La Comisión Nacional Honoraria de Sitios de la Memoria resolvió en febrero declarar Sitio de Memoria al ex Hogar Yaguarón del Consejo del Niño, a solicitud de la Comisión Pro Sitio de Memoria integrada por ex presos políticos. Previamente, en julio de 2018, esta comisión había solicitado al Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) que “se abriera en el inmueble un centro juvenil como forma de contribuir a la reparación moral de las víctimas y la comunidad y que al mismo tiempo colaborara a la construcción de memoria colectiva”.

Es que, si bien no es una historia muy conocida, ese hogar para niños y adolescentes, como otros en el país, fue un centro de detención de adolescentes por motivos políticos y gremiales en el período 1968-1985. Según lo que han podido relevar quienes pasaron por esos centros siendo menores de 18 años, y que desde hace un tiempo a esta parte han logrado juntarse y organizarse para construir memoria, fueron más de 100 los presos en esa situación en ese período. Logrado el primer objetivo, con la declaración de Sitio de Memoria del ex Hogar Yaguarón, ahora van por más. Mario Mujica, Sonia Fernández, Antonio Azziz, Mabel Fleitas y Lourdes D’Ambrosio, todos ex presos políticos adolescentes que pasaron por distintos centros del Consejo del Niño, contaron a la diaria sobre su dolorosa experiencia y por qué decidieron organizarse para construir memoria de lo que vivieron.

El ex Hogar Yaguarón ya fue declarado Sitio de Memoria. Es el primero y único por ahora. ¿Cuáles otros están en proceso?

Mabel Fleitas: En proceso están todos. De acuerdo a la Ley 19.641, de Sitios de Memoria, nos autoconvocamos –en nuestro caso como víctimas– para formar una comisión de sitio, que en su momento tuvo como objeto el ex Hogar Yaguarón, porque fue el primero, pero eso no quiere decir que sea el único sitio. Hay compañeros que estuvieron en el Hogar Buen Pastor, que era femenino. Otras cuatro compañeras de Bella Unión, que la pasaron muy mal en los cuarteles, luego fueron recluidas durante mucho tiempo en el hogar femenino de Artigas y después estuvieron en el Hogar Burgues, que existió previamente al Yaguarón. Lourdes estuvo en el Burgues y Sonia en el Buen Pastor. En el inicio de la comisión, el Yaguarón ya tenía medio armada la solicitud, porque con un grupo de compañeras ya teníamos cierta exposición y ya habíamos hecho una denuncia penal. Somos del caso de Treinta y Tres, veintipico de menores, de los cuales a una parte los liberaron y a otra parte nos pasaron al Consejo del Niño. De esos, ocho fuimos a parar al Hogar Yaguarón, y luego se suma otra compañera y terminamos siendo nueve.

En el caso de los varones, los llevaban al Hogar Álvarez Cortés. Cuando salió lo de la ley de sitios hicimos la propuesta para conformar el sitio de Yaguarón, pero la idea es poder abrir el espacio e ir trabajando luego sobre los demás.

Mario, ¿vos dónde estuviste?

Mario Mujica: En el Álvarez Cortés. Caímos un total de 20 compañeros y compañeras, más o menos, diez y diez, de los cuales algunos salieron y otros fueron al Cilindro, porque había jóvenes mayores de 18 años y adolescentes menores. Fue una redada en febrero de 1974 contra el FER 68 [Frente Estudiantil Revolucionario] y caímos compañeros de los liceos 13, 10, 15 y 20.

Sonia Fernández: Nosotros caímos juntos.

¿En qué año de liceo estaban?

Sonia Fernández: Yo estaba en segundo de liceo. Tenía 14 años.

Mario Mujica: Yo tenía 15 años y cumplí 16 en el Álvarez Cortés. Primero nos llevaron al Departamento de Inteligencia, el 5 y 6, que funcionaban juntos por esa época. Estuvimos allí unos cuantos días con mayores hasta que nos pasaron a juez.

Sonia Fernández: Fue la época en que cayeron los de Marcha por la publicación de aquel cuento [se refiere al cuento “El guardaespaldas”, escrito por Nelson Marra].

Mario Mujica: Nosotros estuvimos con [Carlos] Quijano, Marra, [Hugo] Alfaro en el mismo lugar. Las mujeres estaban en la planta baja, en el patio, y nosotros en el primer piso. Éramos, en total, con la gente de Marcha y otras personas, unos 30 adultos y adolescentes. En el tratamiento no distinguían la edad.

Los interrogaban al igual que los adultos.

Mario Mujica: Sí. Lo más horrible era cuando nos llevaban al baño, porque desde ahí se veía el ascensor. En el pozo habían puesto a un compañero, también adolescente, el Fito. Le bajaba y le subía el ascensor, con la distancia que tienen los ascensores de los pilotes.

¿Cuánto tiempo estuvieron ahí?

Mario Mujica: Es difícil de determinar, fueron más de diez días. Después nos metieron en un ómnibus y nos fueron repartiendo. Llevaron primero a las muchachas al Buen Pastor y a nosotros al Álvarez Cortés.

Antonio, ¿vos también estuviste en el Álvarez Cortés?

Antonio Azziz: Sí, el caso mío es un poco diferente. Me detuvieron en mayo de 1972. Tenía 17 años y estuve en el cuartel de Durazno un mes y medio, con mucha gente detenida en aquella época. Después nos pasaron al juez de menores a mí, a otro compañero y compañera que eran menores. Nos procesaron y nos enviaron al Álvarez Cortés. Parte de la experiencia más dura fue en el cuartel, obviamente. Tenía vínculo con el MLN-T [Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros]. También mi hermano y mi cuñada. Hicieron una redada bastante grande. Mi cuñada estaba embarazada, tuvo a la hija en el Hospital Militar ese mismo año y se la dieron a mi vieja para que la criara a los siete días. Si bien fui con medidas de seguridad al Álvarez Cortés, no nos pusieron en la celda. Ahí me encontré con un grupo de 12 personas de distintos lugares de Uruguay que estaban por el mismo motivo. Al mes y algo nos propusieron ir a Colonia Suárez, que hoy en día es la Colonia Berro. En ese hogar estuve hasta fin de ese año.

¿Qué edades tenían?

Antonio Azziz: De los que estábamos por la misma condición el menor tenía 16 años.

¿Qué pasó cuando cumpliste 18?

Antonio Azziz: A mí me liberan un mes antes de cumplir los 18. Una de las decisiones más alocadas de mi vida fue quedarme en Uruguay.

Mario Mujica: Yo me fui.

Sonia Fernández: Yo también. Me fui a Buenos Aires.

¿Cuánto tiempo estuvieron presos?

Mario Mujica: Hasta mediados de marzo.

Sonia Fernández: Nosotras también. El Buen Pastor es una congregación religiosa que hay en distintas partes de Latinoamérica, no era sólo en Uruguay. Ahí había niñas presas, “infractoras”, como les dicen. Nos llevaron ahí y no nos permitían contactarnos con ellas. Estaban en celdas oscuras. Vimos que había un patio precioso al llegar. Nos hacían hacer flores para los muertos, que las monjas vendían después.

¿Había funcionarios de vigilancia?

Sonia Fernández: No, pero las monjas no nos permitían salir. No podíamos juntarnos con las chiquilinas [presas]. Una vez nuestros padres nos trajeron comida y las monjas no nos dejaron compartirla con las otras.

¿Y en el caso de los varones?

Mario Mujica: De noche había un policía de la Guardia Republicana con un perro. Era guardia policial. Durante el día había una asistente social del INAU, que se portó muy bien con nosotros, y después había funcionarios que estaban en la vuelta y cuidaban la salida al patio. El Álvarez Cortés es ahora una UTU en Malvín Norte. Tiene una estructura central. A la izquierda estaba la escuelita y a mano derecha estaba la oficina del director. Después se abría una cancel, que en general la tenían con una cadena. El dormitorio de los primarios era básicamente 12 camas contra cada pared y una batería de baños en el fondo del dormitorio. De noche se cerraba con cadena. Éramos unos 30: nueve presos políticos y el resto, menores infractores o niños abandonados.

Sonia Fernández: En el Buen Pastor nos decían que en una celda habían gurisas encerradas, pero nunca las vimos. Éramos seis políticas.

Mario Mujica: Lo increíble del albergue es que tenía un celdario, que era la parte de los presos de seguridad.

Mabel Fleitas: Mirado de afuera parece un cuartel.

Mario Mujica: Sí, la estructura básica era de un cuartel. En el celdario iban los que venían con medidas de seguridad. A nosotros nos tocó ir con los primarios y vivimos como ellos. Teníamos un recreo al día, de dos horas. Nos encerraban después de la cena. En el piso de arriba estaban lo que ellos llamaban “los peligrosos”, gente que tenía homicidios o asaltos medio bravos, ese tipo de cosas. En el momento en que estuve no recuerdo haber visto a nadie en el celdario, pero algunos compañeros sí vieron, porque fuimos cientos los que pasamos por ahí en distintos momentos. Una cosa que quería destacar es que el proceso de detención de adolescentes por razones políticas no arrancó con la dictadura. En el período de 1969 a 1973 se empezó a naturalizar la detención por razones políticas. Yo tengo siempre presente la frase de un tío, que obviamente estaba en las antípodas de nuestra ideología, que siempre me decía: “Pero, ¿qué querías, que te dieran caramelos?”, como naturalizando el hecho de que el maltrato y la reclusión en condiciones miserables era a lo que te tenías que atener.

Lourdes D’Ambrosio: A mí me llevaron el 19 de diciembre de 1973. Mi mamá estaba internada y mi padre estaba trabajando. Eran las seis de la mañana. Soy la mayor de seis hermanos, entonces estaba preparándome para salir para ir a cuidar a mi madre y veo que por un pasillo largo entran un montón de soldados del Ejército. Preguntaron por mí y me llevaron. Dejaron a todos mis hermanos solos. Nadie sabía dónde estaba. Yo después supe que me llevaron al Cuartel de Caballería 9, en Belloni y Aparicio Saravia.

¿Por qué te llevaron?

Lourdes D’Ambrosio: Tenía militancia estudiantil como ellos, pero mi compañero era integrante del MLN. Si bien yo sabía alguna cosa, no colaboraba. Hacía un mes y pico que había caído él y me llevaron a mí. Cuando una de mis hermanas fue a ver a mi madre le contó lo que había pasado. Mi mamá era funcionaria de Secundaria y logró que la pusieran en contacto con el juzgado de menores. Se contactaron con los actuarios, una de ellas fue Nelly Goitiño. Les dijo a mis padres que mandaran cartas al Establecimiento Militar 1, a la Policía, que yo tenía que aparecer, que era menor. A los tres días aparecí. Me llevaron al juzgado de menores de la Ciudad Vieja y de ahí me mandaron al Hogar Yaguarón. Estuve tres días en el cuartel. Me tiraron Gamexane [veneno para pulgas], estuve dos días sin comer, pero uno escucha a los demás y piensa que no le pasó nada. Como el Yaguarón estaba de reforma edilicia, el 22 de diciembre de 1973 me mandaron a un hogar que estaba en las calles Burgues y Espinillo, que por lo que vi ahora es el Hogar Puertas. En ese momento había otra persona también como presa política. En marzo cumplí los 18 y en abril me dieron la libertad vigilada.

¿Donde militabas?

Lourdes D’Ambrosio: En el FER 68. A ellos [Mario y Sonia] los llevó la Policía en febrero y a mí me llevó el Ejército.

¿Qué actividades de militancia hacían?

Sonia Fernández: Pegatinas.

Lourdes D’Ambrosio: Asambleas.

Sonia Fernández: Los milicos querían saber qué vínculos teníamos, cómo era la infraestructura que tenía el FER 68 y qué coincidencias teníamos con el MLN.

Mario Mujica: Lo veían como una cantera de futuros militantes del MLN. Éramos todos liceales. Lo peor que podíamos hacer era hacer una manifestación en 18 de Julio. Pero actividades preparatorias de alguna acción directa, en el caso nuestro, por lo menos, no hubo nada.

Lourdes D’Ambrosio: Era una época de mucha efervescencia política, gremial, de mucha movida. Ahora ves que la gente no sabe ni lo que está pasando, pero en esa época entrabas a un liceo y sabías inmediatamente de qué iba la cosa, porque todo el mundo estaba empapado.

Mario Mujica: Igual nos da un miedo bárbaro cuando vemos lo que pasó en la UTU del Cerro hace unos días [efectivos policiales violentaron a estudiantes en el centro de estudios] y la reacción de la gente, que debería haber sido de una gran indignación, porque uno manda a sus hijos a estudiar para que estén seguros, y terminan presos. Ese proceso de naturalizar la represión es muy peligroso. Yo tengo nietos, uno de 20 años y otro de 15, que seguramente algún día se van a ver involucrados en alguna revuelta estudiantil porque es lo normal, porque es lo esperable de un joven. No me gustaría que tuvieran que pasar por lo mismo que pasé. De alguna manera, creo que en el fondo, la razón de habernos juntado y hacer pública nuestra experiencia no es hacer una catarsis, es una forma de decir: “Cuidado con cómo nos relacionamos con nuestros adolescentes, cuidado con el respeto a sus derechos”. A nosotros nos tocó vivir algo muy cruel, muy terrible, pero no quiere decir que no haya otras formas mucho peores. Una cosa que siempre decimos en el grupo es que nosotros no pasamos peor que los que estaban ahí –estoy hablando del Álvarez Cortés, no de Inteligencia y Enlace–; por lo menos como adolescente que estuvo recluido compartí las penurias de los compañeros que vivían con nosotros. No estuvimos ni mejor ni peor. Compartimos esa forma, que es la forma que la sociedad había encontrado de relacionarse con los menores que le provocaban problemas, y con los que eran abandonados.

Lourdes D’Ambrosio: Nosotras éramos dos presas políticas y había un número importante de menores “infractoras”. Nos llevaron a una institución que no estaba preparada para eso. Un día nos mandaron a nosotras dos a la playa con las chiquilinas. No sabíamos cómo manejar la situación.

Antonio Azziz: En el Álvarez Cortés y cuando fuimos a la Colonia Suárez fuimos encargados de cuidar a gurises. Éramos un grupo de 14 y nos dieron a gurises chicos, de nueve a 12 años.

Lourdes D’Ambrosio, Mabel Fleitas, Antonio Azziz, Sonia Fernández y Mario Mujica .

Lourdes D’Ambrosio, Mabel Fleitas, Antonio Azziz, Sonia Fernández y Mario Mujica .

Foto: Alessandro Maradei

Eras un educador más.

Antonio Azziz: Sí. Estaba todavía la doctora Adela Reta [como presidenta del Consejo del Niño], que era muy inteligente. Estuvimos en la Colonia Suárez, donde cuidábamos a gurises, pero con cero seguridad.

Mabel Fleitas: Yo pertenezco a un caso de 1975. Ya había pasado el golpe, y había una avanzada de la represión sobre el Partido Comunista del Uruguay y otras fuerzas que se mantenían como resistencia a la dictadura. Fue lo que llamaron la Operación Morgan. En esa etapa, toda la UJC [Unión de la Juventud Comunista] de Treinta y Tres cayó el 12 y el 13 de abril. Éramos esencialmente estudiantes. Nos trasladaron luego de tenernos un mes en el cuartel. A nosotros nos torturaron mucho, tanto es así que uno de los procesos más bravos que vivimos desde el incio de la tortura fue el 18 y 19 de abril. Por la fiesta patria del 19 de abril, que siempre se festeja en Treinta y Tres, fue el Goyo [Gregorio] Álvarez a una fiesta militar. En el cuartel lo esperaron con fiesta: la fiesta para el Goyo fuimos nosotros. Él llevó a su torturador especial. En esos días habían frenado la máquina de la tortura. Se reinició cuando él, con Pedro Buzó, un militar de Maldonado, nos sacó nuevamente a todos a la tortura. Fue sanguinario, realmente, tanto es así que tiempo después nos enteramos de que compañeros del MLN, de sólo sentir el nombre de Pedro Buzó, se desmayaban. Se pueden imaginar al resto... Sobre el caso nuestro se tejió una patraña de orgías sexuales para poder mostrarlo a la prensa.

A raíz de un comunicado que hizo el Ejército sobre un campamento en La Esmeralda.

Mabel Fleitas: Sí, a raíz de un comunicado que salió en El Día, El País y La Mañana sobre que hacíamos orgías sexuales. Nosotros caímos en abril. El campamento fue parte de una Convención Nacional que hubo en todos los departamentos del interior donde existía la UJC. Nuestra militancia sustancialmente era barrial, trabajábamos con plantadores de ñora, la planta del pimentón, y fundamentalmente con estudiantes. Había un solo liceo. Estuvimos un mes en el cuartel. Los mayores de edad pasaron a los penales de Punta de Rieles y Libertad, los que éramos menores de 18 años pasamos a los hogares del Consejo del Niño y los más chiquititos fueron entregados a sus padres. Los que estuvimos en los hogares del Consejo del Niño siempre estuvimos bajo la justicia militar. Ahí comenzó ese accionar militar sobre las instituciones, que ya había arrancado en 1974 con la Ley Orgánica Militar, y la intervención en la educación y todos los organismos públicos. Nos trasladaron a Montevideo. El Ejército cortó la calle Yaguarón, entre Galicia y Cerro Largo, porque veníamos las “peligrosas” de Treinta y Tres. Nos bajaron y para nosotros fue un gran susto, porque era un lugar extraño. Fueron unos 300 kilómetros, con las manos atadas, sin saber a dónde íbamos, y cuando llegamos llorábamos como niños.

Es que eran niños.

Mabel Fleitas: Le decíamos a los milicos: “¡No nos dejen acá!”, porque parecía un manicomio. Las chiquilinas, pobrecitas, las internas, estaban vestidas de una manera muy inusual, como con unos vestidos que eran de la época medieval.

Sonia Fernández: En el Buen Pastor también.

Mabel Fleitas: Sí. Llegamos el 9 de mayo y nos liberaron el 6 de noviembre, siempre bajo la justicia militar. Hubo períodos en que el juez Livio Camps nos visitó especialmente y nos reunía con la directora del centro.

¿Para qué las reunían?

Mabel Fleitas: Para saber en qué andábamos, si habíamos recapitulado, si nuestras cabezas estaban mejorando. Siempre se llevaba un chasco porque nosotras le decíamos: “No, nosotras vamos a seguir siendo toda la vida comunistas, hasta la muerte”.

¿En el caso de ustedes hubo contacto con las internas?

Mabel Fleitas: No, estuvimos siempre en una celda bajo llave. Éramos nueve con Cristina, que era de Treinta y Tres, pero vivía en Montevideo. Nosotras veníamos con ese cartel tremendo de “prostitutas”. Nos habían inyectado penicilina al barrer en el cuartel para poder fabricar la patraña de la actividad orgiástica sexual. Nosotros éramos estudiantes pobres, algunos hijos de maestros o profesores, entonces teníamos relación con algunos centros culturales, clubes deportivos, con gente que no era de nuestro extracto social, que no pensaba como nosotros, pero que nos respetaba. Compartíamos los bailecitos, la plaza pública, los deportes, el río Olimar, nos conocían y sabían que eso era mentira. Ellos fabricaron esa patraña para poder instalar el miedo, el rechazo y el “no te metás, porque si no terminás así”.

Mario Mujica: No fue la única patraña. Había un guionista de la dictadura en esa época con mucha imaginación, que fue el mismo que imaginó que los cuerpos encontrados en la playa eran chinos o coreanos que se habían tirado de los barcos y en realidad ya sabemos de dónde salieron. Alguien intentaba con esas patrañas ‒que para nosotros son increíbles, pero capaz alguno se la creyó‒ tapar el horror.

¿Cómo fue la relación con sus padres? Me imagino que los que estaban en Montevideo podían verlos con más frecuencia que los que estaban en Treinta y Tres.

Mario Mujica: Yo creo que la principal diferencia era esa.

Sonia Fernández: Yo caí dos veces más siendo menor. ¡Era fatal! [risas]. Una vez siendo menor caí en Argentina. Mi papá tuvo que ir y se imaginaba que estaba sola con todos los policías, porque justo agarró un cambio de turno. Él veía que entraban y salían y se imaginaba cualquier cosa. Lo que sufrió mi padre fue tremendo. Yo después me vine a dar cuenta de esto que estoy contando cuando mis hijos fueron adolescentes, como que lo había borrado, porque al lado del otro que torturaron, que mataron, que estuvo años preso, hasta mi papá nos decía: “Bueno, lo de ustedes no fue nada”. Recién lo cuento por primera vez, 47 años después. Ahora estoy movilizada, pero creo que estuve 47 años sin haberlo dicho, y eso que viví el momento de la adolescencia de mis hijos cuando reviví todo eso.

Lourdes D’Ambrosio: Yo creo que la mayoría de los padres nos apoyaban. Nos costó, en mi casa discutíamos mucho, pero después nos acompañaban.

Sonia Fernández: Mi papá nos decía que nosotros éramos unos apurados [risas]. Él era comunista.

Mario Mujica: Hay familias en la cual la situación de uno era parte de una situación familiar compartida. Mi padre era bancario, mi hermano murió a la salida de la cárcel ese mismo año, en 1974. Cuando me fueron a buscar, yo trabajaba en el mismo lugar que mi mamá, un estudio de fotografía. Era la una de la tarde. Me avisaron desde casa que me habían ido a buscar y le dije a mamá: “Vámonos”. Era 4 de febrero, ya habían caído varios y yo iba con una campera con cigarrillos, fósforos. Todas esas cosas que le mandábamos a mi hermano cuando estaba preso me las había metido en la campera por las dudas. Salimos por Arocena con mi madre del brazo y vi venir un Maverick azul y blanco, de aquellos coches que usaban ellos. Le dije a mamá: “Seguí caminando despacito. Vamos a la parada del 306, capaz que zafamos”. Caminé tres pasos más y me agarraron de atrás. Yo le había dicho a mi madre: “Vos cuando me agarren horrorizate, hacé un escándalo”. Mi madre, con sus tres hijos más mi padre, que era sindicalista, había estado muchas veces en los cuarteles. Cuando me agarraron, mi madre les dijo: “¿A dónde lo llevan?”. El milico le dijo: “Al Departamento 5”, y mi madre le responde: “Ah, Maldonado 1121” [risas]. Yo la quería matar. Le decía “¡mamá, vos tenías que armar un escándalo!”.

Antonio Azziz: Mis viejos eran sirios. Mi vieja hablaba bien, pero siempre con el acento árabe. Cuando estábamos mi hermano, mi cuñado y yo en el cuartel de Durazno, ella iba a llevarnos comida, que nunca llegaba. Les pegaba cada meo a los militares. Los puteaba en todos los colores. Tenía unas agallas, la vieja. Después crio a mi sobrina y tenía que ir a Libertad a visitar a mi hermano, por Colonia a visitar a mi cuñada.

Lourdes D’Ambrosio: Esos derroteros que hacían las familias, porque algunos tenían dos o tres hijos presos.

Mabel Fleitas: Mis padres no eran comunistas. Lo mío fue bastante raro. Mi padre era colorado, mi madre, blanca, pero era gente muy politizada. Nosotras les tomábamos el pelo a mis padres y les decíamos “somos rojas, pero no coloradas”. Éramos cuatro: Carmen tenía 18 años, yo, 17, Alicia,15, y Marisa, 13. Fuimos las cuatro para adentro y mi madre estuvo 48 horas, más o menos. Mi padre no estaba en casa, entonces en la casa quedaron solamente mis dos hermanos más chicos, que tenían nueve y siete años. Luego de que mi madre salió empezó todo el derrotero de la búsqueda de dónde estábamos. Carmen continuaba en el cuartel, hasta que luego la pasaron a un cuartel de Rocha y de ahí terminó en el penal de Punta de Rieles. Con Alicia nos mandaron al Consejo del Niño en Montevideo y a Marisa la liberaron, había estado un mes presa y no podía ni siquiera estudiar. La relación de nuestra madre con esa situación, yo siempre digo, le costó su cabeza. Fue terrible porque aparte la destituyeron, era maestra, no podía ejercer, entonces lo nuestro fue movilizador desde todo punto de vista. No fue sólo la caída, sino la parte económica: la familia se vino a pique porque mi madre era el pilar económico en la casa.

¿Cuántos integran el grupo de la comisión actualmente?

Mabel Fleitas: Somos 67 que permanentemente nos comunicamos, pero luego hay más compañeros que sabemos quiénes son. Somos 105, mínimo.

Mario Mujica: Cada uno aportó nombres de compañeros que no están en el grupo, por eso sospechamos que son arriba de 100 largos. A muchos los dejaron en el Consejo del Niño hasta que cumplían 18 y después pasaban a los penales.

Lourdes D’Ambrosio: Yo cumplí los 18 años y seguí en el Consejo. La compañera que estaba cuando yo llegué ya tenía los 18 y siguió un año y pico más, pero eso cambió entre 1974 y 1976.

Mario Mujica: Es que ahí estaba la justicia militar y se aprobó la ley de afiliación subversiva que los habilitó a que pudieran juzgar a civiles, pero no distinguía si los civiles eran mayores o menores. Para poder ir a un hogar tenías que pasar por un juzgado, porque es el juez el que determina. Para muchos fue una salvación. Un compañero contaba que la propia Adela Reta lo sacó de un cuartel y se lo llevó a una instalación del Consejo del Niño, pero en un acto de rescate. Ahí la línea divisoria es la justicia militar. Entonces, hay gente que estuvo sin ser juzgada, presa y liberada. Después están los casos de la gente que pasó por la justicia civil y de menores y a la que le impusieron una pena, que se cumplió, de reclusión en una institución del INAU. Y después está el peor de los casos, que es de dos tipos: los que cumplieron los 18 años estando adentro, supuestamente cumpliendo una pena que había determinado un juez, que eran tomados por la justicia militar y juzgados nuevamente, porque obviamente no cometiste ningún delito estando preso. Si tenías asociación para delinquir te pasaban “asociación subversiva”, que era de seis a ocho años. Y si no, a aquellos que habían sido liberados y que cumplieron 18 años los iban a buscar de vuelta.

Mabel Fleitas: A mí cuando me iban a dar la libertad el militar me miró y me dijo: “No, pero vos tenés 18 años”. Yo acababa de cumplir 18, hacía 20 días. Se levantó para ir a consultar. “Marcho al Penal”, pensé, y me hundí en un sillón monstruoso que tenían. Por suerte estaba mi madre, que se puso a discutir acaloradamente, no lo dejó ir a pensar y peleó como una leona. El tipo le dijo: “En caso de que sus hijas, la que ya tiene en su casa [que era Marisa] o estas dos, lleguen nuevamente a reincidir, usted termina con los huesos en un calabozo”. Después, lo que sí es una cosa bastante generalizada es que a nosotros se nos privó de seguir estudiando; en la enseñanza pública, por lo menos.

Sonia Fernández: Yo pude hacer secretaría en la UTU y a las seis mejores nos dieron un empleo público. A mí me tocó UTE y, cuando fui a firmar, me dijeron que era “Ciudadana C” y no me lo dieron. Nunca lo reclamé, tampoco, pero me perdí el trabajo.

Mabel Fleitas: A nosotros nos prohibieron a todos estudiar y también les quitaron la patria potestad a nuestros padres. En el caso de nosotros, Camps había institucionalizado tareas dentro del Consejo del Niño: cumplíamos a rigor desde las 8.00 hasta las 16.00 el lavado de ropa de toda la población que estaba internada dentro de ese hogar. Era un trabajo forzado: éramos ocho y las internas a veces fluctuaban entre cien y ciento y pico. Luego, a la tarde, nos hacían hacer la selección de frutas en un sótano, que tenía agua que emanaba de la roca que había debajo del edificio.

Sonia Fernández: Así que lo mío de hacer flores para los muertos no era nada.

Mabel Fleitas: Desde el punto de vista psicológico no sé cuál era peor [risas].

Mabel Fleitas: La palabra perfecta para lo que nos pasó es “incalculable”. No tuvimos nunca suerte [risas]. De verdad que no. Lo peor de todo es que fuimos detenidos políticos siendo tan jóvenes, siendo adolescentes, casi niños. Nosotros sentíamos que al lado de los que habían pasado por los penales, de los que habían desaparecido, de los que habían muerto, lo nuestro no era nada. También sentimos que fuimos contribuyendo a la construcción de esa memoria histórica dejándonos de lado, porque a 50 años de lo sucedido sentimos que hasta en nuestras propias leyes el tema de los menores no existe. Estamos corriendo un velo. La cantidad de compañeros que existen, que incluso a muchos no los hemos contactado, es pavorosa, y podemos decir que esta sociedad mira para el costado en ese sentido. Lo hablábamos el otro día con una compañera, que nos decía: tengan presente que la minoridad es parte de un proyecto que existió desde 1934 hasta 2004, cuando se aprobó el nuevo Código de la Niñez y la Adolescencia. Al niño no se lo consideraba sujeto de derecho, sino pasible de abandono, disciplinamiento y castigo.

Mario Mujica: Y otros que señalaban con el dedo: “Aquel, aquel, aquel”. Todos ellos son responsables. Vos sos maestra, Lourdes, y me imagino lo que sentirías si hubiera sido alguno de tus niños, a mí me pasa lo mismo. Esa es un poco la esencia de lo que estamos haciendo: ubicar bien las responsabilidades. En mi casa tengo un ejemplo. A mi hermano lo mataron, o sea que peor que eso era que lo desaparecieran, nada más, no hay otro escalón después. Entonces, ¿qué iba a hacer yo con mi carguita? No es nada frente a ese drama, y yo lo vivía a nivel familiar. Mis padres no entendieron lo que me pasó a mí; entendieron, sí, lo que le pasó a mi hermano, porque tenían un cadáver adelante.

Mabel Fleitas: Para nosotros es la resignificación de los hechos y lograr difundir lo que nos pasó. Muchas veces nos pasa que la gente no está informada. Tal vez no sabemos contar esto o lo estamos contando mal, o somos nosotros los que minimizamos los hechos. No sabemos cuál es la llave que logre hacer ese clic para que instalemos esto en la memoria histórica y que la sociedad se apodere de ella. Tenemos hijos y nietos. No queremos lo de la puerta giratoria. Hoy lo estamos viviendo. Unos jóvenes pintan un muro, aparece un patrullero, los pone contra la pared y les piden los documentos. Eso no lo queríamos y lo seguimos sin querer.