Hace 20 o 25 años la potencia de internet era vista como una panacea. Como el germen de sociedades informadas, horizontales y de iguales. Hasta la Primavera Árabe, en 2010, fue así: incluso la academia, que ya entonces había vislumbrado los problemas que implicaba el dominio privado de los datos públicos y masivos por parte de un puñado de empresas privadas, vio en esos movimientos la posibilidad de barrer con estructuras políticas arcaicas. Luego los problemas de privacidad y datos dieron lugar a otros más acuciantes actualmente como la desinformación, la emergencia de verdades paralelas y posverdades, la puesta en duda del estatus de lo real y, claro, la pregunta sobre cómo controlar esa crisis comunicacional e informativa.

Esos ejes son los que atraviesan la discusión actual entre especialistas en información, comunicación y ética, explica el doctor en filosofía Rafael Capurro, uruguayo que hace 50 años migró a Alemania y desde donde forjó el Centro Internacional para la Ética de la Información (ICIE por sus siglas en inglés) que entre el 9 y el 11 de octubre realizará su 4º Encuentro América Latina y el Caribe en la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República. Allí, además, tendrá lugar el primer Simposio Uruguayo de Ética de la Información y la Comunicación, y Capurro será uno de los invitados y disertantes estelares, junto a colegas y especialistas de toda la región.

“Yo fui uno de esos fanáticos de internet, nos brillaban los ojitos, pensamos que se irían a barrer con las estructuras, que al fin todos seríamos iguales, y poquito a poquito nos fuimos dando cuenta de que las cosas están yendo mal”, señala Capurro, en diálogo con la diaria. “No porque la tecnología sea mala, porque internet es fabuloso, sino por el uso y quién se beneficia de ella. Y también hasta qué punto nos hacemos dependientes de estas tecnologías”.

Pese a los señalamientos y a más de 50 años en el estudio del campo informacional –primero vinculado a las bases de datos y las disputas políticas entre Estados Unidos y la Unión Soviética– y la ética, Capurro no es apocalíptico y considera que no es algo de resolución inmediata, sino que precisa de “reflexión y mucho trabajo de pensamiento y debate académico” para alcanzar posiciones sólidas y que aborden el problema a largo plazo.

“El campo de estudio sobre ética de la información empezó hace 25 años y es muy diferente lo que discutíamos entonces. Y a la vez es imposible prever qué pasará, por ejemplo, con la inteligencia artificial en 25 años. ¿Quién sabe qué temas surgirán? Hay que tener cuidado con las pseudoprofecías académicas que no llevan a nada. Sí, vemos crisis comunicacional de los medios tradicionales y de las redes sociales, y a la mayoría de la gente preocupada por lo que ocurre, y la pregunta es cómo se regula o se controla. ¿Con leyes? ¿Con valores y educación? Todo eso precisa de debates académicos, además de espacios familiares, escolares y demás, pero nosotros impulsamos lo académico, los debates y reflexiones que creemos que la sociedad precisa”, señala Capurro.

Con esa finalidad el evento llega a Uruguay. Es la primera vez que sale de Brasil, a partir de la inquietud del Grupo de Ética de la Información y la Comunicación (Getinco), que tiene su centro en la FIC y es parte del ICIE desde hace algunos años. El principal foco del encuentro será la desinformación, que es aquella que se hace intencionalmente para engañar, a diferencia de las acepciones que tienen que ver con errores de contextualización o en la difusión sin mala intención, según explican los académicos. A la desinformación a gran escala se suma la pérdida del rol organizador que tenían los grandes medios tradicionales de comunicación de masas, que eran, en algún modo, una barrera de entrada ante la desinformación maliciosa y la mentira.

“Una sociedad basada en la mentira no va a funcionar. La mentira disuelve la sociedad”, esgrime Capurro. Y advierte, a contracorriente de aquella inicial mirada ilusionada, que “la emergencia de internet creó un vacío sobre quién pone las normas y los valores para esa circulación de información” tanto en el plano local como en el internacional.

Además del problema de la regulación –quién, qué cosas, hasta qué punto– emerge la duda sobre la conveniencia o no de regular los discursos que proliferan a través de las nuevas tecnologías de comunicación e información, a la vez que la duda sobre las capacidades de cada país para hacerlo. “El gobierno brasileño actual tiene fuerte interés en regular la difusión de mentiras”, señala Capurro como algo positivo, a la vez que se pregunta sobre los problemas filosóficos que implica, en sí misma, la noción de regulación en un ámbito de estados democráticos. Aun así, al pensar la situación de campaña electoral en Argentina, se pregunta “hasta qué punto un liberalismo en lo mediático abre las puertas a desinformaciones de todo tipo”.

Con la academia aún en discusiones sobre la regulación de la comunidad internacional –o de cada país– y las autorregulaciones que en la práctica ejerce cada empresa –sea de Mark Zuckerberg, de Elon Musk o del magnate de ocasión–, el evento de esta semana en FIC contará con la presencia de especialistas de México (Ariel Morán Reyes), Brasil (Marco Schneider y Arthur Bezerra) y Argentina (Esteban Zunino), entre otros.

Desde la coordinación del evento, el licenciado en Bibliotecología, miembro de Getinco y docente de la FIC, Maximiliano Rodríguez Fleitas, explicó que la realización de este congreso es un aporte que “contribuye a elevar la calidad del debate, con la participación de especialistas que han estudiado el fenómeno de la desinformación en cada una de sus comunidades”. A su vez, destacó que emergen en el debate otros ejes que complementan cuestiones sobre desinformación: “La cuestión de la divulgación y apertura de archivos relacionados a los Derechos Humanos y temas atravesados sobre libertad de expresión y censura. Las cuestiones éticas son transversales a todos estos fenómenos, por lo cual es fundamental generar espacios de discusión abierto e investigación seria en el ámbito local”.

Para Latinoamérica es una experiencia relativamente incipiente en relación con ese cuarto de siglo de tradición que ya había en Europa. “Necesitamos un espacio libre de reflexión: de expresar los problemas, debatir, pensar estos conflictos, lejos de la acción inmediata política y legal, que son otros ejes”, señala Capurro.