La tangente es un ciclo de conversaciones con los precandidatos a la presidencia que se desvían de la agenda política diaria, para deslizarse por otros terrenos.

“Esa rubia, que se las tira de economista, ni debe tener título”. Así decía el correo electrónico que un inquieto televidente escribió a Canal 10. Era 2003 y había pasado la primera emisión de Zona urbana, aquel programa comandado por Ignacio Álvarez que marcó un antes y un después en la televisión uruguaya haciendo difusa la línea entre el periodismo y el espectáculo. La rubia era Laura Raffo, que a punto de cumplir 30 años ponía por primera vez su cara y su voz en la pantalla chica, y no podía creer el nivel de suspicacia del televidente quejoso.

“Acepté sin ser consciente de la exposición pública de la televisión, y no sólo empezamos a estar expuestos públicamente, sino que fue el programa de más rating: cada vez que se emitía era un bomba. La exposición siempre viene con eso, pero también con el reconocimiento. Después te acostumbrás, y es mucho más la gente que respeta lo que hacés que la que critica”, dice Raffo.

En su casa tenía colgado el título de economista por la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República (Udelar), ya había pasado por las páginas de El Observador y estaba trabajando como gerenta de un área de la empresa Manpower, cuando Iván Ibarra, productor de televisión y amigo de su hermano menor, la llamó para ver si se animaba a tener un segmento de análisis económico en un programa en ciernes. Hoy Raffo dice que disfrutó mucho de aquella experiencia televisiva porque “el equipo era muy lindo, diverso y trabajaba con mucha alegría”.

Además de Álvarez, en Zona urbana también estaban los periodistas Gabriel Pereyra y Cecilia Bonino, pero el que más se destacaba –sobre todo por su filo irreverente– era Gustavo Escanlar, que tenía como leitmotiv estar “molesto, irritado y confuso”. Una noche, al aire y en vivo, para dar pie a una nota sobre los beneficios de la orinoterapia, Escanlar tomó su propio pis, en un vasito, como si fuera un refresco. “Ay, callate, lo tenía al lado, se puso a tomar pis y después me largaba el aliento; me lo hacía de gusto porque era totalmente desfachatado, era un personaje”, recuerda Raffo.

Por eso, ahora, que es política y precandidata a presidenta, Raffo remarca que estaba preparada para la exposición pública. Aunque –aclara– hay una diferencia considerable entre los focos de la televisión y los de la política, porque “obviamente” al definirse por una bandera –en su caso, la del Partido Nacional (PN)– “empezás a no caerle tan simpática a los del partido adversario”. Aun así, destaca que también estaba preparada para los embates de la política porque de joven fue más que testigo de situaciones que vivió su padre, Juan Carlos Raffo, senador durante el gobierno del presidente blanco Luis Alberto Lacalle Herrera (1990-1995) y ministro de Transporte y Obras Públicas en el último año de ese período.

La precandidata nacionalista se refiere a las muchas denuncias de corrupción que cayeron sobre jerarcas blancos luego de terminado el gobierno de Lacalle Herrera, aquellas que desde filas nacionalistas se bautizaron como parte de una “embestida baguala”. “Esas acusaciones [contra su padre] no eran ciertas, ninguna se probó. Entonces, sabía que en la política no sólo te juzgan por los méritos sino que también a veces se hacen enchastres, pero uno lo tiene que tomar como parte de lo que es y no hacer lo mismo. A mi equipo y a nuestro grupo político [Sumar] les digo: ‘No perdamos el norte, el foco en la gente; los de afuera son de palo’”, cuenta.

“Se ponen championes para ir, no van con el taquito cafisho”, dijo el expresidente frenteamplista José Mujica sobre Laura Raffo a fines de 2020, cuando era la candidata a intendenta de la capital por la coalición, en su estreno como política, aludiendo a las visitas a parte de lo que ella llamaba el “Montevideo olvidado”.

Raffo recuerda que, hace pocos días, el expresidente volvió a referirse a ella, tratándola de “piba”, y si bien le contestó a través de las redes sociales, insiste con que ese tipo de diatribas no le afectan tanto, porque está preparada. Destaca que construyó una capacidad de “resiliencia” para decir que “las etiquetas no son representativas de toda la sociedad uruguaya sino de gente que pone esas etiquetas, que tiene esos estigmas y que quizás está tratando de atacarte con un fin político”.

“¿La familia sufre? Sí, claro que sufre, no le gusta leer algún insulto en redes. Pero yo ya lo tomo como parte de la tarea. No está bueno, pero el blanco no destiñe, como dicen compañeros míos, o el que tiene miedo que se compre un perro; ya está, te tenés que animar”, sostiene.

Entre el 121 y el “mentoreo”.

Es una mañana de verano de marzo pero no tan veraniega, así que podría ser de otro mes, porque el clima no dice demasiado, y en la glorieta de la plaza Tomás Gomensoro, ubicada donde nace –o muere– la calle Jaime Zudáñez, a pocos metros de la rambla de Pocitos, hay poca gente, sólo una muchacha con un cochecito de bebé –y el respectivo bebé adentro del cochecito–. Laura Raffo la saluda con calidez y al instante su rostro dibuja un gesto simpático para el pequeño, terminando de encuadrar una escena que parece la cima del cliché de una campaña electoral. “Soy una persona simpática, desde siempre ando saludando a la gente”, dirá minutos después, ante la pregunta ¿dónde está la línea que divide a la política, la economista, la comunicadora y la persona común y corriente? La plaza pocitense es el lugar que Raffo eligió para hacer esta entrevista porque es “muy significativa” para su vida.

Raffo nació en Agraciada y Gil, en pleno Prado, rodeada de lo que llama un “familión”, porque tenía a sus primos, tíos y abuelos a pocos metros a la redonda. Recuerda con entusiasmo a su tía Olga, que era “muy revolucionaria para su época” porque “fue enfermera, manejaba y nunca se casó”. “Era una mujer power”, acota.

En 1984, cuando Raffo tenía 11 años, su familia se mudó a Pocitos, a la vuelta de la plaza Gomensoro. Sobre Benito Blanco se tomaba el 121 para ir al Liceo Francés, y hasta el día de hoy guarda el recorrido en su mente. Al volver paraba en la rambla y remontaba por la plaza, y veía siempre a los mismos vecinos a idéntica hora: el que paseaba el perro, el que tomaba mate en la vereda y así. Más adelante, cuando logró independizarse y a su trabajo en el diario le sumó las columnas sobre economía en el programa radial de Néber Araújo, alquiló un “apartamentito” en la misma zona, tan cerca de sus padres que con los amigos de su hermano hicieron la mudanza a pie, atravesando la plaza.

“Y hay más”, dice Raffo, y sonríe mientras a su mente no paran de llegar las anécdotas que rodean y también atraviesan la plaza Gomensoro. Porque cuando bordeaba los 40 años empezó a trabajar en la fundación Voces Vitales, “que busca el empoderamiento de las mujeres”, con la que en cada marzo hacían una actividad llamada “la caminata de mentoreo”. Según cuenta, era para que mujeres jóvenes de todo el país “que quisieran ser líderes” se juntaran con mujeres “que ya habían logrado ocupar posiciones de liderazgo y de poder en distintos ámbitos”. Raffo explica de qué se trataba:

–Nos juntábamos en la escalinata de la plaza con muchas otras mujeres que estaban en la organización, como Xime Torres, por ejemplo, que tiene La Dulcería acá a la vuelta, y hacíamos una hora de caminata de mentoreo. Nos concentrábamos en la plaza Gomensoro y se hacían parejas, una joven y una mentora, y caminaban una hora juntas para darle consejos y empoderar a la joven; nos volvíamos a encontrar acá y en la escalinata de la plaza nos sacábamos una foto. A esa altura yo ya era mentora, laburaba en el sector privado. Me acuerdo de que las chiquilinas consultaban cómo lograr que en una entrevista de trabajo no te pregunten cosas incómodas, esas que siempre nos preguntan a las mujeres: si estás por tener hijos, si estás en pareja, etcétera. Mi mentorazgo iba más por el lado de cómo hacer para ir creciendo en el laburo y tener oportunidades, y por el lado de las emprendedoras, porque siempre apoyé mucho el desarrollo de mujeres emprendedoras, estaba obsesionada con eso.

Laura Raffo.

Laura Raffo.

Foto: Ernesto Ryan

Feminismo y Lego

“Los lugares te transmiten parte de tu identidad. No es nostalgia, pero la verdad que sentarme acá me emociona, me siento conectada con mis raíces, con parte de lo que soy”, dice Raffo, ya acomodada en uno de los clásicos bancos largos y verdes que tiene la Gomensoro, como toda plaza que se precie de tal. En ese lugar, la precandidata descarta de lleno el estigma que suele caer sobre Pocitos como barrio de chetos; de hecho, dice que en realidad esa etiqueta se la suelen pegar mucho más a la gente de Carrasco, e incluso a ella le han dicho “vos que sos de Carrasco, ibas al colegio bilingüe en bicicleta...”. “Hay fantasías que se construyen alrededor de las personas, es muy común que pongan etiquetas, pero yo no etiqueto a las personas ni por dónde nacieron ni por la niñez que tuvieron, sino por cómo son con los demás”, aclara.

Más allá del mentoreo, Raffo dice que desde chica siempre se rebeló contra las situaciones que suelen vivir las mujeres. Por ejemplo, cuando era adolescente y esperaba el ómnibus de vuelta junto con sus compañeras al lado del Liceo Francés, en 18 de Julio y Gaboto, sabían que “la que se subía última a veces se llevaba un manazo”, y reflexiona:

–Así que ya desde chica fui consciente de que las mujeres nos enfrentamos a cosas que no están buenas y que no tienen que pasar. Por supuesto que a esa edad no sabés lo que es ser feminista, pero ya empezás a percibir que nos enfrentamos a cosas, y eso te va formando la personalidad y te va transformando en una persona con más garra. Porque a medida que vas entrando en el mundo laboral te empiezan a hacer esas preguntas que decía: si pensás tener más hijos, por ejemplo. ¿Y eso qué tiene que ver con cómo soy como persona laburando? Así que de a poco vas tomando conciencia, y yo decidí trabajar mucho por la autonomía económica de las mujeres. Cuando me recibí de economista, en 1998, con mi amiga Tuti Furtado, compañera de liceo y de escuela de toda la vida, decidimos hacer la tesis sobre la brecha salarial entre el hombre y la mujer.

Pero desde la perspectiva feminista hay cuestiones mucho más graves, como la violencia de género. ¿Cómo pensás que se puede avanzar para erradicarla?

Es un cambio cultural, que pasa por cómo educamos a nuestros hijos, y por supuesto que el Estado tiene que ver, porque tiene que dar formación al respecto, y tanto en la educación pública como en todos los ámbitos de información tiene que estar disponible la ayuda del Estado. Este gobierno amplió la línea 0800 4141, para atención 24 horas, creó los tres juzgados especializados de género, pero creo que el gran cambio cultural se va a producir cuando cada uno de nosotros sea consciente de cómo educar a nuestros hijos. Yo tengo dos hijos varones y les hablo de estas cosas desde siempre. Tenemos que lograr el cambio desde la sociedad.

¿Qué les decís a tus hijos?

Soy muy pesada, porque les hablo de todo lo que tiene que ver con el desarrollo y la igualdad de oportunidades para las mujeres. No sólo les hablo del tema de la violencia, por supuesto, que es fundamental, sino que también, por ejemplo, cuando eran pequeños les hablaba de que niñas y niños tienen que poder hacer las mismas cosas, tener las mismas oportunidades. Tanto los pesadeaba que mis hijos, que eran fanáticos de armar cosas con Lego, un día, cuando tenían siete años –son mellizos–, me dijeron “mamá, vení, que te vas a emocionar”. Fui y vi que habían armado unos bomberos que estaban apagando un incendio, y les dije “ah, ¡qué bueno, están salvando a las personas en el incendio!”, y me dijeron “no, no entendiste”, destaparon el autito del bombero, le sacaron el casquito al personaje de Lego y me dijeron “mamá, mirá, es una nena”, y dije “ay, algo estoy haciendo bien”. Los legos tienen los labiecitos pintados cuando son nenas.

Marx y Astori

Hace pocos días, Raffo estaba buscando unos papeles y encontró la carpeta donde su madre atesoraba las poesías que escribió de adolescente. Hay una que se llama “El poema deconstruido al gran Rafa”. Rafael era un compañero de clase que siempre andaba “muy colgado”, entonces, un día a Raffo se le dio por escribir una oda a su amigo, que iba por el mundo con su walkman, “como no haciéndole caso a nada”.

Raffo cuenta que siempre disfrutó mucho de la escritura y llegó a tener un profesor de Literatura que le decía “no, Laura, no te anotes en la Facultad de Ciencias Económicas, vas a perder toda esta parte que tenés, de escribir y comunicarte”. “Pero yo siento que no la perdí. La economía es una ciencia social y la escritura me siguió acompañando: laburé de periodista, escribo mucho y me conecto con sacar apuntes, con andar con una libreta a cuestas y escribir ideas, a veces las escribo en las notas del celular, vamos evolucionando”, comenta.

Fue por la influencia de otro profesor que decidió estudiar Economía. En cuarto de liceo, en el Francés, tenía una materia que se llamaba –justamente– Ciencias Económicas, cuyo profesor caía a cada clase con el titular de un diario como disparador para explicar alguna faceta económica. Eso empezó a despertar la curiosidad en Raffo, que se dio cuenta de que “la economía está totalmente entrelazada con la vida de las personas y que tiene muchísimo que ver con cada decisión que tomamos”. Así fue que con sus amigos Tuti y Rafa, en 1992, entró a la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar.

Raffo recuerda el primer año, cuando tenía que “luchar para encontrar lugar en la clase de Matemática”, llegaba a las seis de la mañana y se “reservaban” bancos con los cuadernos. Cuando tenía 22, en tercer año, empezó a dar clases de práctico de Economía 1. Dice que le gustó mucho y lo disfrutó, pero “la docencia es muy sacrificada, porque no es sólo dar una clase, sino también todo lo que está alrededor: los exámenes, corregir, charlar con los alumnos, lograr que se entusiasmen y se motiven” y, por supuesto, “explicar por qué tenés que bochar a alguien”, que es lo “más feo y difícil” que le pasó. Raffo confiesa que no era muy bochadora, sino al contrario, “siempre quería arrimar” la nota a favor del alumno. Se acuerda de una profesora, Ana Schwarz, “que era brutal”, le decía: “Laura, si queda a medio punto, perdió”.

“Estoy en medio de una nota”, le comenta Raffo a una militante nacionalista que la vio sentada en la plaza y vino rauda a saludarla, con abrazo incluido. “Vamos a ganar”, le dice la militante. Entre tantos estímulos que van y vienen, esperados e inesperados, que afloran en plena campaña, cabe preguntarse si Raffo tiene algún cable a tierra, una actividad para pensar en la nada. La precandidata cuenta que le gusta meditar, tanto de mañana como de noche, pero aclara que no es una experta de la meditación ni mucho menos: se conecta con esa práctica en un espacio propio en el que están sólo ella y la voz de quien dirige la meditación, para lograr “dispersar los pensamientos, concentrarte y hacer foco en lo que querés lograr”. En su caso, usa las meditaciones de Joe Dispenza, en Spotify.

Además, recuerda que antes de ser madre y durante el embarazo practicó el yoga nidra, en el que te tendés en la colchoneta, “te concentrás en distintas partes del cuerpo y también tratás de vaciar la mente de pensamientos y de mentalizar cosas”, y agrega: “Es muy bueno para, en medio de la agitación que representa una campaña, poder encontrar el centro, que es la gente, cómo resolver los problemas, cómo mejorar el país y salir adelante juntos, cómo hacer historia, que es nuestro lema”.

¿Y políticamente estás en el centro?

Políticamente estoy en el centro de las personas. Está bueno tener estas discusiones ideológicas, de la derecha, la izquierda y el centro. Yo voy por una visión humanista: si dentro del equipo tenemos que aplicar una política que es considerada de izquierda pero que resuelve un problema, la vamos a aplicar, como hizo este gobierno con el Mides [Ministerio de Desarrollo Social] y el apoyo a las personas en situación de vulnerabilidad. Y si voy a buscar bajar el costo de vida de la gente, y eso implica mayor desregulación, mayor liberalismo y mayor competencia, que siempre es catalogado como política de derecha, también lo voy a hacer, porque el fin último es bajar el costo de vida y, por lo tanto, mejorar el bolsillo de todos los trabajadores, así que siempre el centro va a ser la gente.

Laura Raffo.

Laura Raffo.

Foto: Ernesto Ryan

Al recibirte de economista obviamente tuviste que estudiar a Karl Marx. ¿Cómo te llevaste con sus ideas?

Mirá, en la Facultad de Ciencias Económicas la gran mayoría de los profesores eran personas que hicieron política en la izquierda: tuve a Danilo Astori, [Daniel] Olesker, [Alberto] Curiel y a muchos más, que eran muy influyentes en la facultad –después también tuve a [Ariel] Davrieux y a [Jorge] Caumont–. Entonces, toda la parte de ideología de izquierda estaba muy presente en la Udelar. Me llevé bien en términos académicos, porque cuando estás estudiando tenés que entender el pensamiento. Obviamente, no lo comparto, pero entenderlo en profundidad es muy importante para definir si lo compartís o no.

Así que no te llevás con la lucha de clases.

No... Creo mucho en los emprendedores y en las pymes, creo mucho en que el que se arriesga a poner un negocio y genera un puesto de trabajo es una persona muy valiosa para el país, entonces, nunca podría decir que ese pequeño empresario, que ese emprendedor se está enfrentando al trabajador que contrata; al contrario, está generando una posibilidad de desarrollo para ese trabajador que contrata, y eso se va a ver reflejado en todas nuestras políticas, porque creemos en las pymes como motor de la economía de Uruguay.

¿Qué recordás de las clases de Astori?

Es imposible no acordarse de las clases de Astori. Daba Economía del Uruguay y era muy ordenado. En el pizarrón ponía “uno” en romano, “el proteccionismo de la década del 60”, luego ponía “uno, punto a, la sustitución de importaciones”, luego “uno, punto a, uno chico”, y otro título, ibas sacando apuntes y era como un libro. Entonces, yo levantaba la mano y preguntaba cuándo empezó el quiebre de “la tablita”, y me decía: “Raffo, no se me adelante, vamos por el punto uno, punto a, punto uno”. Y así daba toda la clase, te quedaba el cuaderno más ordenado de toda la facultad.

¿Con quién aprendiste más?

Con todos. A mí me gusta mucho la microeconomía. La macro, que es la inflación y el déficit fiscal, es muy importante, pero la micro, que es cómo nuestros comportamientos influyen en lo que pasa con los precios, la cotización del dólar, y cómo pequeñas regulaciones pueden cambiar la vida cotidiana, que es lo que nos daba Caumont, me gustaba mucho. De hecho, ahora que estamos proponiendo pasar de las grandes reformas macroeconómicas que hizo este gobierno a las reformas micro, para bajar el costo de vida, para desregular, para lograr mayor creación de empleo, estoy usando mucho lo que aprendí en la facultad.

La carne y el cuchillo

Raffo dice que en el momento en el que decidió volcarse a la política nunca dudó que sería dentro de filas blancas, ya que tiene recuerdos “muy lindos” de niña con la bandera nacionalista. Todavía guarda en su mente que todos sus primos tocaban la guitarra y de chicos cantaban el cancionero blanco en fogones, como “De poncho blanco”, con letra de Julián Murguía y una famosa versión interpretada por Tabaré Etcheverry (“Pecho e’ fierro”), que relata el final de Aparicio Saravia en Masoller, en la guerra civil de 1904: “Una batalla perdida / la ganó una sola bala. / Una batalla ganada / la perdimos por un tiro. / Dios maldiga la memoria / del que apretó ese gatillo. / Malhaya del malnacido / que nos dejó sin caudillo”.

Cuando Raffo se lanzó de lleno a la política, en febrero de 2020, como candidata a la Intendencia de Montevideo por la coalición, no faltaron quienes –sobre todo en redes sociales– se pusieron suspicaces, como aquel televidente de Zona urbana, deslizando que quizás cuando tuvo su columna de análisis económico en Telemundo, entre 2009 y 2020, su corazón blanco latía con igual ritmo y fuerza que ahora. Pero Raffo remarca que en los 12 años que estuvo al aire en el informativo de Canal 12 tuvo que dar tanto de las buenas noticias económicas como de las malas:

–Tuve que anunciar cuando perdimos el grado inversor, tuve que festejar y hacer una columna cuando lo volvimos a ganar. Hablé de alza y de baja de desempleo. Ante todo, soy profesional, y defiendo mucho mi profesión. Creo mucho en los técnicos. En nuestro equipo de trabajo, dentro de Sumar, hay técnicos que tienen su corazón en el PN y hay técnicos que coinciden con las ideas de la coalición, pero que no necesariamente son extremadamente nacionalistas, y aportan desde su lugar, y yo soy muy respetuosa del aporte técnico. Me parece que a los políticos nos da muchísimo valor contar con técnicos que nos den un diagnóstico objetivo y que, después, en base a ese diagnóstico, podamos construir una política pública que contemple dar más soluciones, que es en definitiva lo que buscamos.

Por estos días pasó la tradicional Fiesta de la Patria Gaucha de Tacuarembó, en su edición 37, y Raffo estuvo allí junto a muchos dirigentes blancos. La precandidata destaca que todo lo que implica esa fiesta forma parte de la identidad, no sólo de los nacionalistas sino del interior, “donde las personas se siguen vistiendo con ropa que quizás acá, en un centro urbano, se vería como que llama la atención, pero que en el interior del país es absolutamente común, como la bombacha de campo y los sombreros”.

“A mí me gusta mucho, conecto con esa identidad uruguaya, porque tiene que ver con lo que somos, y por supuesto que tiene que ver con los orígenes del PN, que siempre defendió y se posicionó en el interior, porque históricamente los colorados estaban más en Montevideo y el PN en el interior, así que lo disfruto”, insiste Raffo. Además, confiesa que para ella ir a la Fiesta de la Patria Gaucha es como volver a aquella época familiar de su niñez, entre fogones con primos y acordes de canciones blancas.

Pero ahora cuando fuiste a la Patria Gaucha no te pusiste la bombacha de gaucho y todo eso.

No, yo voy con la ropa que tengo, porque me parece que uno tiene que ser auténtico. Soy auténtica, voy con mi ropa. Obviamente, no como estoy vestida ahora: fui con un jean, unas botas y una camisa cómoda. Pero llevé, eso sí, mi cuchillo de comer asado que dice “Laura Raffo”. Me lo regaló mi pareja. Me dijo: “Siempre vas a esos lugares donde están todos los hombres con los cuchillos con sus iniciales, vos tenés que tener tu cuchillo con tu nombre”, y me lo regaló.

¿Te gusta el asado?

Me encanta. El otro día estábamos de recorrida en Colonia y cuando íbamos rumbo a Tarariras paramos a comernos un cordero, no sabés lo rico que estaba. Y nada más rico que cortarlo arriba de la tabla.

¿Dónde hay más machismo, en la política o en la televisión?

Lamentablemente, todavía hay resabios de machismo en varios ámbitos de la sociedad, pero lo importante es la actitud que tomemos como mujeres para señalar cuando eso pasa. A veces hay un machismo imperceptible: te hacen un comentario y no se dan cuenta de que están siendo machistas, entonces, lo señalás. Yo siempre señalo: “Che, ¿te das cuenta de lo que acabás de decir?”. O “¿se dan cuenta de que en esta mesa soy la única mujer? Vamos a llamar a Fulana y Mengana, las sentamos a la mesa”.

Hace pocos días, en referencia a la participación de las mujeres en política, el presidente Luis Lacalle Pou dijo que “hay decisiones que se toman en la barra, comiendo un asado y, por lo general, esas reuniones son de hombres”. Pero a vos te gusta el asado y tenés tu cuchillo.

La sociedad hoy se mueve por determinadas reglas, y antes de lograr cambiar los ámbitos, primero tenés que participar en los ámbitos, así que voy a esas reuniones con mi cuchillo de asado y participo. Y, de a poquito, vamos tratando de que esas reuniones se vuelvan más participativas y vayan cambiando. Pero primero tenés que sentarte en la mesa de las decisiones, y si la mesa de las decisiones es esa, ahí me van a tener, con mi cuchillo de asado.

¿Y qué hacen con el cuchillo, lo ponen sobre la mesa?

No, cada uno lo guarda. Yo tengo mi forro de cuero para guardarlo. Los hombres se lo colocan atrás, en el cinturón; yo no tengo cinturón, lo llevo en mi bolsito.