Durante los primeros meses de la cuarentena estricta dispuesta por el gobierno argentino en 2020 –que acabaría sobre mediados de setiembre– una serie de informes periodísticos dieron cuenta de un fenómeno lento pero continuo: el pedido de residencia de ciudadanos argentinos en Uruguay. ¿Qué buscaban estos novedosos migrantes? ¿Querían quedarse o sólo esquivar la cuarentena, que de este lado estaba menos consolidada? Finalmente acabarían siendo poco menos de 30.000 residencias –entre otras, las de Susana Giménez y Óscar González Oro, a la vez que Marcos Galperín, dueño de Mercado Libre, Matías Wolocki, dueño de auth0, y Marcos Migoya, dueño de Globant– y la búsqueda de todos fue dispar.
Entre esos miles de migrantes había profesionales independientes que añoraban la imagen de Uruguay que tradicionalmente opera en el imaginario colectivo argentino –la noción de vivir en un país más tranquilo, con las patas en el agua y un horizonte lejos pero cerca– y recayeron en Montevideo. Pero también llegaron los empresarios y dueños de algunas de las empresas más prósperas de Argentina, que prefirieron afincarse mayoritariamente en Punta del Este (de hecho, más de 10% de los habitantes de Maldonado, y 75% de las inversiones inmobiliarias locales, son argentinos). Eso llamó la atención de muchos y muchas. Entre ellas, de la periodista Silvia Naishtat, directora de la sección Economía del diario Clarín, y de la exsenadora argentina y magíster en periodismo María Eugenia Estenssoro, quienes comenzaron a indagar en ese fenómeno con la intención de saber por qué esta élite se estaba radicando al otro lado del río. Producto de esa investigación, y por sugerencia de la editorial, comenzaron a indagar no sólo en ese tema, sino en la estabilidad económica y la historia uruguaya. Así llegaron a Laboratorio Uruguay, un libro editado y publicado hace pocos meses en Argentina y que llegó también a esta margen del Río de la Plata con fuerza previsible: pocas cosas impactan más en Uruguay que la mirada que se le provee desde la otra orilla, ese sitio que provoca amor, admiración y recelo –o fascinación y risas– en partes desiguales.
En poco más de 300 páginas y producto de decenas de entrevistas, entre las que se destaca la que concedió el presidente Luis Lacalle Pou, ya consignada en la diaria, en la que reconocía que debió desdecirse de su promesa de campaña de que no tocaría la edad jubilatoria, pero también las de Danilo Astori, Fernando Pereira, Beatriz Argimón, Gerardo Caetano, José Mujica y Lucía Topolansky, entre otras figuras, las autoras repasan la historia de la estabilidad política local, intentando encontrar allí la explicación a la que reconocen como una de las democracias más estables de América Latina. En esa explicación, aunque no sólo allí, hallan el porqué de la radicación de tantos argentinos. Consultada por la diaria sobre aquello que le sorprendió en la investigación, Naishtat destaca ante todo la fascinación que le provocó la figura de José Batlle y Ordóñez: “Que hayan tenido ley de divorcio en 1907, 80 años antes que nosotros, así como la decisión de separar iglesia y Estado, que les permitió tener una una ley de educación como la 1.420 casi una década antes, demuestra que es un país muy progresista”.
“Me pareció fascinante el personaje de Danilo Astori, una cabeza brillante, una lucidez”, agregó la ingeniera agrónoma y periodista especializada en economía desde 1984, cuando empezó en el viejo diario La Razón, dirigido por Jacobo Timerman. “Y también el nivel de acceso y cómo se brindaron los préstamos de documentos, el abrirnos sus casas, siendo que desde acá suele escucharse que no nos quieren a los argentinos y nosotras no somos nadie allá. Fue algo que, como periodistas, no es habitual”.
¿Por qué pensás que los uruguayos fascinan a los argentinos, más allá de lo que viste?
En una región tan convulsionada como América Latina en este momento, Uruguay aparece tan estable democrática y económicamente, que verdaderamente llama la atención. En el Latinobarómetro, que mide la aceptación de la democracia, Uruguay tiene uno de los índices más altos, es muy interesante. Y ni hablar de lo que significa en términos de estabilidad económica. Si bien tienen un problema por la sobrevaluación de la moneda, es un problema que viene por los mejores motivos, de lo que los economistas siempre hablan cuando mencionan la enfermedad holandesa: fijate cómo se ha compensado con las últimas inversiones recibidas, en este caso la tercera planta de celulosa, que proporcionó cerca de 4.000 millones de dólares, las pérdidas por causa de la sequía: porque aquí [por Argentina] se han perdido 21.000 millones de dólares, y en Uruguay casi 1.800 millones, pero con eso han compensado y no los hace estar con la soga al cuello como acá. Estas dos estabilidades están unidas entre sí, la política y la democrática. No sólo es seductor para los argentinos: si hablás con franceses o cubanos que se han instalado en Uruguay realmente es muy notable.
A eso se añade la estabilidad económica, que antes no era tan normal. ¿Cómo la perciben allí?
Eso se ve en los números. Uruguay tiene un riesgo país bajísimo, una inflación anual que equivale a la que tenemos acá en un mes, inversiones muy potentes, pero nosotras, con María Eugenia, nos preguntamos si siempre ha sido así; y la verdad es que no. La pregunta, entonces, es: ¿cuándo cambió? En los 70, 80 y 90, producto de la dictadura también, allí se creó la frase de “el último que apague la luz” por la cantidad de gente que se fue, que incluso acompañaba las paredes que iban al viejo aeropuerto de Montevideo. Les preguntamos a los propios uruguayos cuál fue el hecho que impulsó este nuevo Uruguay y muchos coinciden, como Danilo Astori y Gerardo Caetano, entre otros de los tantos que entrevistamos, en que fue el momento en que el presidente Jorge Batlle decidió pagar la deuda. Es decir: no hacer una quita colosal como hizo Argentina, no declarar el default, sino reestructurar la deuda a tres años, reconocer intereses más altos, que implicaron un sacrificio tremendo, pero que implicó no aislar financieramente a Uruguay. Todos elogiaron muchísimo a Alejandro Atchugarry, ministro [de Economía y Finanzas] de entonces. Otra cosa que nos llamó la atención es que en esa gesta se unieron todos, el gobierno y la oposición. Dijeron: Uruguay no se puede aislar financieramente del mundo, y eso dio mucho rédito. Tuvieron 17 años seguidos de crecimiento sostenido de más de 4% y 15 años fueron de Frente Amplio, eso es súper interesante.
Y se produce el desacople de las economías de Argentina y Brasil...
Total desacople. Y también un cambio en la estructura productiva de Uruguay, porque es muy interesante, si te fijás, que sólo el 3% lo explica el turismo, cuando antes tenía un peso mucho mayor, y [cambió también] el peso de la industria financiera: después de la catástrofe de los bancos en 2001 y 2002, el negocio financiero perdió peso relativo, al tiempo que crecieron otros actores: el sector agrícola y el de la industria celulósica.
Los dueños de Argentina, ahora en Uruguay
El tono del libro no juzga. Naishtat se ha sabido codear con políticos y ministros, pero sobre todo con la clase económica que maneja los hilos de Argentina desde hace muchos años, y no tiene una mirada peyorativa sobre esta. Sabe, claro, que tienen motivaciones que no siempre son altruistas, pero considera que son motores de los países, quienes despliegan la fuerza emprendedora e innovadora, la posibilidad de una sociedad próspera y desarrollada. Y se pregunta, junto con su coautora, por qué han decidido dejar el país del que, sin embargo, mucho no se alejan.
En esa lectura, emerge –trascendental– la mirada de los propios dueños de la economía. Es decir: la disconformidad con quien maneja los designios y políticas económicas que hacen y definen los resultados de sus emprendimientos. Es decir: reclaman una economía manejada por sus propios dueños o, al menos, en consonancia con sus intereses y preferencias. Esto excede a empresarios, y de hecho en el libro emergen figuras que no tienen ese perfil, como el promotor cultural José Onaindia y el exbailarín y exdirector del Ballet Nacional del Sodre Julio Bocca. Pero aunque tengan un alejamiento respecto del gobierno argentino –en ese sentido Onaindia es bastante enfático– están lejos de representar la migración de los dueños que más deslumbran –y enfocan– a Naishtat y Estenssoro.
Está muy marcado en el libro cuál es el sector económico y cultural, la élite innovadora y empresaria que llega a Uruguay desde Argentina en los últimos años. ¿No se preguntaron por qué no vienen sectores humildes y, en cambio, suelen ir de aquí para allá?
Es cierto, porque por más que Uruguay sea un país equitativo y tenga mejor coeficiente de Gini y de que tienen el lema de que “naides es más que naides”, al uruguayo le cuesta llegar a fin de mes: es un país muy caro para los propios uruguayos. El motorcito de este libro es que en Argentina sufrimos un fenómeno que no había existido: la salida de las élites económicas. Tuvimos exiliados políticos a raudales, una clase media pauperizada que también se fue, un éxodo científico, pero nunca había tenido un éxodo de los dueños, esta clase social que son los dueños. Y hay emprendedores, sí, pero también hay banqueros, industriales y empresarios en general. Parte importante de la élite económica argentina que se fue, como se dice, a cruzar el charco.
¿Creen que es reversible?
Mirá, nosotras pensamos que esta gente, con todo ese dinero puede vivir en cualquier lugar del mundo, Londres, París, Tokio, sin embargo, se fue a vivir muy cerquita. Están acá al lado. Creo que ellos mismos tienen la esperanza de que, si las cosas cambian, puedan pegar la vuelta. Y con los que estuvimos charlando, un poco estaba esa idea.
¿Por qué se vinieron?
Entre los motivos por los que muchos se fueron hay un tema impositivo, pero también hay un tema de incomodidad política con el actual gobierno argentino y están las ventajas que Uruguay les ha dado. Y también hay un tema de trabas para la operación de empresas que son globales, trabas a importaciones y a remesas y utilidades giradas al exterior.
¿Creés que si en Uruguay cambia el color político podrían irse?
Creo que no, porque todos elogian muchísimo el rol de la izquierda uruguaya. Hubo otras migraciones argentinas a Uruguay, como cuando fue el conflicto con el campo en 2008, en las que los principales fondos agrícolas de Argentina fueron para allá. Y, según el empresario Gustavo Grobocopatel, se produjo la mayor transferencia tecnológica del siglo XXI, porque los argentinos ayudaron con la siembra directa, las semillas que están en la frontera tecnológica, con los tratamientos biotecnológicos de los cultivos, a generar un país agrícola muy fuerte. ¿Y quién gobernaba? El Frente Amplio. La relación de los productores argentinos con José Mujica fue extraordinaria, así que no creo que si cambia el signo político allí, cambie algo. Además, allá realmente se respetan mucho las instituciones, la Justicia es independiente, hay políticas de Estado.
Volviendo al libro y a Argentina, ustedes creen que si hubiera real inversión y apuesta por la ciencia, la educación y la tecnología podrían aprovecharse las oportunidades y recuperar la senda o el camino perdido. ¿Alcanza con eso o se necesita cambiar otras cosas?
No, el problema argentino, no porque lo diga yo que soy una periodista, sino que lo dicen los que saben, es la inestabilidad democrática. Es el espejo contrario de Uruguay; aunque a los países hay que compararlos consigo mismos y no con otros, intentamos que se vea ese reflejo de lo que implica la convivencia democrática en Uruguay. [En Argentina] Tenemos un problema de inestabilidad democrática en el sentido de que las instituciones son muy débiles, la Justicia está cuestionada, el otro acá es tratado como enemigo y no como adversario político, entonces en términos políticos hay un problema. Y en términos económicos no te voy a contar, entonces me parece que es muy profundo. Tenemos índices sociales muy preocupantes, se llega al 40% de pobreza, una calamidad que es moralmente inaceptable.
Aun así, en el libro trasciende cierta esperanza e ilusión. ¿Cómo ves el panorama en este año electoral?
Estamos viviendo un año muy complejo, con un gobierno muy debilitado y una sequía que le hizo perder 21.000 millones de dólares, y hay toda una sensación de que se viene una devaluación muy fuerte, el Banco Central pierde reservas casi a diario, el gobierno necesita una especie de crédito puente del Fondo Monetario, como ustedes tuvieron en 2001. Ojalá llegue, porque el mejor escenario es que el 10 de diciembre Alberto Fernández entregue la banda presidencial al próximo presidente, justo en el 40º aniversario de la recuperación democrática. Es lo que deseamos todos. Pero es un escenario muy complicado.
Acá se observa con mucha curiosidad, incredulidad e incluso con temor –depende de cada quien– la figura de Javier Milei. ¿Cómo ves sus chances?
Las encuestas dicen que está creciendo, pero las encuestas son poco confiables. Creo que Milei está expresando lo que pasaba en 2001, esa bronca de “que se vayan todos” porque la democracia no resolvió los problemas de la gente. Personalmente creo que es un fenómeno peligroso para la democracia, porque ustedes tienen el ejemplo de que, con base en partidos sólidos, la política tiene mucho para hacer, pero sin partidos es muy difícil. Además, cuando uno lee la plataforma de Milei, propone que la gente pueda vender sus órganos, que se pueda vender bebés, busca que la población esté armada, realmente no tiene nada que ver con la democracia. Esa democracia, que tanto nos costó conseguir, peligra ante personajes así. Y gran parte de los problemas y nuestra historia tan triste es por los golpes militares. Uno como periodista debe ser imparcial, pero personalmente en esto no puedo ser neutral.