Todas las encuestas indican que la elección departamental del domingo 11 en Montevideo tendrá como resultado un nuevo triunfo del Frente Amplio (FA), el octavo consecutivo desde 1989. La oposición parece, una vez más, algo desconcertada, y esto probablemente se debe a dificultades para comprender a la población montevideana.

Cuando los partidos de la Coalición Republicana (CR) se abocaron al diseño de sus campañas, analizaron los estudios de opinión pública y constataron que la principal insatisfacción de la ciudadanía tiene que ver con la presencia de residuos en las calles y que, en segundo lugar, a distancia, están algunos aspectos de la movilidad urbana.

Con este panorama, decidieron centrarse en criticar los problemas mencionados y proponer soluciones que fueran –o parecieran– fáciles de comprender y viables. Seguramente consideraron también las dificultades que debían enfrentar para revertir la firme preferencia histórica por el FA, y da la impresión de que su diagnóstico fue que si bien la población montevideana está desconforme, vota contra sus intereses por motivos ideológicos.

En esa línea de interpretación, algunos dirigentes ajenos a la campaña han opinado que hay una conducta electoral “guampuda”. Otros afirman que, en el marco de lo que conciben como “batalla cultural”, los frenteamplistas han logrado lavarle el cerebro a gran parte de la gente de Montevideo.

Quienes están en la disputa de simpatías ciudadanas alegan, con mayor prudencia, que el voto debe definirse por las propuestas de gestión que plantea cada contendiente y no por preferencias ideológicas. Es una manera menos chocante de decir lo mismo. No está de más señalar que en casi todo el resto del país, desde los mismos partidos, se apela al voto ideológico contra el FA, con independencia de las propuestas.

En todo caso, este discurso electoral no tiene en cuenta otros factores, racionales y con una clara base material, que explican el predominio frenteamplista. Por un lado, las insatisfacciones son reales y justificadas, pero las contrapesan una considerable cantidad de satisfacciones con la gestión de los gobiernos departamentales frenteamplistas en otras áreas, y muy especialmente con las políticas sociales.

Por otro lado, y también en el terreno de las necesidades básicas, gran parte de la población de Montevideo, por su dimensión, su composición y sus niveles de organización, comprende bien que muchas de las penurias vividas en los últimos cinco años se debieron a las orientaciones y decisiones de los partidos que integran la CR.

En particular, la figura del principal opositor, el nacionalista Martín Lema, está fuertemente asociada con su desempeño como ministro de Desarrollo Social, que por cierto no fue percibido mayoritariamente como una valiosa ayuda ante el aumento de la pobreza y la desigualdad.

Si los partidos de la CR hubieran mantenido, por lo menos durante los últimos cinco años, una presencia militante en todos los barrios montevideanos, quizás habrían complementado la lectura de las encuestas con la lectura directa de la realidad.