El espiral de la violencia y sus muchas facetas tienden a simplificarse por el impacto de cada suceso y sus consecuencias. Las narrativas posteriores de sus protagonistas alumbran y ensombrecen distintas zonas. Movilización social, ajuste económico, bandas paramilitares, asesinatos políticos, reactivación de la guerrilla urbana, masacre contra militantes comunistas y acceso directo de las Fuerzas Armadas a la escena política. En ese complejo marco histórico, la opción por la guerra interna fue decantada ante algunas voces que sugerían la tregua y la negociación. Un protagonista de primera fila de aquel momento escribió una memoria casi inmediata de lo ocurrido que nos permite repasar y repensar el pasado.
A mediados del año 1973, Julio María Sanguinetti (exiliado ya en Argentina) publica un artículo en un diario de Buenos Aires, en el que narra con un estilo “novelado” y personal cómo vivió los primeros momentos del 14 de abril de 1972, día clave según el expresidente ya que en esa fecha “comenzaba un largo proceso. [que] Aún no ha terminado”.1 Escribe Sanguinetti: “Entre sueños oí ruidos de disparos. Explosiones, tableteos de ametralladoras. Eran las 7 de la mañana del 14 de abril de 1972 y por lo que se verá no es fecha como para olvidarla. Mi mujer también se despertó y me dijo: ‘Son tiros’. ‘No –le contesté con ánimo tranquilizador–, creo que son explosiones de un motor’. Minutos después me avisaban de Casa de Gobierno que un concertado ataque tupamaro había asesinado en tres lugares distintos de la ciudad, al profesor Armando Acosta y Lara, subsecretario del Interior y el director interventor de Enseñanza Secundaria, al capitán de fragata Ernesto Motta, al subsecretario Óscar Delega y al agente policial Juan C Leites. Estos dos últimos habían sido emboscados en el cruce de la avenida Rivera y Soca, a pocas cuadras de mi casa”.2
A tempranas horas de la mañana todos los ministros estaban informados de los acontecimientos y sobre las 11.00 arribaron a la Casa de Gobierno. Al mediodía (12.10) comenzaron las deliberaciones que recién finalizaron a las 14.30. Al culminar la reunión, el único ministro que hizo declaraciones (“periodistas de todos los medios mantenían asediados a los altos gobernantes tras declaraciones para la población, que seguía de cerca los sucesos”)3 fue el doctor Amorín, quien sólo manifestó que el gobierno sabría defender las instituciones. El resultado de las deliberaciones del Ejecutivo fue un mensaje enviado a la Asamblea General que solicitaba que se votaran los siguientes puntos: 1°) la anuencia requerida para disponer la suspensión de la seguridad individual; 2°) decretar el estado de guerra interno a los efectos de la aplicación de las disposiciones constitucionales y legales pertinentes.
Sobre las 18.30 del mismo viernes 14 de abril, comenzó a sesionar la Asamblea General para tratar como único tema el mensaje enviado por el Poder Ejecutivo ante la “grave situación que atraviesa el país”. Dicho mensaje fue firmado por el presidente y el vicepresidente de la República, además de todos los ministros. Como cierre de la jornada, el presidente Juan María Bordaberry realizaba a las 21.30 una cadena de radio y televisión en la que:
Describió a Uruguay como un país con un “pasado rico en realizaciones sociales y políticas, y un futuro también rico en posibilidades de bienestar y felicidad”, y un presente en el que recientemente se había celebrado “una elección en que las colectividades históricas obtuvieron un rotundo triunfo”.
Expresó que los grupos opositores (“la subversión y quienes la apoyan”) han “pretendido llevar la guerra que desde hace años sacude al país a un nivel de enfrentamiento global… El ataque es frontal y sobreviene en el mismo instante en que el gobierno exhibe un sincero ánimo de concordia. Este es el ataque contra la integridad del Estado mismo, con desprecio de la vida y de los derechos”.
Sostuvo que esto exigía la unidad nacional (los votos en el Parlamento de todo el Partido Colorado y de todo el Partido Nacional). “En estas dramáticas circunstancias, entonces, es que solemnemente decimos a todas las fuerzas de la República que deben unirse para salvar al Uruguay de la destrucción, y que el gobierno les reclama a todos su apoyo [...]”.
Manifestó que el gobierno no sería cobarde y enfrentaría la situación. ¿Cómo? “[...] hoy le hemos pedido al Parlamento que reconozca el estado de guerra interno para poder luchar mejor contra los enemigos de la Patria. La guerra no la hemos declarado nosotros. La han declarado los grupos subversivos [...]”.
Mientras Bordaberry hablaba en la noche, continuaban en la Asamblea General las deliberaciones sobre el mensaje enviado por el Poder Ejecutivo. En total fueron 21 horas de intenso debate político atravesado por varios hechos relevantes entre los que se ubica, al día siguiente, el entierro en el Cementerio Central y la oratoria oficial de Julio María Sanguinetti como ministro de Educación y Cultura del gobierno de Bordaberry.
El propio Sanguinetti narra el especial momento que se vivió en aquella tensa mañana y describe la situación que rodeaba a sus palabras: “La multitud caminó detrás de los ataúdes hasta el cementerio. Allí, dije un discurso. Llevaba algo escrito, pero por la mitad abandoné los papeles y hablé improvisadamente. La gente estalló en una ovación que resonó extrañamente en el ambiente solemne y recogido del viejo cementerio. Cientos de oficiales lo poblaban con sus uniformes”.4 El gobierno uruguayo había decretado el día como “duelo nacional” y convocado a una concentración en la plaza Independencia para luego acompañar a los asesinados hacia el Cementerio Central. Narra Sanguinetti que “habían existido dudas sobre si darle o no carácter oficial al sepelio. Algunas opiniones, conservadoras, temían que el público, por la tensión imperante no acompañara; algunas otras con argumentos moralistas, decían que debía renunciarse a aprovechar políticamente a los caídos. El ministro del Interior, Rovira, había insistido, sin embargo, en que había que lanzar la gente a la calle”.5
El discurso
En todo momento durante su oratoria, Sanguinetti destaca lo irreprochable de sus palabras, en tanto el gobierno uruguayo, en nombre del cual habla, es el legítimo representante del pueblo porque ganó las elecciones y además por “tradición histórica”. Existen elementos ideológicos que determinan quiénes son “verdaderos uruguayos”; por ejemplo, es necesario para considerarse “patriota” adherir al liberalismo (esta afirmación se basa en una legitimación extraída de la historia nacional: Artigas era liberal). Por lo tanto, hay gente nacida en Uruguay que no es uruguaya, se plantea una visión de nación que excluye por lo ideológico. Se crea un tipo de análisis dualista propio del pensamiento de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que sostenía la existencia de una guerra entre los sectores que socavaban los valores nacionales y quienes encarnaban su defensa. Sólo dentro de este esquema se podía entender la idea de una “guerra interna”.
Sanguinetti propone un desafío “nacional”: tener la altura para continuar la obra que en 1811 comenzaron en la Batalla de Las Piedras los héroes nacionales que forjaron la “forma de ser” propia de los “verdaderos” uruguayos que vivían en 1972. Más adelante se insiste en la idea de que los asesinados “[...] son auténticos soldados de la Nación, como todos los hombres de esta República llevamos los nombres de quienes la amasaron en las luchas cívicas y en las contiendas sangrientas de nuestra Independencia y del período de las revoluciones en que emergió y se forjó el ser nacional”.
Una preocupación especial mereció la figura de Artigas; según Sanguinetti, una “propaganda farisea” buscaba deformar la visión de los héroes “que ni en Artigas se detiene, cuando pretende reivindicarlo. A este hombre al cual no tienen derecho a invocar, porque sólo es de aquellos que como él creemos en el credo humanista que inspiró su clemencia para los vencidos, en su filosofía liberal [...]”. Según Sanguinetti, Artigas es sólo de los “verdaderos uruguayos”, aquellos que son liberales en lo ideológico y que, además, tienen el heroísmo necesario en el aspecto militar, como lo tuvo el prócer en Las Piedras, para defender el país de sus enemigos que buscan destruirlo. Sólo son dignos de Artigas aquellos “verdaderos uruguayos” que, en aquel año 1972, estaban dispuestos junto a la Policía, el Ejército y los cuatro mártires asesinados por los enemigos de la nación (que eran, como Artigas, el “ejemplo” en el cual mirarse) a defender la patria amenazada.
“Estos muertos nos reclaman a todos unidad”, decía Sanguinetti en el marco de la inminente y muy debatida votación sobre el “estado de guerra interno”. Será considerado uruguayo, oriental, patriota, democrático, “respetuoso de las opiniones y las vidas ajenas”, sólo aquel que pertenece a las “familias ideológicas” que forjaron al país y que apoye las decisiones del gobierno para defender la nación en peligro. Hacía referencia a la necesaria “unidad nacional” contra los conspiradores de la patria y resaltaba la unión histórica de ambas colectividades “democráticas”. Ese mismo día, Wilson Ferreira Aldunate declaraba sobre la posible votación de su partido en el Parlamento: “Lo que puedo decirles ahora es simplemente que no seremos nosotros quienes rehusemos nuestra colaboración y la ayuda que se nos solicite para evitar que se siga destruyendo al país”.6
El clima había cambiado porque hacía muy pocos días (24 de marzo) el semanario Marcha había publicado una entrevista con Ferreira Aldunate en la cual afirmaba que las medidas tomadas por el gobierno que aumentaban las posibilidades represivas del Ejecutivo “revela que quienes entienden que esas son las soluciones ignoran cuáles son los problemas. No cabe otra posibilidad”.7 Para esta variación en la opinión el clima había que crearlo, porque Wilson Ferreira dice en la misma entrevista: “[...] no crean que pueden contar con nuestros votos para esas autorizaciones genéricas que sirven absolutamente para todo”.8
Los votos del Partido Nacional permitieron que sobre las 15.45 del sábado 15 de abril se aprobara el mensaje del Ejecutivo por 97 votos contra 21. Con una modificación a lo enviado, ya que en vez de aprobarse 90 días de guerra interna (como pidió el Ejecutivo) se votaron 30 días. El clima creado, la necesidad de “unidad nacional” contra los ataques a la patria, la importancia del “sentir” irracional muchas veces ante la conmoción explotada y producida por algunos discursos como el de Sanguinetti, el intento de estar “a la altura de los acontecimientos”, explica la variación en la opinión de Ferreira Aldunate. El parlamentario Dardo Ortiz es quien argumenta por la bancada del Partido Nacional, diciendo en parte de su oratoria: “En la bancada hubo divergencias en el ajuste jurídico, pero hubo unanimidad en manifestar nuestra solidaridad, no con el gobierno sino con el país”. Más adelante agrega palabras que sintetizan un clima que daba para todo: “En las épocas en que los hechos desplazan a la reflexión, es fácil sentir la tentación de olvidarse de la ortodoxia jurídica. Tal vez hayamos cedido a esa tentación y nuestra moción sea un poco torturada ante el texto constitucional; pero nos pareció que valía la pena arrostrar la crítica de los profesores si a cambio concitábamos la adhesión de la inmensa mayoría de la población”.9
La resolución votada por blancos y colorados decía: “Concédese al Poder Ejecutivo, por el término de 30 días, la anuencia que solicita para suspender la seguridad individual, a los solos efectos del artículo 31 de la Constitución de la República. Decrétase por el término de 30 días el estado de guerra interno para la represión de la subversión en el área afectada y al solo efecto de lo establecido en el artículo 253 de la Constitución de la República”.10
En el proceso que conduce a nuestro país al golpe de Estado, poco a poco,11 la misma democracia es la que otorga los argumentos que la degenera y encamina al país hacia un régimen de tipo autoritario. Es trascendente, por tanto, pensar sobre los discursos porque son ellos los que crean las sensibilidades e interpretaciones necesarias para generar una serie de acontecimientos que tienen su final (y nuevo inicio) el 27 de junio de 1973. Julio María Sanguinetti escribe en julio de 1973 el siguiente párrafo sobre el 27 de junio: “La tradición uruguaya de civismo ha caído. No ha nacido un régimen militar, porque el presidente sigue siendo un civil constitucionalmente electo. Pero los uniformes rodean el sillón presidencial y el poder real está detrás, en las bayonetas”.12
¿Puede esta frase ser utilizada para el 15 de abril de 1972, momento en que se pronuncia el discurso analizado y se declara el estado de guerra interno? En el mismo artículo escrito por Sanguinetti en 1973, el expresidente utilizaba para marcar las responsabilidades del MLN-T en el golpe de Estado las siguientes frases: “La violencia es siempre eficaz, pero en general obtiene exactamente lo contrario de lo que se ha propuesto”, “Quien cabalga un tigre ya no puede desmontarlo”. ¿Acaso el gobierno obtuvo lo que se propuso? ¿Pudo desmontar el tigre?
El propio Sanguinetti reconocerá tardíamente la situación que vivía el Uruguay de 1972, cuando, otra vez en su trabajo publicado en el diario La Opinión, aquel Uruguay que describía como ideal en el discurso la mañana del entierro cambió su rostro: “[...] el golpe uruguayo de larga y penosa gestación y de larga y penosa búsqueda de un modelo, reconoce causas propias. Buscar afuera lo que está adentro, con creces, es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. El golpe reconoce una crisis política de atomización de los partidos de ya larga data; supone un estancamiento económico de más de 15 años, que no puede borrarse como trasfondo de este proceso y como inicial generador de las tensiones sociales. Hace ya muchos años que no asciende el producto bruto del país y la inflación lo ha devorado. Luego de una contención en los años 1968, 1969, 1970, renació multiplicada en 1972 con toda su secuela de fricciones y desacomodos”.13
¿Era imposible percibir el “camino” que se recorría y su fatalidad? Guillermo Chifflet escribía en Marcha del 22 de setiembre de 1972: “[...] el país puede ahondar su deterioro por dos vías: 1) por el simplismo golpista que, sin fe en el pueblo, cree en la recuperación desde arriba; numerosos ejemplos en el continente han demostrado, a los que así piensan, que la agudización de los problemas ha sido, con frecuencia, el final de ese camino; 2) hacia el mismo fin puede llegarse por la reiteración de la arbitrariedad, por la confianza en la represión. Todos estos años de desconocimientos de los derechos, de ilegalización de partidos, de represión sindical, ¿no habrán servido, acaso, para demostrar que no puede insistirse en la siembra de vientos? En años de crisis se ha insistido, en nuestro siglo, en el tránsito por caminos que significan mayor violencia contra el pueblo, supresión de garantías, torturas, decisiones al margen de los partidos o las instituciones. Luego, cuando en la última etapa del drama, se derrumban las instituciones parlamentarias, sólo entonces se descubre que se ha llegado al golpe”.14
Con la colaboración de Gabriel Quirici.
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Sanguinetti, Julio María. “Crónica íntima del golpe militar uruguayo”. La Opinión, Buenos Aires, 1973. Separata especial de Mate Amargo, Montevideo, s/f. ↩
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Obra citada. ↩
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El País, sábado 15 de abril de 1972. ↩
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Sanguinetti, Julio María. “Crónica íntima del golpe militar uruguayo”. La Opinión, Buenos Aires, 1973. Separata especial de Mate Amargo, Montevideo, s/f. ↩
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Obra citada. ↩
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Ferreira Aldunate, Wilson. Entrevista publicada en Ahora. Sábado 15 de abril de 1972, pág. 7. ↩
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Ferreira Aldunate, Wilson. Entrevista publicada en Marcha. Viernes 24 de marzo de 1972, pág. 11. ↩
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Obra citada. ↩
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El País, domingo 16 de abril de 1972, pág. 3. ↩
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Las modificaciones realizadas por el Partido Nacional fueron, además de rebajar la duración de la medida, acotar el marco de acción sólo a la “subversión” y “en lo geográfico para que sólo sea válido para el área afectada”. El artículo 31 de la Constitución refería a la suspensión de la seguridad individual con la anuencia de la Asamblea General en caso de “traición o conspiración a la Patria” y “sólo para la aprehensión de los delincuentes”. El artículo 253 indicaba que “la legislación militar queda limitada a los delitos militares y al caso de estado de guerra”. ↩
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Varias veces se ha repetido “poco a poco” en forma intencional para mostrar que el golpe de Estado de junio de 1973 se fue gestando en lentas y sucesivas etapas tras varios años antes de concretarse. El “golpe en cámara lenta”, lo ha denominado Gonzalo Varela. ↩
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Sanguinetti, Julio María. “Crónica íntima del golpe militar uruguayo”. La Opinión, Buenos Aires, 1973. Separata especial de Mate Amargo, Montevideo, s/f. ↩
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Obra citada. ↩
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Chifflet, Guillermo. “¿Hasta cuándo sin garantías?”. Marcha, 22 de setiembre de 1972, pág. 11. ↩