Las nubes negras, las breves lloviznas y los anuncios meteorológicos ya no garantizan nada en Tala, Canelones. Al igual que en muchos otros lugares de Uruguay, los campos de la zona enfrentan una dura sequía que dejó los pastos amarillos y los cultivos sin agua para crecer. La situación viene de larga data y los vecinos de la localidad ya no se fían ante las señales que indican posibles precipitaciones. No fueron pocas las veces en que esperaron las lluvias con esperanza, pero no se concretaron.

Edinson Aldao, integrante de la comisión fomento de Tala, explica que la zona aledaña a la ciudad canaria está compuesta en su mayoría por productores familiares de distintos rubros que “diversifican el tipo de producción para poder tener un ingreso sostenido durante todo el año”. Principalmente, “el lugar se caracteriza por la producción hortícola y ganadera”, completa Hildegardez Valdez, presidenta de la comisión fomento de Tala: “Son productores chicos y medianos, y como la situación económica es cada vez más difícil, van tratando de agregar algún otro rubro”.

Debido a una sequía que “se viene arrastrando desde hace casi tres años”, Aldao define el panorama actual de la zona como “complejo”, ya que “año a año la merma de lluvia es más grande”, y en este “empezó a pegar más fuerte”. La situación afecta particularmente a los cultivos hortícolas, “los que se plantan afuera y dependen netamente del clima”, que “empezaron a sufrir primero” y son los que “más se han secado”.

Sergio Caputto y Rosana Arias, en su predio en Tala.

Sergio Caputto y Rosana Arias, en su predio en Tala.

Foto: Alessandro Maradei

En Tala no llueve desde noviembre, pero además, previo a eso, las últimas precipitaciones fueron en julio. Sergio Caputto y Rosana Arias, una pareja de productores de la zona, comentan que la ausencia de agua ha vuelto su situación “muy difícil”, ya que lo poco que pudieron plantar no creció o, directamente, no nació.

Perdieran totalmente los zapallos, los boniatos y las papas que habían plantado en sus campos, y pasaron de “levantar 200 cajones de cebollas” a sólo cosechar 60 o 70. “El zapallo se llegó a plantar hasta tres veces; lo plantábamos, se secaba o no nacía, lo volvíamos a plantar, y así sucesivamente… es todo pérdida. Nosotros vivimos de eso, la venta de las verduras es nuestro sueldo”, lamenta Arias.

El ganado tampoco escapa de las consecuencias; los animales pastan menos y empeora su alimentación. Según Aldao, los productores también deben estar pendientes de que los animales tomen agua, por eso se desplazan “cuatro o cinco kilómetros hasta lugares públicos que hay distribuidos en la zona” para llevar a los animales a beber.

Sin trabajo

La situación crítica no se limita a los cultivos y a los animales. En el caso de Caputto y Arias, en setiembre el sol también evaporó el agua de los dos pozos que usaban para su consumo personal. Para conseguir agua para vivir, la comisión fomento les prestó plata para hacer más profundo uno de los pozos. “Gracias a eso tenemos el agua en casa y están llevando mis padres también, que tampoco tienen agua para su consumo”, dice Arias.

Siempre trabajaron en su casa, produciendo para sí mismos, pero ahora, al no tener cosecha, tuvieron que salir a conseguir trabajo: “Donde hay trabajo, vamos. Trabajo en la quinta de un vecino que nos llama cuando nos necesita porque no tenemos para vivir”, añade.

Fernando Álvarez, también productor de la zona, cultiva cebolla, boniato y zapallo kabutiá a la intemperie, pero principalmente tiene invernáculos en los que planta tomates y morrones. A la producción de los invernáculos “la llevaba bastante bien”, pero “ahora la cosa sí se empezó a complicar”. Por eso, comenzó a tomar medidas para encontrar otras formas de conseguir agua.

Una posible solución comunitaria

La larga ausencia del agua que cae de los cielos llevó a los productores a poner los ojos en los suelos. Arriba de un camión con varios tanques prontos para ser llenados y al lado de una retroexcavadora que trabajaba en un pozo enorme, Álvarez observa cómo el agua brota de las profundidades y una manguera llena cada uno de los depósitos. Como medida de prevención, el productor tomó la iniciativa y comenzó a excavar un tajamar. Sin embargo, pese a su utilidad, no lo ve como una solución definitiva: “Con el agua que saque de este tajamar no nos va a dar para mucho, capaz que no nos da para una semana, porque donde venga el sol muy fuerte se seca todo. El principal consumidor de agua hoy en día es el sol”, explicó.

Caputto y Arias también tienen un tajamar, pero este lo hizo la Intendencia de Canelones como medida de apoyo la semana pasada. Pese a que consideran que fue “una gran ayuda”, para sacar provecho de la excavación necesitan invertir en cables de luz y una bomba, pero “es muy costoso”, y más en su situación actual.

Pozo en el predio de Sergio Caputto y Rosana Arias.

Pozo en el predio de Sergio Caputto y Rosana Arias.

Foto: Alessandro Maradei

Valdez comenta que varios productores han excavado para encontrar agua, pero señaló que en la zona hay lugares donde “se ha profundizado 60 metros y no se encuentra agua para un tajamar o un pozo artesiano”.

Como solución, la presidenta de la comisión fomento planteó la posibilidad de replicar una iniciativa exitosa en la zona: pozos comunitarios. En 2018, con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo y por iniciativa de la comisión fomento, en Tala se instalaron tres pozos de agua en los lugares en que la sequía afectaba más a los productores. Se encuentran en el Club Mangangá, el Club Social Deportivo y Agrario Wanderers y la Sociedad Nativista El Rancho. Según Valdez, más de 25 familias sacan agua sólo del pozo de Mangangá.

“Los pozos han ayudado a sostener a los productores. Si no estuvieran, estaría todo horrible, habría cultivos que se habrían terminado y ganado que la gente tendría que llevar muy lejos para darle agua. Aparte, el ganado no está para trasladarse lejos, porque no están alimentándose como para gastar muchas energías. Si bien el productor tiene que trasladarse dos o tres kilómetros con una cisterna y con un tractor, puede llevar el agua y salvar un cultivo”, apunta.

El ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), Fernando Mattos, se reunió la semana pasada con la comisión fomento. Según Valdez, Mattos les comentó que iba a hacer gestiones con UTE para abaratar la energía que bombea los pozos.

Además de los pozos, también se generó una toma de agua en el río Santa Lucía y otra en el arroyo Vejigas, que abastecen a varios productores. “Cada uno tiene la cañería que llega hasta su predio, con eso no tienen problema con el agua”, explica. Cuando se hizo ese proyecto, se dejó una toma por si OSE necesitaba extraer agua de ahí, para que sea un “servicio general para el pueblo”.

Pan para hoy, hambre para mañana

“Se están tomando algunas medidas por parte del MGAP, que está subsidiando algunos créditos. El tema es que la mayoría de las familias tomaron créditos el año pasado por una situación similar a esta. Este año vuelven a tomar créditos y hay que pagarlos. Es complejo porque no soluciona el problema, hace que tires para adelante hacia una posible mejor situación, pero nada garantiza que para el año que viene no volvamos a vivir una situación similar; habría que ir a soluciones de otra índole”, dice Aldao.

Según él, más allá de que esas medidas “sean créditos con un gran contenido social y que ayudan en el momento”, “te comprometen e hipotecan el futuro”. Por eso, pidió que se evalúen otras soluciones “con base en una contribución del Estado”. Sugirió, por ejemplo, ampliar la cantidad de litros de combustible que se les exonera de IVA a los productores familiares que tienen una empresa constituida para ayudar a afrontar las resiembras, ya que muchos perdieron la cosecha y tienen que volver a sembrar nuevamente.

Fernando Alvarez, productor de Tala en el tajamar de su predio que está ampliando.

Fernando Alvarez, productor de Tala en el tajamar de su predio que está ampliando.

Foto: Alessandro Maradei

Por otro lado, la Intendencia de Canelones hizo “alrededor de diez tajamares en lo que va del año”. Además, está apoyando con el traslado de agua en algunas zonas y ha restablecido el orden en los sistemas de bombeo a gran distancia. Valdez opina que “desde la intendencia están haciendo todo lo que pueden, han estado muy presentes, recorriendo, viendo las necesidades de cada uno. También, lamentablemente, tienen que hacer una selección, tienen que apoyar primero al que está más necesitado, el que está con la soga al cuello”.

“Toda la zona ha sufrido de erosión y eso generó un efecto dominó con la disponibilidad de agua. Creo que con los pozos artesianos comenzamos a hipotecar el futuro del agua en calidad, cantidad y continuidad para las próximas generaciones. Debemos ir a un sistema que provea agua para la producción que no venga del agua que es apta para beber. Hay que cosechar el agua que llueve, la poca que nos llueve ahora, detenerla y tenerla disponible”, apuntó Aldao.

Además, como solución a largo plazo, plantea la posibilidad de cambiar las legislaciones de manejo hídrico que no permiten intervenir las cuencas de agua: “No hay otra cosa más eficiente que la limpieza de los arroyos, y restablecer los cauces y las lagunas que hace años había en las cuencas de esta zona. Con estudios y proyectos previos se puede intervenir las cuencas para mejorar la cantidad y calidad del agua. Hoy tenemos una calidad magra y eso repercute en los tiempos de producción y en la disponibilidad después para los animales, porque no les brinda una seguridad sanitaria”, aseguró.

La amenaza de la importación

“Si bien los productores rurales estamos acostumbrados a estos eventos, a tener una granizada que nos deja sin cosecha, o una tempestad que nos lleva los invernáculos, esto ya viene castigando hace tres años, entonces es muy difícil de superar”, dice Valdez. Por la misma línea, Aldao agrega que están en un momento complejo “en lo anímico”, ya que en días como el jueves pasado, en los que “se nubla y parece que va a llover, pero no llueve”, se genera frustración.

Pese a la ausencia de lluvias y la baja en la cantidad de producción, Arias dice que aún puede vender lo que cosechó a buen precio. Sin embargo, señaló que la situación puede cambiar si a los grandes productores “se les ocurre importar” los productos debido a la escasez: “La importación nos mata. Nosotros, que somos muy pequeños, lo poquito que tenemos lo podemos vender a mejor precio. Si ellos importan, nos bajan los precios, entonces nunca podemos darle valor a lo que nosotros cosechamos, se desvaloriza totalmente”, explica.

Plantación de maíz en un predio en Tala.

Plantación de maíz en un predio en Tala.

Foto: Alessandro Maradei

Además, añade que las importaciones afectan principalmente a los pequeños productores, porque “el gran productor antes de importar ya vendió toda su cosecha. No espera a que le importen y le bajen el precio, lo vende primero. Nosotros no porque lo hacemos rendir para poder vivir todo el año”.

Valdez comentó que cerca de 40 productores de la zona están en una situación “muy complicada” y que es muy difícil que puedan conseguir otros trabajos, debido a que “la mayoría tienen más de 40 años y no tienen estudios, algunos no tienen ni primaria completa”. Para Aldao, los productores son “patrimonio nacional” y lamentó que el cúmulo de conocimiento que poseen se está perdiendo, “porque año a año son menos los que quedan”, ya que se ven damnificados por esta crisis.

De todas formas, Valdez mira hacia adelante: “Los productores rurales somos grandes guerreros; si bien nos deprimimos un poco, volvemos a tomar impulso”.

Pese a que los tajamares y los pozos ayudan a resistir, los productores siguen aguardando a que se cumplan los pronósticos de lluvia para que la situación pueda mejorar. En el caso de Arias y Caputto, si llueve en los próximos días, podrían recuperar sus cultivos de boniatos y en un mes estarían listos para cosechar. Según Caputto, se necesitan entre “40 o 50 milímetros de lluvia para salvar la producción de tierra”. Los días pasan y la espera sigue.