La renuncia de Cecilia Cairo al Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial (MVOT) desactivó un problema que no afectaba sólo al presidente Yamandú Orsi o al oficialismo frenteamplista, sino al país. Es positivo que se haya resuelto.

La cuestión política más importante no era juzgar la conducta personal de Cairo ni situarla en el contexto de su trayectoria, o evaluar sus ingresos y su capacidad de pago durante más de dos décadas sin regularizar las viviendas que construyó y habita con su familia.

Por otra parte, es muy relevante reflexionar acerca de la ambivalencia uruguaya en relación con las normas, desde el tránsito hasta el pago de deudas, que está presente en todos los sectores de la sociedad, pero este tampoco era el asunto prioritario.

Se lanzó la idea de que el incumplimiento de deberes ciudadanos por parte de Cairo era un error subsanable, pero también una especie de mérito, porque la identificaba como alguien que comparte las dificultades cotidianas de los sectores populares. Una mujer sustancialmente distinta de la gente rica y poderosa, aunque fuera ministra y contara con ingresos muy superiores al promedio. Es una tesis temeraria y merece ser discutida en profundidad, pero el tema central y urgente era otro.

La designación de las personas que integran el Consejo de Ministros es una facultad exclusiva del presidente de la República, al igual que la decisión de destituirlas, salvo en el caso muy infrecuente de una censura aprobada por mayoría especial en la Asamblea General.

En democracia, la libertad de expresión habilita, por supuesto, a que cualquier persona u organización opine sobre lo que debe hacer el presidente, y es bueno que este sepa escuchar porque la autoridad no se fortalece mediante el autoritarismo. Respetar y considerar las opiniones ajenas no es un defecto sino una virtud, que Orsi posee. Sin embargo, esta semana a varios dirigentes del Frente Amplio (FA) les faltó prudencia cuando se apresuraron a opinar públicamente sobre la pertinencia de que Cairo siguiera en el cargo de ministra.

Esto colocó a Orsi en una posición difícil. Hace poco más de un mes y medio que asumió; no había sido antes el líder indiscutido de su fuerza política (como tampoco lo fueron varios otros presidentes de distintos partidos), y tampoco el de su sector, el Movimiento de Participación Popular. Aún no ha tomado resoluciones que lo involucren en grandes polémicas con la oposición o dentro del oficialismo.

Al amparo de lo antedicho, y con escaso cuidado del prestigio institucional, hay quienes se han empeñado en presentar al presidente como una figura débil, controlada tras bambalinas por sectores o dirigentes del FA. Si esta percepción se extendiera, socavaría en forma muy dañina la credibilidad futura del gobierno, e incluso la del sistema democrático.

La permanencia de Cairo en el MVOT habría dado lugar a sospechas insalubres de que a Orsi le marcan la cancha. Lo que él hizo, sin apresuramientos ni alharacas, fue confirmar que Uruguay tiene un presidente.