La campaña electoral de Juan Sartori sorprendió y captó la atención de miles de ciudadanos. También generó dudas, críticas y resquemores. Rodrigo M Tellechea trabajó en ella. Ahora decidió publicar un libro digital titulado La campaña oriental en el que cuenta su experiencia.

Del relato –que se puede leer en la web tellechea.uy– se establece que Sartori contó con sofisticados sistemas que le permitieron mapear todo el país y crear mensajes que fueron dirigidos con precisión a públicos deseosos de oírlos. También que organizó 28 mesas temáticas a las que el público fue convocado a aportar ideas para su programa de gobierno. Pero esos aportes ni siquiera fueron leídos.

Sartori no respondió los mensajes que se le dejaron. Sí lo hizo su jefe de campaña, el hoy diputado Pablo Viana, y sus declaraciones se publican al final de este artículo.

Tellechea tiene 29 años, vive en Minas y tiene la ambición de hacer política. Tellechea es su segundo apellido, y prefiere presentarse así.

Se define como un “joven pobre del interior”. Justamente las dificultades para ganarse un lugar en Montevideo lo decidieron a postularse para una beca en China, donde estuvo tres semanas. Allí comienza esta historia.

China le voló la cabeza al joven minuano. Según se desprende de su relato, allí tomó conciencia de la velocidad a la que avanza el mundo, mientras Uruguay sigue en su eterna siesta. Tellechea volvió a Uruguay decidido a aportar su experiencia desde dentro de un partido. Ya se palpitaban las elecciones de 2019.

Había votado al Frente Amplio en 2015, pero se sentía decepcionado. “El regalo de 3.700 millones de dólares a los cincuentones, la figura literaria de ‘cambio en el ADN de la educación’, y el precario cumplimiento en las promesas sobre infraestructura e integración comercial me habían bastado como elector”, relata.

Por eso, en primera instancia intentó acercarse a Ernesto Talvi. Le gustaba su apuesta por los liceos públicos modelo y por revivir el viejo mandato batllista de auxiliar a los postergados. Pero Talvi no le prestó atención.

En febrero de 2019 Sartori visitó Minas como precandidato del Partido Nacional. A Tellechea la campaña de expectativa “Quién es Juan Sartori” le había parecido “una payasada”, pero valoraba su discurso de apertura al mundo y su éxito como empresario. Decidió intentar contactarlo. Y a diferencia de Talvi, Sartori lo escuchó.

“No soy economista, pero al igual que vos estudié Negocios”, le dijo a Sartori. “Tras estar en seis provincias chinas y conocer varios países de Europa, intuí hacia dónde iba el mundo. Me di cuenta de que no tiene sentido trabajar en un país que va camino a la decadencia. No hay futuro posible porque la política no tiene idea de la carne artificial, del desempleo por automatización o del turismo de SpaceX, todas industrias que están cambiando su naturaleza. Quiero poder estar 24/7 para vos”.

Sartori lo sumó a su equipo. El joven se sintió en “una nube absoluta de felicidad”.

“Ilusión óptica”

De acuerdo con el libro, Tellechea fue puesto a las órdenes de un joven llamado Darío Vecchio, quien dirigía los equipos programáticos.

Luego conoció al actual diputado Pablo Viana, jefe de campaña de Sartori. Tellechea le habló en el primer encuentro de una de sus obsesiones: el avance de la carne artificial, la amenaza que representa para Uruguay y la ajenidad de los políticos respecto de este peligro. Viana coincidió y eso hizo que el joven minuano sintiera que estaba en el lugar correcto. El hoy diputado le hizo una propuesta: “Me ofreció que empezara a viajar tres veces por semana desde Minas, para interiorizarme en las reuniones de los equipos técnicos, que ya estaban juntándose bajo la coordinación de un coronel retirado llamado Heber Cappi. Me pagaría en principio los gastos de viaje, para avanzar luego a una etapa en la que establecería una compensación económica”.

A Tellechea se le comenzó a pagar un salario de 30.000 pesos mensuales. Su primera tarea fue la de coordinar “las tan publicitadas 28 mesas temáticas”, cuya instalación recibió una amplia cobertura de prensa en febrero de 2019.

“Se trata de encuentros organizados para escuchar e interactuar con el fin de retroalimentar las propuestas y construir un gran compromiso alrededor del Plan de Todos”, explicó Sartori durante el discurso de inauguración.

Tellechea moderó 12 de las 23 mesas que se realizaron (cinco temas no convocaron a nadie). En total 139 personas aportaron sus ideas. El joven conversó personalmente con 127 de ellas. Los planteos que recibió fueron muy diversos: “El parlamento sueco usa una flota vehicular común y se pagan el café y el agua”; “el presentismo público necesita regularse”; “se necesita enseñar cómo venderse uno laboralmente”; “los presos son excelentes trabajadores en los barcos”; “se debe gravar en más de 2% las herencias de más de 40.000 dólares”; “se necesita hacer cursos de defensa personal para docentes”; “Honduras hizo un programa de cero caries con dos pesos, deberíamos poder imitarlo”; “hay que financiar con trabajo de presos el funcionamiento de un internado cuyos pupilos sean sus propios hijos”; “hay que requerir cada tres meses una evaluación psicológica para el porte de arma de policías”.

Tellechea clasificó a los diferentes tipos de participantes. Le mostró su trabajo a Viana. “No te gastes mucho en esto, las mesas técnicas son como una gran ‘ilusión óptica’”, le respondió, según dice el libro.

Al mismo tiempo, Tellechea estudiaba para hacer sus propios aportes. “El Instituto Nacional de Meteorología tenía un presupuesto 247 veces superior al del Patronato del Liberado, y el gasto en remuneraciones había sido un 8% superior al de la UTEC”, escribe en un pasaje de La campaña oriental. De acuerdo a su visión, el Estado debe utilizar la inteligencia artificial y el big data para detectar este tipo de ineficiencias, incongruencias e injusticias.

De ideas de ese tipo le estaba hablando un día a Vecchio, cuando este le respondió: “Me parece que vos no te das cuenta de lo que está pasando acá. Las mesas y los técnicos son una ilusión óptica, un gran espejismo... No son ellos los que hacen el programa”.

También hubo equipos de técnicos que prepararon 14 informes temáticos, que –según cuenta– tampoco fueron tomados en cuenta.

Finalmente, el plan de gobierno fue elaborado por un grupo reducido de personas cercanas a Sartori. Tellechea tuvo oportunidad de participar y logró incluir varias de sus propuestas, como crear el tren de la costa y aumentar el presupuesto de la UTEC.

“Como si fuera un niño”

Tellechea se sorprendió cuando Sartori lanzó la promesa de crear 100.000 nuevos empleos, pero más aún cuando –luego de efectuada la promesa– le pidieron que ayudara a buscar una fundamentación técnica para sostenerla.

También se sorprendió con el conservadurismo extremo de algunos de quienes lo rodeaban. Quiso proponer algo sobre salario universal, pero guardó silencio porque sus interlocutores aborrecían los sindicatos y los Consejos de Salarios. Quiso proponer un impuesto a las casas desocupadas, pero chocó con una “defensa a ultranza del derecho a la propiedad privada”.

Sus escasos contactos con Sartori también le resultaron decepcionantes.

“El que me resultaba cada vez menos inteligente era Juan Sartori. Su energía rebosante había pasado de producirme admiración a risa. En pocos días lo había visto correr para meterse en un ascensor repleto de chicas del call center. También había trastabillado por las escaleras y se había caído, y solía aparecer frenando con los zapatos en los lugares, como si fuera un niño que terminaba de ver en la televisión a su superhéroe favorito”, cuenta en un pasaje.

En otro momento del libro, Tellechea le habló de educación al candidato. Relata el siguiente diálogo:

“–¿El Ineed, qué es eso?

–El Instituto Nacional de Evaluación Educativa...

–Estoy flojo en tema educación, podrías prepararme unas hojitas.

No era una pregunta ni necesitaba serlo. Días después le pregunté si las había leído. ‘¡Uy, no! Las tengo en el auto’. Una semana después le consulté de nuevo y me dio una respuesta similar”.

Mapeo del Uruguay

Tellechea describe la sofisticada ingeniería digital que impulsó la candidatura de Sartori.

“Nuestra campaña contaba con un arma secreta: un servicio anual pago de seguimiento de impacto en redes sociales y prensa, provisto por una empresa multinacional. La plataforma usaba big data e inteligencia artificial para proveer una información y un nivel de detalle que casi me dejan boquiabierto”, relata.

El sistema permitía “digitalizar la información disponible, no sólo de medios de prensa, sino en las publicaciones hechas a lo ancho de las redes sociales. La copia y digitalización del servicio facilitaba buscar por ejemplo una palabra (“Sartori”) entre todo ese acopio de datos y poner al software a estudiar el contexto en miles de oraciones en que era dicha, identificando qué emociones y pensamientos la acompañaban en un momento dado”.

El sistema medía las reacciones de cada acto de Sartori.

“Permitía recomendar palabras, acciones y sugerir estrategias. Se lograba dilucidar [...] cuánto se veía afectada su popularidad cuando decía algo, cuánto variaban sus menciones con los meses y cómo evolucionaba la percepción, simpatía o tolerancia de la gente con cada titular que lo tenía por protagonista”.

Mientras Sartori declaraba a El País: “No sé ni qué es lo de big data”, al escritorio de Tellechea llegaban frases preconcebidas para que Sartori las pudiera emplear ante determinados grupos sociales. Por ejemplo, una frase dirigida a los jubilados: “La gente mayor merece poder vivir una vida DIGNA, con jubilaciones que les permitan cubrir todas sus necesidades y sentirse recompensadas luego de tantos años de trabajo”. Otra dirigida a las madres: “En mi gira por el interior he conversado con muchas madres que me cuentan del grave problema que hay con las drogas”.

Existían otros dos equipos de trabajo llamados Tierra y Plataforma, que trabajaban en paralelo con el equipo del software digital.

“Con el paso del tiempo, supe que los equipos no se encargaban únicamente de ofrecer listas, pintar muros y colgar carteles. Con el nivel de organización que permite el dinero, también buscaban convencer, ofrecían changas...”, afirma Tellechea en el libro.

Sartori prometió entregar una tarjeta llamada Medicfarma, con la cual los jubilados tendrían todas sus medicinas gratis.

Desde un call center se llamaba a cientos de personas y se les decía: “Le comento, además del kit le entregaremos un símil de la tarjeta Medicfarma, con su nombre y su cédula. Esta propuesta de Juan busca que jubilados y pensionistas tengan cobertura en medicamentos sin costos durante nuestro gobierno. Si usted anota en el formulario a sus familiares y amigos, estará formando parte de nuestro gran equipo”.

Se repartían otros objetos, siempre con el fin de obtener los datos de cada potencial votante.

“Las lapiceras, gorros, o la tarjeta, eran sólo el medio para obtener voluntariamente los datos de las personas: nombre, cédula, dirección, número de puerta, barrio, celular, credencial. Todo eso daba espacio a una base de datos masiva, que se complementaba con la segmentación de redes. El producto electoral era tan siniestro como único en Uruguay, pero relativamente habitual en el mundo. En el siglo XXI, las democracias liberales se parecen cada vez más a una autocracia algorítmica que a la evaluación ilustrada de un ideal”, sostiene el libro.

Tellechea, además, denuncia que el hoy diputado Viana violó las normas electorales antes de la elección interna. “Explícitamente Viana me escribió ‘creo que tendríamos que violar la norma’. Se refería a la ley 16.019 que prohíbe 48 horas antes de una elección la realización de ‘encuestas o consultas, así como de cualquier tipo de manifestaciones o exhortaciones dirigidas a influir en la decisión del Cuerpo Electoral’”.

Las llamadas finalmente no habrían nombrado a Sartori, pero sí su eslogan de campaña.

Entre quienes dirigían los equipos de campaña de Sartori había argentinos y “caribeños”.

Poco antes de la elección interna, uno de estos “caribeños” invitó a Tellechea a conocer a su equipo, que operaba desde una habitación de hotel. Eran más de 70 personas que hasta el último día de votación estuvieron llamando a todos aquellos identificados como potenciales votantes.

Tellechea quiere que el libro sirva para que sus ideas se discutan: “Los adultos menores de 30 ni siquiera llegamos a tener una sola voz entre los 130 legisladores titulares electos, pese a ser una cuarta parte de la población mayor de edad. Los jóvenes, como las mujeres, somos mayorías silenciosas, discriminadas sistemáticamente desde siempre”.

Pablo Viana da su versión sobre los hechos narrados

“Si una afirmación no se ajusta a la realidad, está la Justicia para dirimir”, aseguró el diputado sartorista, que dice que ya sabía que Rodrigo M. Tellechea iba a publicar un libro.

¿Cómo conoció a Tellechea?

Rodrigo llegó a nuestra campaña a través de Juan. En una de las giras que hizo por el interior, este chico se le acercó, a Juan le cayó muy bien y lo invitó a participar de nuestro equipo. Me pareció un tipo macanudo, muy despierto. Se lo empleó para trabajar en el comando. Trabajó en el área de programa y luego en el área electoral. Sobre la acusación de que las mesas que se hicieron no se tomaron en cuenta, la realidad es que todo lo que resultó de ellas se elevó a Casilda Echevarría y otro grupo de profesionales, que redactaron el programa. Se tomaron en cuenta esos insumos y otros.

¿Se puede conocer quién más estaba en el equipo que redactó el programa?

Nos dio una mano Gustavo Licandro para la parte económica. Estuvo Matías Franco, un contador de la Udelar que también tiene militancia en el Partido Nacional. También chicos que ahora están trabajando en mi despacho: el economista Darío Vecchio, el abogado Mathías González y Lucía Estrada, la actual directora de Propiedad Industrial.

¿Cómo terminó la relación con Rodrigo?

Él llegó hasta la interna. Después nosotros comenzamos a achicar el staff, porque no necesitábamos la misma cantidad de personas. Él pretendía quedar como empleado, a pesar de que nosotros teníamos un contrato hasta esa fecha. Quedó enojado porque no siguió. Yo le extendí dos meses su alojamiento en Montevideo. Se le pagó el despido. Y ya como diputado le pedí y pagué algunos trabajos, como un informe sobre 5G. Pero él siempre con la insistencia de querer un cargo rentado. Y nosotros no somos una agencia de personal. Y en el Ejecutivo no tenemos cargos como para poder confiarle alguna tarea a la gente que colaboró con nosotros.

¿Sabía que él estaba escribiendo este libro?

Él nos citó en una confitería a Vecchio y a mí y nos dijo que lo estaba escribiendo. Adelante, le dije. Cada uno puede tener su visión, y si luego hace una afirmación que no se ajusta a la realidad, está la Justicia para dirimir.

Otra cosa que se dice en el libro es que se violó la veda en las internas para llamar desde el call center a todos los posibles votantes.

Yo no controlaba el call center. Sinceramente, no recuerdo ese episodio. Habría que verificarlo. Yo no ordenaría violar una norma. Tal apego tuve a las normas que, en todo lo vinculado al derecho a los trabajadores, pagué hasta el último centésimo. Hasta pagué impuestos. ¡Debo haber sido la única campaña en todo el país que pagó impuestos! Hasta hoy sigo pagando BPS. Entonces, si eso tiene algún sustento, que se vea quién fue el responsable. Si pequé por omisión estoy dispuesto a verlo.

Tellechea dice que las firmas de la lista de las internas fueron falsificadas por un grupo pequeño.

Que diga a qué persona se le falsificó la firma y vamos a verlo a la Corte. Ni idea. Yo tampoco estaba ahí.

Se relata el uso de un software que permitía medir todas las menciones a Sartori en las redes sociales, y cómo eso permitía medir, direccionar y crear mensajes para públicos determinados.

Eso existió. Es un programa muy usado en marketing que le compramos a IBM. Se llama Watson. Con distintos algoritmos, va segmentando la información sobre el objetivo sobre el cual querés tener datos, y te va dando por dónde van las opiniones. Es inteligencia artificial. Te señala reacciones positivas, negativas y neutras, y las temáticas. Más que nada es una herramienta de conocimiento de terreno. Y obviamente, cuando se planteaban los mensajes, se tomaban en cuenta los datos que nos daba este software. Había una valoración de esa información. No sé qué calificación ética o moral se le da en el libro, pero para nosotros fue una herramienta positiva.

Y eso se complementaba con equipos llamados Tierra y Plataforma, de recursos políticos más tradicionales. En el libro se critica cómo se usó la tarjeta Medicfarma para extraer datos de los interesados.

Hubo tres etapas. La primera fue de recolección de datos, que la hizo el equipo de Tierra, un equipo que nosotros teníamos contratado que recorría los barrios. Esos datos se cargaban en un software, y esa era una base de datos como la que usa alguien para enviar una newsletter. Nosotros teníamos el objetivo de que a cada persona registrada pudiéramos visitarla al menos dos veces y poder enviarle al menos un mensaje quincenal, vinculado a las temáticas que definimos, según cuál era la opinión pública del momento. Fue una herramienta de marketing que se usó para ir recogiendo datos y luego enviar información. De un modo un poco más sofisticado que un librito que puede repartir un dirigente en un barrio. Nosotros no teníamos estructura política, de modo que la manera que teníamos de hacer llegar nuestro mensaje era a través de la obtención de datos.