El mes pasado, el escritor Mario Vargas Llosa estuvo por Montevideo. Entre otras celebradas actividades, recibió de parte de la Universidad de la República el título de Doctor Honoris Causa. Parte de la afamada trayectoria de este escritor, involucra su última novela, Tiempos recios, cuyo trasfondo es el emblemático golpe de Estado organizado por la CIA para promover la desestabilización del presidente guatemalteco, Jacobo Arbenz, forzado a renunciar el 27 de junio de 1954. Aquellos hechos tuvieron especial singularidad y relevancia por varias cuestiones que esta no es la ocasión de enumerar.
Sin embargo, el lector debe tener presente que sus hondos significados transnacionales ameritan reflexionar si se trató de una incipiente pero no menos auténtica “contrarrevolución global”. ¿Por qué? Porque en su desenlace convergieron una lista cada vez más amplia de actores imperiales, regionales y fuerzas locales, con sus respectivas agendas políticas, intereses económicos, lecturas geopolíticas, pero también ambiciones, apetencias y egos, en una zona del mundo especialmente intensa donde parecía haberse “inventado” la Guerra Fría.
Lo antes expuesto resulta interesante porque la difusión de la novela del escritor peruano ayudó a reposicionar en sitios más amplios la temática referida al estudiado golpe de 1954, en cuyo éxito operó en forma significativa una dimensión apasionante de la disputa por la opinión pública. En ese sentido, y como el novelista ha subrayado, la escritura de la novela no sólo lo ayudó a “regresar” a sus tiempos juveniles sino también a advertir sobre la forma en que la CIA se empleó a fondo en lo que hoy conocemos como fake news. Fue, como sabemos, la primera ocasión en que una operación de esa magnitud se ejecutó en la región y ofició de modelo para otras que contribuyeron a ambientar golpes o invasiones exitosas en Cuba, Brasil, República Dominicana, Guyana Británica, Chile y Nicaragua.
Resumiendo: la planificación del golpe abarcaba cuatro grandes dimensiones. La primera, generar “antagonismo” contra el régimen objetivo, lo que suponía presionar diplomáticamente al sistema regional como manera de intensificar su aislamiento. La segunda, elevar la asfixia económica contra el gobierno. La tercera, el apoyo material para que fuerzas rebeldes invadieran desde un país fronterizo, presentando los eventos como el resultado de algo “entre guatemaltecos”. La cuarta y última, acompañar el curso de los hechos a través de una intensa campaña mediática dirigida a desacreditar a los revolucionarios guatemaltecos, presentando su accionar como el resultado de la acción del “comunismo internacional”, en tanto el presidente fue repetidamente etiquetado como una marioneta de Stalin.
¿Qué relación tuvo todo esto con Uruguay y por qué la necesidad de evocarlo críticamente hoy? De las varias razones posibles, este comentario priorizará dar cuenta de las posiciones que asumieron los más importantes medios de prensa uruguayos de la época ante aquel dramático desenlace de un proceso que fue ampliamente saludado en América Latina. Así era por su decidido impulso al cambio social y su actitud altiva ante la poderosa empresa bananera United Fruit Company, cuyos latifundios improductivos fueron redistribuidos, beneficiando a casi medio millón de personas tras la rápida aplicación de la reforma agraria. Debe tenerse presente que “la Frutera” ejercía un indudable poder en los asuntos internos de los países centroamericanos y que, en particular en Guatemala, había recibido concesiones humillantemente onerosas que le permitían controlar el puerto natural, las líneas férreas, la empresa eléctrica y, a la vez, ser la principal empleadora del país. Para colmo, añadía entre su proceder también habitual una indudable capacidad para evadir sus escasísimas obligaciones tributarias con el Estado. Por eso la reconocida etiqueta de “repúblicas bananeras” con las que se adjetiva negativamente a aquellas realidades pautadas por vínculos notoriamente asimétricos.
Enfocado el contexto anterior, importa subrayar que las posturas de los periódicos no resultan inocentes, pues al ser contrastadas con la documentación desclasificada por la propia agencia promotora del golpe, es decir, la CIA, dejan entrever la forma en que los diarios El País, La Mañana, El Día y El Plata, principalmente, eran parte del “apoyo hemisférico” de la operación secreta dirigida a ambientar un clima de opinión pública proclive a naturalizar la desestabilización y el derrocamiento del gobierno democrático guatemalteco. Ello da la ocasión para argumentar que, si bien ya eran conocidas sus posturas conservadoras y anticomunistas, una buena parte de lo publicado en ese entonces guarda directa relación con las sugerencias operativas de guerra psicológica que pueden leerse en los documentos de la CIA. Ergo, ello indica que se trataba de operaciones encubiertas destinadas a la desinformación.
Construyendo opinión
En la jerga de aquel entonces, según puede leerse en un documento de Seguridad Nacional de Estados Unidos fechado en julio de 1950, dichas operaciones eran todos aquellos esfuerzos o movimientos destinados a “distribuir información” mediante “noticias, opiniones o llamamientos”, realizados para “influir en el pensamiento y en las acciones de un determinado grupo”.
En definitiva, esas actividades eran encubiertas, porque debían “planificarse y ejecutarse de tal forma que [...] no exista evidencia de la responsabilidad del gobierno de EEUU [Estados Unidos], y que si se descubren, el gobierno de EEUU pueda rechazar de forma convincente cualquier responsabilidad”. Además, la actividad clandestina buscaba “influir en gobiernos extranjeros, acontecimientos, organizaciones o personas, en apoyo a la política exterior” estadounidense, aunque ello sería realizado “de tal forma que no se advierta la participación de EEUU”.
Según el exagente Philip Agee –que actuó en Montevideo dos años–, uno de los principales esfuerzos de la agencia era tratar de “dirigir” a la opinión pública, aplicando “operaciones de propaganda” destinadas a “orquestar el tratamiento de los hechos”, por medio de “libros, revistas, radio, televisión, calcomanías, pintura en paredes, volantes, sermones religiosos [...] la prensa diaria”. Para el caso que describimos, y como puede verse en un documento hoy desclasificado, el apoyo a la operación de la CIA preveía “comprar [...] publicidad en prensa escrita y radio en diferentes espacios de América Latina”.
La presencia de la CIA en los diarios
Esta dimensión cultural de la contienda bipolar irrumpió con particular intensidad en Uruguay de mediados de los 50, ya que el país reunía algunas peculiaridades que lo distinguían en el contexto de la Guerra Fría latinoamericana. Una de ellas es que su mayor estabilidad, institucionalidad, libertad de prensa y relaciones diplomáticas con el mundo comunista habilitaban a que en este rincón del cono sur la disputa en el terreno cultural de la Guerra Fría fuera particularmente intensa.
Para el caso que analizamos, proponemos abrir un pequeño microcosmos que nos sitúa entre los meses de febrero y julio de 1954, período de mayor intensidad operativa respecto del gobierno guatemalteco, tanto por el accionar cada vez más directo de las fuerzas golpistas como por ser también el tramo de más amplios esfuerzos periodísticos destinados a convencer a la opinión pública local de la peligrosidad que entrañaba Arbenz, aquel “Stalin centroamericano”. Para ello, presentaremos algunas fuentes significativas de un universo más amplio que denota un accionar intenso de la CIA en el país, pues la causa guatemalteca fue sentida como propia por buena parte de la población. Tal señalamiento debe abarcar los sectores mayoritarios de ambos partidos tradicionales, es decir, y muy particularmente, al neobatllismo y también al herrerismo, ambos alineados en la defensa de Guatemala. A lo anterior, se añadían tanto socialistas como comunistas y sectores juveniles, fundamentalmente universitarios, para los que aquella crisis entrañó la posibilidad de amplificar y profundizar sus posturas solidarias y conexiones transnacionales.
Hubo tres grandes momentos en los que, con la documentación hoy disponible, la acción de la CIA puede verse nítidamente en los medios informativos.
El primero lo identificamos alrededor del “principal esfuerzo previo” de cara a la construcción regional de un clima propicio al golpe, es decir, durante la reunión de la Organización de los Estados Americanos en Caracas, en marzo. Allí, la CIA advertía que debía producirse el “máximo antagonismo contra el régimen objetivo”, procurando su aislamiento. Un “equipo de cobertura especial” fue destinado a cubrir el evento y, desde allí, enviar material a las estaciones de la CIA para alimentar una “continua corriente de noticias” y “fotos” orientada a mostrar “la solitaria oposición de Guatemala”, y a promocionar el discurso del secretario de Estado estadounidense y el éxito de la “unidad” latinoamericana. Hubo conversaciones con “editores, comentaristas” y “líderes de la opinión pública” para cubrir y hacer prevalecer esas perspectivas.
Otro documento, en el que se detallaban los “apoyos hemisféricos” de la acción de la CIA, muestra que en Uruguay se estaban “utilizando” las “facilidades” con las que contaba la agencia en la “prensa” y la “radio” para instigar entre el público local que Guatemala recibía “órdenes de Moscú”, era una “base de operaciones de una conspiración comunista” y apuntaba a la “desunión del Hemisferio”. En suma, otro documento señalaba la utilización de “frentes” u “organizaciones controladas”. La lista incluía, por nuestro país, al Movimiento Antitotalitario del Uruguay, cuyos integrantes tenían amplia afinidad con ciertos medios de prensa en los que contaban con espacios regulares para promocionar sus monsergas anticomunistas. Otra fuente de la CIA, donde se resumían las “acciones tomadas en preparación de la Décima Conferencia Interamericana”, destacaba los análisis emitidos a través del programa radial La prensa en el aire, que se había enfocado en la “situación de Guatemala” durante varios días de febrero. Junto con ello, siempre siguiendo el mismo documento, la CIA subrayaba, sin revelar el nombre de la fuente –que permanece tachado–, “una serie de editoriales sobre la infiltración comunista en América” aparecidos con insistencia entre el 17 y el 20 de febrero, entre el 24 y el 28 del mismo mes y también uno el 5 de marzo, cuando está fechado el documento.
Hoy sabemos que, tal y como los agentes de la CIA consignaron, el medio elegido para promover aquellos análisis tendenciosos dirigidos a ambientar el futuro golpe fueron parte de las “noticias” editoriales del matutino El País, el que efectivamente dedicó numerosas páginas a aquella labor. Días después, el 11 de marzo, la página editorial daba cuenta de que aquellos incisivos textos correspondían al “compañero” y secretario de redacción, Diego Luján. Su “notable acopio de datos del mejor origen” lo convertían ya en un especialista en “temas de esta índole”. Tras ello, El País se proponía, en consonancia con su colega chileno El Mercurio –también conocido por sus estrechas conexiones con la CIA, cuyos fondos evitaron incluso su cierre–, iniciar la transcripción de informaciones relativas al “plan comunista de agitación continental basado en consignas de Moscú”.
La Mañana también era parte de los medios con los que trabajaba la CIA. Allí también pueden leerse, en términos similares, las insistencias mediáticas que formaban parte de la operación de guerra psicológica. Los artículos de los días 7 y 9 de marzo son dos ejemplos, pues destacaban el “poderío militar y aéreo” del Soviet y su “potencialidad”. También debe añadirse el del 24 de marzo, en el que se comentaba que Guatemala batía “récord”, pues todas sus proposiciones no eran aceptadas por el resto de los países. Algo similar para el caso de El Día, que insistió, a tono con la agencia, que la “Unidad Panamericana” estaba en “juego” en Caracas, lo cual suponía bregar por el “sentido de la responsabilidad americano”.
Un segundo momento de fuerte presencia de la CIA se dio durante la visita a Uruguay del expresidente de Guatemala Juan José Arévalo. Reconocido intelectual y dirigente político, de amistades amplias en el país, llegó a Montevideo en el momento en el que parecía inminente la invasión a Guatemala. Se trataba de una serie de visitas defensivas que buscaban denunciar el golpe que se urdía y levantar la solidaridad local. La CIA desplegó una intensa serie de ataques en contra de aquel. Entre ellos, merecen destaque los cables enviados a los “periódicos de Montevideo” desde Chile en los que se señalaba la peligrosidad de Arévalo, un “agitador rojo”.
En el Parlamento uruguayo el director de El País destacó que, en efecto, había recibido cables desde el país trasandino. A la vez, según leemos en un documento de la CIA, se hicieron arreglos para que un “agente controlado” entrevistase con preguntas incómodas al guatemalteco, que fue invitado al programa La prensa en el aire, aunque el visitante, alertado, desistió de concurrir. Pero ese mismo informe de la CIA subrayaba la publicación de “punzantes editoriales en El País” y también en La Mañana, que publicitó “el camino democrático” de Costa Rica, que resolvió “sus dificultades con la UFCO sin recurrir al comunismo”.
Empero, los nombres de las fuentes en esos diarios aparecen censurados. El 15 de junio otro documento de la CIA, mientras que esperaba la llegada de nuevos materiales “para su editorialización” siguiendo las “líneas sugeridas por los cuarteles generales”, entendía que la “cobertura de prensa” continuaba “siendo muy buena”. En efecto, el repaso de las columnas aparecidas en El País los días 11, 15 y 18 de junio, a las que deben añadirse las notas en La Mañana de los días 28 y 30 de mayo, y la del 16 de junio, y la de El Plata del 7 de junio, corroboran algunas de las formas en las que las sugerencias operativas de la CIA llegaban hasta los lectores uruguayos.
El tercer y último momento lo situamos al producirse la invasión a Guatemala desde Honduras, que se inició en la tercera semana de junio. Allí, consigna otro documento de la CIA, la actividad encubierta debía dirigirse a “crear una atmósfera de duda, confusión [y] pérdida final de la confianza”. Otra vez, había que instalar en el imaginario público local que en Guatemala se había entronizado una dictadura de tipo soviético que amenazaba la seguridad regional. Ello implicaba una “flagrante” intervención foránea que podía dar lugar a una “acción colectiva multilateral” que aislase el foco comunista. Otro documento contabilizaba que la propaganda en la semana que terminaba el 24 de junio, es decir, mientras Guatemala era invadida, había arrojado el siguiente resultado: los agentes de campo de la CIA habían conseguido colocar la friolera de 36 artículos en la prensa uruguaya, siete más que las notas solidarias con el país centroamericano en ese momento invadido y cuyo presidente acudía sin cesar ni éxito ante las Naciones Unidas para detener aquel atropello contra el derecho internacional.
Importa destacar en este breve repaso, una vez más, la consonancia de la cobertura con las sugerencias de la CIA. Así, es relevante el hecho de que Arbenz ya no era el presidente constitucional sino un “dictador” que con sus “secuaces” había conseguido instaurar un “régimen de torturas”, decía La Mañana. Esos días, El Día insistía en que las noticias de que disponía le llevaban a opinar que en Guatemala se aplicaba la “técnica” o la “cacería del hombre”, pues existían persecuciones de todo orden “contra todo opositor”, tal y como “lo hicieron los agentes rojos en la hora de la agonía republicana en España”. Para El País, en Guatemala “arden las papas”, pues “cada mañana nos enteramos de que han huido [...] decenas de personas”, ya que el gobierno iba “acentuando su pro-sovietismo”. En definitiva, proseguía el citado diario, en Guatemala se había “entronizado” otra dictadura, “peor”, pues era de “tipo soviético”.
Otros editoriales días más tarde en El Día, La Mañana y El Plata fueron parte de aquella serie de intensas acciones secretas de la CIA dirigidas a convencer al público local de que algo peligroso sucedía en la región. En el primero de ellos, se invitaba a naturalizar aquella invasión, pues Guatemala ya era, según una serie de artículos, la “cabecera de puente en el hemisferio occidental del comunismo mundial”. Desde El Plata, la agencia publicó la “exposición cronológica” de los avances del comunismo que le habían permitido dominar al país centroamericano, y en La Mañana, tal y como consta en otro documento, se insistía en el “paralelismo” entre “Guatemala y Checoslovaquia”. El País, a tono con lo anterior, resaltó que, ante la realidad que marcaba cómo el “sovietismo golpea la puerta”, se hacía “urgente prevenir, por todos los medios”, aquella peligrosa experiencia foránea.
Hace casi siete décadas, el 27 de junio, en una fecha fatídica para los latinoamericanos, Arbenz finalmente cayó. Fue un golpe aleccionador y Guatemala no tendría una nueva oportunidad por los próximos 40 años, pues aquello dio pie a una guerra civil en la que el Estado contrainsurgente asesinó y desapareció a miles de sus habitantes desarmados, sobre todo indígenas. Uruguay, que como vamos conociendo, se vinculó estrechamente y vivió con singular intensidad varias de las peripecias que marcaron la Guerra Fría latinoamericana, fue parte importante de aquella intensa coyuntura que precedió al impacto de la Revolución Cubana.
A la luz de la documentación hoy liberada por la propia CIA, y de la postura asumida por algunos grandes medios de comunicación de entonces –algunos cuya circulación hoy prosigue– ante aquella “victoria pírrica” contra una democracia latinoamericana, importa destacar, entre muchos otros, dos importantes desafíos. Uno de ellos pasa por tratar de afinar nuestra mirada crítica ante el importante poder de ciertos medios a la hora de construir una opinión a menudo estigmatizante contra cualquier expresión política, social, sindical y estudiantil afín a cuestionar e impugnar sus modelos de acumulación. Y segundo, aproximaciones de este tenor, sustentadas en aquella pequeña experiencia histórica que hoy puede documentarse, pueden sugerir algunas hipótesis sobre los cambios y también las continuidades de un proceder mediático hasta hoy atravesado por la cultura del anticomunismo transnacional, cada vez más concentrado en pequeños grupos vinculados internacionalmente y para quienes, en general, la democracia representativa puede parecer un escollo.
Roberto García es historiador, profesor adjunto de la Universidad de la República. Una versión más amplia de este artículo y sus respectivas fuentes puede encontrarse en https://uruguay.academia.edu/RobertoGarciaFerreira.