrollado (Europa y Estados Unidos). Resulta claro que la geoeconomía mundial se ha venido transformando notablemente.
Lo interesante, mirado desde el Sur Global, es que estos crecimientos diferenciales durante varias décadas cambiaron los pesos relativos de los grandes territorios generando tres efectos: la pérdida de peso relativo del Norte Global, el ascenso de gran parte del Sur Global (liderado por China) y el debilitamiento comparativo de las áreas del Sur no incorporadas a esos niveles arrolladores de crecimiento.
La diferenciación en el interior del Sur Global
Este último aspecto ha alimentado la lógica que acentúa la diferenciación en el interior del Sur Global. Es decir, el desarrollo desigual en su interior. Así, en 2023 Ewout Frankema, profesor de Historia Económica y Ambiental en la Universidad de Wageningen, en Países Bajos, publicó un documento removedor en el que sostuvo que el debate sobre la Gran Divergencia ha sido el intercambio más relevante de las últimas décadas, pero, al mismo tiempo, “el renacimiento económico de Asia no sólo puso fin a un proceso de un siglo de crecientes disparidades de ingresos mundiales, sino que también puso en marcha un nuevo proceso de divergencia dentro del Sur global”.3 Frankema ha insistido en que la gran divergencia Norte/Sur, tal como se manifestó en la “línea Brandt” de 1980, ya no es representativa de la realidad, porque el último cuarto del siglo XX se caracterizó por una impresionante convergencia a partir del desarrollo de China y de otros países del sudeste asiático.
Todo eso es conocido. Lo nuevo, de acuerdo con el documento de Frankema, es la divisoria que aparece desde esa época hasta la actualidad: la divergencia Sur/Sur. Si se toma el caso de África resulta que “el problema de la pobreza extrema, que durante mucho tiempo había sido un fenómeno predominantemente asiático, se ha desplazado decididamente hacia el África subsahariana”.4 El impacto de esta divisoria merece ser considerado.
La construcción de la multipolaridad y el ascenso de China
Desde nuestro punto de vista, lo relevante para analizar la actual turbulencia es el crecimiento de las grandes potencias demográficas del Sur Global y su articulación política con otros países en los BRICS (digamos de pasada que Lula da Silva ha sido un notable articulador de esta estrategia), por lo que se entiende que la tesis que sostiene que Trump está procurando revertir la pérdida de peso relativo de Estados Unidos y el declive de Occidente en general es casi obvia.
Si lo está haciendo con astucia o como matón de barrio, si va a obtener algunos resultados en la redefinición de Bretton Woods 80 años después de la Segunda Guerra Mundial o a provocar un desastre –o sea, a acelerar el declive–, si lleva a buen o mal puerto, lo dirá el tiempo. También dirá si refundar drásticamente las cadenas de valor creadas durante décadas por las empresas transnacionales en el marco de la globalización es o no una locura. Pero es claro que los factores estructurales le juegan en contra. Podrá encarar bien o mal los déficits y el endeudamiento, pero el peso relativo de las economías y su vertebración en grandes cadenas mundiales de valor no es cosa pequeña ni de corto plazo.
¿Puede Trump revertir aspectos centrales del declive norteamericano? Para responder quizás convenga observar las grandes tendencias o el diseño estructural en el que se enmarca su acción con puntería refundacional y estilo matón.
De Thomas Friedman a Ray Dalio
Hay asuntos que son importantes no tanto por lo que se dice sino por quién lo dice. Interesa, desde este punto de vista, lo que dicen algunos no economistas que conocen China. Tomemos dos. Un gran periodista y un gran inversor norteamericanos.
Thomas L Friedman, que después de todo no es un periodista desconocido puesto que ha ganado tres premios Pulitzer, titula su reciente nota5 en The New York Times: “Acabo de ver el futuro, y no estaba en Estados Unidos”. Después de manifestar su asombro ante el imponente campus de Huawei construido en tres años, con sus 104 edificios diseñados individualmente, que alberga laboratorios para hasta 35.000 científicos, ingenieros y otros trabajadores, agrega distintos datos ilustrativos: “China empieza haciendo hincapié en la educación CTIM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Cada año, el país produce unos 3,5 millones de licenciados en CTIM, casi igual al número total de graduados de programas de asociado, licenciatura, maestría y doctorado en todas las disciplinas en Estados Unidos”. Y más adelante agrega: “Como informó el año pasado el jefe de la corresponsalía del Times en Pekín, Keith Bradsher: ‘China tiene 39 universidades con programas para formar ingenieros e investigadores para la industria de las tierras raras. Las universidades de Estados Unidos y Europa en general sólo han ofrecido cursos ocasionales’”.
Opiniones de este tipo no son aisladas.
¿Qué dice Ray Dalio6 en su libro de hace muy pocos años y de vasta extensión y documentación examinada por su equipo? Después de todo, el influyente Dalio, uno de los grandes milmillonarios del mundo, codirector de inversiones del mayor fondo de cobertura del mundo, Bridgewater Associates, ha dicho en estos días que la política de Trump puede terminar en una recesión o en algo peor.
Bueno, Felipe González, que tampoco es un desconocido, ha tratado a Trump de “matón de patio de colegio que desprecia a América Latina y Europa”, de imbécil y de mercachifle.7
Lo interesante es que Dalio, en su extensa y autorreferencial publicación, da cuenta de que si bien el nivel de educación promedio en China está considerablemente por debajo del de Estados Unidos, el total de personas que han obtenido una educación de nivel superior en China es muy superior al de Estados Unidos. El número total de graduados en las carreras CTIM es aproximadamente tres veces mayor. El efecto de masa es demoledor, como se podrá suponer. La oferta de graduados en carreras CTIM sería ocho veces superior en China. Todo en una mirada según la cual considera que de los tipos principales de guerras (comerciales/económicas, tecnológicas, geopolíticas, de capitales y militares, a las que agrega las culturales y las guerras contra nosotros mismos) la tecnológica es mucho más seria que la comercial/económica, porque es probable que quien la gane también ganará las militares y todas las restantes formas de enfrentamiento.
La segunda cuestión interesante es que Dalio ha comprendido el choque cultural y su impacto político: a la hora de elegir a sus líderes, la mayoría de los chinos cree que tener dirigentes capaces y sabios es preferible a que la población decida el rumbo del país por estar peor informada, ser susceptible a la demagogia y el clientelismo, etcétera, y que las democracias son propensas a la anarquía.
Claro, a esto llega luego de una incursión por las principales vertientes filosófico-religiosas chinas: el confucianismo, el legalismo y el taoísmo.
La pregunta que surge es cómo aplicar el esquema democracia/autocracia cuando hay una diferencia civilizatoria.
Un desastre no equivale a cambiar el curso de la historia
En conclusión: no dudamos de que se producirá una alteración profunda de las relaciones de poder en el mundo, de tal profundidad como para hablar de un cambio de época. De que el resultado es un nuevo orden, para llamarlo de alguna manera, de que la multipolaridad se impondrá y también el debilitamiento de Occidente, y de que las variables estructurales no son modificables significativamente en el corto plazo. En cierto escenario Trump puede no cosechar un desastre, pero incluso en la versión más exitosa no altera en el corto plazo las determinantes estructurales. Europa, por su parte, tiene la oportunidad de apuntar a América Latina y el Caribe y recíprocamente, en un esquema de ganar/ganar, entre otros redireccionamientos, pero eso implica condiciones políticas que hoy lamentablemente no se advierten.
Por otra parte, los movimientos pendulares pueden estar a la orden del día en el futuro. Hoy las ultraderechas están más o menos eufóricas, pero la historia muestra que los grandes fracasos mueven el péndulo en la dirección opuesta. Algo por el estilo puede suceder en el futuro con los sistemas de control de las personas o de la gobernabilidad por la vía del control: que la vigilancia y el mandato provoquen la reacción de defensa de la privacidad, las libertades, la igualdad y la empatía.
Enrique Rubio fue senador del Frente Amplio y director de la OPP.
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Union Bank of Switzerland (2024). Global Wealth Report 2024: Crafted wealth intelligence. ↩
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Sachs, Jeffrey. (2007). El fin de la pobreza. Buenos Aires: Debate. p. 257. ↩
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Frankema, Ewout (2023). De la Gran Divergencia a la divergencia Sur-Sur. Nuevos horizontes comparativos en la historia económica mundial. Centre for Economic Policy Research. ↩
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Ibíd. ↩
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Friedman, Thomas L. (2025, 3 de abril). “Fui a la de Huawei. Acabo de ver el futuro, y no estaba en Estados Unidos”. The New York Times. ↩
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Dalio, Ray (2022). Principios para enfrentarse al nuevo orden mundial. Deusto. ↩
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González, Felipe (2025, 8 de abril). Madrid: Casa de América. ↩