Los rostros que componen el mapa de Uruguay en el logotipo del Día del Patrimonio 2025, fueron tomados de La marcha del pueblo a la Piedra Alta, un mural pintado entre 1938 y 1939 por Felipe Seade (Antofagasta, Chile, 1912 – Montevideo, 1969), y declarado Monumento Histórico Nacional en 2011, cuando se proyectaba la demolición del edificio que lo alberga: el del Liceo N°2 Andrés Martínez Trueba, de Florida.

La obra, de once metros de largo por cuatro de alto, tiene entre sus principales características el representar la declaratoria de la independencia de 1825 con el pueblo como protagonista —tal como lo señala su título—, además de los asambleístas.

“Muestra la dimensión más colectiva de estos acontecimientos históricos, porque a veces nos detenemos en las grandes figuras, los nombres de los próceres, y ese mural muestra el carácter colectivo del proceso histórico. Es uno de los énfasis que queremos destacar, porque no entenderíamos la ocurrencia de la historia en general si no pensamos en la gente anónima, además de la famosa. Por eso nos pareció interesante tomar como base este mural”, explicó a la diaria el director general de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación, Marcel Suárez, acerca de las razones que llevaron a utilizar los rostros del mural en el logotipo diseñado por el equipo de IMPO para promover las actividades del Día del Patrimonio 2025.

La resolución que lo declaró monumento histórico en 2011, destaca “muy especialmente la procesión de una serie de personas que pueden identificarse con los distintos grupos que integraron la sociedad, constituyendo estos el ‘sujeto principal’ de una peripecia colectiva, en vez de la clásica representación plástica de una declaración de independencia protagonizada por unos pocos elegidos”.

Público en la Plaza Matriz de Ciudad Vieja de Montevideo, durante el Día del Patrimonio, este sábado.

Público en la Plaza Matriz de Ciudad Vieja de Montevideo, durante el Día del Patrimonio, este sábado.

Foto: Diego Vila

Varios tránsitos

Nacido en Chile, Felipe Seade, hijo de una familia de migrantes libaneses que se radicó en Montevideo en 1923, entre 1925 y 1930 trabajó como ayudante de los pintores Enrique Albertazzi (muralista) y Guillermo Rodríguez, realizando además cursos de pintura en el Círculo Fomento de Bellas Artes, según señala su biografía publicada por el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). En 1934 se radicó en la ciudad de Colonia, en cuyo liceo fue profesor de Dibujo. Precisamente en el salón de Dibujo de ese liceo fue que, en 1936, realizó el mural Alegoría al trabajo. La obra iniciada en 1938 en Florida parece explicarse, en parte, por la llegada a la dirección del Liceo Departamental del doctor Carlos Wettstein, quien arribó a Florida desde Colonia —en su paso por el liceo coloniense, Wettstein fue un docente que marcó al entonces alumno Miguel Ángel Odriozola, a la postre arquitecto y actor fundamental en la conservación y restauración del patrimonio de Colonia, y en el proceso de declaración, por parte de la Unesco, del casco antiguo como Patrimonio Mundial—.

El mural de Seade en el liceo de Florida deja ver, entre quienes marchan a la Piedra Alta, a pobladores de raíz indígena y así como afro, algo que en esa institución no era necesariamente una novedad por aquel entonces. Diez años antes, cuando el centro de estudios funcionaba en otro edificio, el ex alumno Ariosto Fernández presentó Historia de la villa de San Fernando de la Florida y su región, un libro que, nutrido de actas del Cabildo de Montevideo, dejaba en evidencia que los procesos fundacionales de Florida, primero en la gestación de la primera frontera norte de la Jurisdicción Montevideo en la Cuchilla Grande Inferior que parte en dos el hoy departamento de Florida, con la consecuente instalación del primer fortín del Pintado, en la década del ’60 del siglo XVII, y luego, en la antigua estancia del Cabildo, la fundación de la villa San Fernando de la Floridablanca como tal, tuvieron entre los habitantes a pardos, negros e indios que andaban por la campaña “sin sitio fijo”; les ofrecieron tierras para instalarse —gobernar es poblar—.

La presentación del libro del historiador Ariosto Fernández fue abierta con una conferencia del director del liceo, Paul Schurmann, en la que destacó la relevancia de investigar la historia local. Schurmann, que asumió la dirección del liceo en 1927, ya estaba irguiéndose como una referencia mundial —al menos occidental—al ganar un concurso internacional con Historia de la Física (trabajo publicado recién en 1936). La obra fue aclamada en Europa y Estados Unidos, siendo celebrada, entre otros, por el italiano Aldo Mieli, uno de los más influyentes investigadores de la todavía joven historia de la ciencia como ciencia propiamente dicha.

Ya en el siglo XXI, el profesor Alberto Cruz aportaría a la historia local y nacional una radiografía demográfica de lo que hoy es el departamento, en el libro ‘Raíces de la población de Florida, 1750 – 1835’: demostró que la mayor parte de la población de aquel período estaba compuesta por migrantes de tierras paraguayas, brasileras y del margen oeste del río Uruguay —Corrientes, Misiones, Santa Fe, Buenos Aires…—, con un fuerte componente de raíz indígena, e incluso, en algunos tramos del período estudiado, con una presencia afro mayor a la de los europeos, los cuales entonces “eran muy pocos”, según enfatiza el autor.

El edificio en el que se encuentra el mural es, además, por sí mismo un símbolo del Uruguay del optimismo. Fue el Hotel Molina, que venía funcionando en la misma esquina del centro de Florida (Independencia y Joaquín Suárez) desde la segunda década del siglo XX. Era propiedad de Tomás Molina, un empresario que había comenzado como carpintero y fue ampliando su área de actividad y su fortuna, con un desarrollo hotelero que, en el nuevo edificio, construido en la segunda mitad de la década del ’20, le permitía promocionar, a través de un aviso a página entera en el diario El Heraldo, la llegada de “uno de los mejores meitre de cocina que ha trabajado en los principales hoteles de Sud América”.

Pero el comienzo de la década del ’30 fue un quiebre. El imponente hotel terminó siendo la razón de su declive económico, migrando a Montevideo para volver a trabajar como carpintero. En 2013, las tareas de remodelación del edificio —la demolición fue parcial—, dejó al descubierto que Molina tenía, también, otros optimismos: fue hallada una botella con un ejemplar de El Heraldo y una carta escrita en diciembre de 1926, en la que Molina dejaba registro, con nombre y apellido, de los anónimos constructores a cargo de la obra del que sería el nuevo edificio del hotel. La carta incluía una nota al pie: “Se deja constancia que Tomás Molina es Bolchevique y, por lo tanto, entusiasta admirador de la nueva Rusia Soviética y augura para el día que lean el presente documento una nueva sociedad de hombres de bien”.

Del pueblo a los ilustres

En 1941 fue que el Poder Ejecutivo, por iniciativa de Juan Pivel Devoto, comenzó un proceso para que la independencia tuviera su obra pictórica, aunque, como se evidencia en el expediente del Ministerio de Instrucción Pública y Social, poniendo en el centro a los asambleístas. En losoficios que abren el expediente, se afirma que “artísticamente nada se ha intentado en el país” al respecto del “más trascendental [hecho] de la historia nacional: la Declaratoria de la Independencia realizada el 25 de Agosto de 1825”.

El primer premio del concurso resultó desierto, y el segundo premio le fue otorgado a Eduardo Amézaga, a quien el jurado, presidido por Pivel Devoto, le solicitó algunas modificaciones con respecto al boceto original, siempre con énfasis en el retrato de los ilustres asambleístas.

Aunque el plazo original para terminar la obra vencía en 1945, fue concluida recién en 1947, aunque una serie de vaivenes propios de los tiempos estatales, como la resolución de encuadrarla 17 meses después de pedir el presupuesto —cuando entre materiales y mano de obra ese trabajo había tenido un ajuste al alza del 40%, por lo que, ante la protesta del encargado de esa labor, tuvo que gestionarse todo otra vez—, la obra quedó lista para ser expuesta recién en 1950, cuando ya faltaba poco para que el floridense Andrés Martínez Trueba asumiera la presidencia de Uruguay. En el medio, el proceso iniciado durante el mandato de Alfredo Baldomir, siguió por los de Tomás Berreta y Luis Batlle Berres.

En una entrevista publicada por Mundo Uruguayo en 1943, Amézaga explicó que estaba realizando un minucioso trabajo, en base a retratos de cada uno de los asambleístas, así como a diferentes documentaciones que aportaban información que lo nutriría de detalles para plasmarlos en la pintura. Pero no los tenía de todos. “Respecto a cinco de los quince asambleístas se carece de toda documentación gráfica. He imaginado a esos personajes…”.

La pintura de historia suele ser “una construcción muy posterior” al hecho representado, explicó a la diaria la doctora Malosetti Costa, descendiente de cinco generaciones de educadoras de Florida, actualmente directora del Museo de Artes Decorativas. “A veces se inventan las caras de las personas, otras veces se inventan las situaciones, para que [la pintura] sea creíble”, indicó, apuntando que, en el caso de las pinturas sobre la asamblea del 25 de agosto de 1825, “son construcciones generadas más de un siglo después del hecho”.

En el marco del ciclo Charlas Bicentenarias, Malosetti expuso el miércoles 1° sobre “Símbolos de revolución de guerra” en el Museo de Artes Visuales Ernesto Alexandro (MAVEA), de la Intendencia de Florida, rodeada por las obras que integran la muestra “La Patria y Florida; miradas en el bicentenario”, instalada allí desde el 20 de agosto, con pinturas originales y copias impresas de diferentes representaciones del proceso de la independencia, entre estas una de Manuel Rosé, que es la que históricamente ha estado en el salón de honor del palacete de la Intendencia de Florida. Rosé había presentado, para el concurso de 1941, dos bocetos, pero los retiró en mayo de 1942, antes de que se conociera el fallo del jurado, que estaba integrado por Pivel Devoto, José Luis Zorrilla de San Martin, José Pedro Argul, Domingo Bazurro y Carlos Herrera Mac Lean. Argumentó que este “no está integrado en su mayoría por personas que merezcan la confianza en cuanto a fallar con imparcialidad”.

Pero en la exposición instalada en el MAVEA, no hubo, ni hay, copia alguna del mural de Felipe Seade. Sí está, luego de haber sido integrada el 9 de setiembre —veinte días después de la apertura—, la pintura de Juan Curuchet Maggi que representa el rancho de Basilio Fernández en el que sesionó la sala de 1825. Esa pintura fue encargada por Andrés Martínez Trueba en 1952, dos años después de que se conociera, con marco y todo, la obra de Amézaga que tenía los fieles retratos de los ilustres asambleístas, salvo los imaginados, pero no atendió un detalle: la construcción en la que sesionaron, era un rancho.

La pintura del rancho se basó en apuntes que elaboró, también a pedido de Martínez Trueba, el pintor local Alberto Pratto, en base a testimonios que lo habían visto a fines del siglo XIX —aunque se trataba de una reconstrucción, pues el rancho había sido derribado, a bala de cañón, en 1864, durante el sangriento paso de Venancio Flores durante la otra cruzada libertadora—.

Curuchet Maggi, que en su vida (1900-1974) pintó un total de 3003 obras según su registro personal, tuvo entre sus características el fuerte énfasis en la representación lo más fidedigna posible a lo que veía. Varias de sus pinturas son de ranchos de los barrios Piedra Alta y Prado Español, donde entre fines de la década del ’20 y comienzos de la del ’30 lo hizo junto a su amigo José Cúneo. En la tradición oral de la familia Curuchet quedaron los cuentos de floridenses que, mientras los veían pintar a ambos, se acercaban al floridense y le comentaban al oído, palabras más, palabras menos: “a vos te salen mucho mejor. A aquel otro les quedan todos torcidos”.

Alexandro, a quien homenajea el MAVEA con su nomenclatura, también pintó ranchos, pero del lado de adentro —en su obra se puede ver el hambre, como en el caso de una carbonilla en la que aparece un perro extremadamente flaco, junto a una mujer a la que no se le ve el rostro, pero sí su pelo negro, largo, llovido—. En 1969 el diario El Heraldo se refería a Alexandro como “el pintor de la vida humilde”.

Logo Día del Patrimonio 2025

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Deterioro acumulado

El mural de Felipe Seade en el salón de actos del Liceo N°2 sufrió, sobre todo a partir de la década del ’80, un importante deterioro, sobre todo porque muchos estudiantes fueron dejando, a fuerza de objetos que les permitieron grabar la pared, registros de su paso por el liceo, así como de sus amores, entre otros mensajes. La parte baja del mural fue tapada luego con lambriz. Después de la declaración como monumento histórico, el deterioro continuó, pero fundamentalmente por la humedad.

El profesor Gonzalo Dalto —ex alumno del liceo—, quien comenzó un proceso de investigación sobre el mural con el objetivo de elaboración su tesis para obtener el título de magister en Arte y Cultura Visual, remarca, ante todo, “la ausencia”, producto del deterioro. “Los fragmentos que ya no existen, que fueron parte del mural y que hoy solo pared, son fragmentos en los que, justo, [en el mural original] aparecen afrodescendientes”. También resalta “la imagen prototípica, dentro de la época, de Joaquín Suárez, que es quien encabeza la marcha”. “Como artista, Seade me parece espectacular. Toda su obra fue de escenas cotidianas del pueblo”, añadió.

El cuidado del mural implica “trabajar en varias dimensiones”, señaló Marcel Suárez. “Una preventiva, a nivel de la comunidad educativa, que de a poco ha ido como recuperando la consideración de ese lugar, tratando de agredirlo lo menos posible. Hay condiciones que no dependen de las personas, como la humedad de la pared. No se ha encontrado la solución para poder evitar el avance del deterioro, producto de la patología que ya tiene el muro de por sí, además del deterioro generado por la mano humana”, indicó. La investigación previa a una intervención, así como la intervención misma, requiere de una cifra abultada, y ese parece haber sido el principal motivo por el cual, hasta ahora, no se ha realizado. Suárez indica que las restauraciones son procesos lentos, y que requieren de grandes erogaciones, y las dificultades para encararlas “es un problema a nivel mundial”. “No es solo declarar [monumento histórico]; hay que tener, además, un plan de gestión”.

Del mural, cada vez queda menos. Un trabajo digital de la empresa Gadamix, cuando se instaló en Florida en convenio con la Dirección Nacional de Casinos, permitió un registro gráfico de calidad, que fue expuesto mientras la empresa estuvo en el Casino, en cuyo ingreso por la calle Jos´pe Enrique Rodó hubo un cuadro con La marcha del pueblo a la Piedra Alta con un menor deterioro al que hoy presenta el mural. Pero, al retirarse de Florida, el cuadro se fue con la empresa.

La iniciativa de algunos docentes del Liceo N°2 ha conseguido, en los últimos años, hacer foco en el valor del mural, por ejemplo, con una serie de trabajos realizados, en diferentes proyectos, con los estudiantes como protagonistas. De hecho, en el marco del Día del Patrimonio 2025, el edificio de la institución estuvo abierta el sábado, de 10.00 a 13.00 horas, ofreciendo la posibilidad no sólo de ver el mural, sino también una reproducción de estudiantes de 9° año, así como infografías generadas ante las diferentes propuestas planteadas por los docentes. La propuesta se titula “El lienzo de la historia – Estudiantes pintas su Marcha del pueblo a la Piedra Alta”.

“La idea es mostrar el trabajo que vienen realizando los chiquilines, poniendo en el escenario público el diálogo esto del arte y la revalorización del patrimonio que tenemos en el liceo”, explicó a la diaria el director del liceo, Claudio Rivero.