Mario Lubetkin es hijo de inmigrantes. Su padre tenía ciudadanía lituana pero era ucraniano, y llegó a Uruguay con siete u ocho años, mientras que su madre era lituana y llegó con su familia de muy chiquita, tras un período viviendo en Brasil. Sus padres son de origen judío “pero con una visión progresista” y su infancia fue sobre la calle Monte Caseros, en La Blanqueada. Aunque sus padres no tenían un perfil particularmente politizado, con 11 años los acompañó al acto del Frente Amplio del 26 de marzo de 1971.
Fue a la escuela del barrio, la 88, sobre la calle Estero Bellaco, y al liceo Dámaso, aunque tuvo que interrumpir sus estudios. En un contexto en el que los comités de base de la izquierda se reproducían en las esquinas, comenzó a militar con amigos del barrio en la Unión de Juventudes Comunistas (UJC).
A los 13 años se tuvo que ir de su casa y en 1974, con 14 años, fue detenido mientras hacía una volanteada en la puerta del liceo 14, de 8 de Octubre y Propios. “Los primeros maltratos me los hicieron en la seccional policial del puerto, y me procesaron en un juzgado que había en la Ciudad Vieja. Me acuerdo de que la celda era la caja fuerte de un banco”. Luego fue detenido por cerca de un mes en el instituto Álvarez Cortés, del Consejo del Niño, que fue centro de reclusión de adolescentes entre 1969 y 1977, que recuerda como un lugar “horrible” y donde estaba con presos comunes.
Su segunda detención fue en 1975, cuando lo agarraron en una redada en la plaza Libertad y estuvo un par de días en la Jefatura. Al salir no podía volver a su casa, iba cambiando de vivienda y durmió varios días al aire libre en una obra en construcción. Así, en 1976 su padre lo llevó a Buenos Aires, donde se quedó viviendo con un amigo en el cuarto de una casa. Trabajaban de noche en una fábrica de plástico, pero llegó también el golpe de Estado en Argentina y, como no tenía documentos, tenía que irse.
Después de tres o cuatro meses en el país vecino, pidió en la embajada de Italia en Buenos Aires para salir rumbo a Roma, donde vivía su hermano. El embajador italiano “fue muy poco receptivo” (“no dejaba que nadie entrara por miedo a que se asilara adentro”) y vivió dos ocasiones en las que casi lo detienen.
Una de esas veces fue afuera de la embajada, mientras esperaba noticias de los papeles sin poder entrar, cuando se detiene en la calle un Ford Falcon “con cinco gorilas que salieron a la plaza frente a la embajada y me dijeron ‘vení con nosotros’. Y estaba por entrar en el auto cuando uno de esos protectores que tengo salió a una terraza de la embajada, una secretaria sería, y dijo: ‘Ese está con nosotros’. Ellos se paralizaron, se fueron y me dejaron en la plaza”.
Aunque no tenía documentos y todavía era menor de edad, a través de contactos logró que el grupo chileno Inti Illimani hiciera gestiones con el viceministro de Relaciones Exteriores de Italia, Gilberto Bonalumi, que gestionó ante el embajador italiano en Buenos Aires que le diera el documento. El pasaje de Aerolíneas Argentinas lo consiguió a través del alto comisionado para las Naciones Unidas, con funcionarios que lo acompañaron hasta dentro del avión.
El peso de Italia
En setiembre de 1976 llegó a Italia, donde vivió con su hermano y culminó parte de sus estudios. “Trabajé y sobre todo activé mucho contra la dictadura, junto a tantos exiliados”. Cuando ya estaba instalado en Roma, el Ejército entró a la casa de sus padres en La Blanqueada por tercera vez a buscarlo.
“Italia incide mucho en mí; incide mucho desde el punto de vista de la cultura democrática. Fue uno de los momentos más altos de la cultura democrática italiana, en lo cual se combinaba mi cultura uruguaya con la cultura de un país que era muy fuerte, de referencia democrática a nivel internacional y en Europa”. En 1983 empieza a intentar volver a Uruguay, pero la embajada le negaba el pasaporte uruguayo.
Allí vuelve a acudir a contactos en el ámbito de la cultura. “Inventé dos visitas de grandes hombres de la cultura italiana para ver si podía entrar con ellos. La primera fue en setiembre de 1983, cuando convencí a Gian Maria Volonté, que fue uno de los actores más importantes del cine italiano, para que viniera a esta América Latina, que él no conocía, y viniera a Uruguay, Argentina y Brasil; yo vendría con él y con eso iba a poder entrar. Pero ahí me volvieron a rechazar el pasaporte”.
“Yo pensaba que en función de mi historia, que no era una historia pesada, como la de tanta gente, iba a tener margen. En verdad no lo tuve en setiembre, pero vino Gian Maria Volonté. Y fue un momento de cultura democrática; fue todo en el Circular, porque El Galpón creo que estaba cerrado en ese momento. Y, como soy muy testarudo, en diciembre me hice una segunda visita, de dos grandes directores de cine, Paolo y Vittorio Taviani, los de Padre Padrone, entre otras grandísimas películas. Ahí me dan el pasaporte y entro con ellos. Todo el evento lo organizó Cinemateca; Manuel Martínez Carril fue uno de los cómplices para que pudiera entrar. Y estuve unos cinco días acá e hicimos la gira después por Argentina y Brasil. Me fui para Italia y ya volví definitivamente para Uruguay en abril del 84”.
Cuando volvió inicialmente retomó su militancia política en el Partido Comunista, pero unos años después se alejó por su trabajo. En Roma había trabajado en la agencia de noticias Inter Press Service (IPS) y cuando volvió a Uruguay fue corresponsal desde aquí. “Me desplacé más hacia el mundo periodístico, de manera autodidacta, porque no había facultades de comunicación”. Con los años, ya alejado de la actividad política, fue director de la oficina de IPS en Uruguay; luego fue director para América Latina de la agencia y en 2002 le ofrecieron ser director mundial de IPS, para lo que nuevamente se fue a Roma a dirigir la agencia por más de una década.
A partir de allí su periplo es más conocido y figura en los currículums. En 2014 iniciaría una carrera en la FAO, primero como director de Comunicaciones a nivel mundial, luego como jefe de Gabinete, con dos directores generales diferentes, hasta que, en 2022, fue nombrado director de la FAO para América Latina y el Caribe y se instaló en Chile. Allí vivió hasta que, el 13 de diciembre de 2024, el día de su cumpleaños, Yamandú Orsi le ofreció ser el futuro canciller.
Lubetkin asegura que durante estos últimos 20 años fuera de Uruguay “no me desconecté nunca”. Venía una o dos veces por año y, en lo que podía, colaboró con los diferentes gobiernos desde sus distintos roles. “Mi ayuda fue a todo Uruguay, lo decía el presidente [Julio María] Sanguinetti cuando fue a Roma y le organicé la conferencia de prensa, lo decía el presidente [Luis Alberto] Lacalle, naturalmente Tabaré [Vázquez] y naturalmente el presidente [José] Mujica”, contó.
Los gobiernos del FA: Tabaré I, Mujica y el “común denominador” de Astori
¿Cómo vivió los gobiernos del FA de 2005 a 2019? ¿Qué cercanía tenía?
Con el presidente Vázquez tenía, con el presidente Mujica la tenía. Y muchísimos amigos. Tenía la distancia de las presiones de mis actividades profesionales, pero en las posibilidades que tenía de ayudar a Uruguay, lo ayudaba. Tampoco puedo decir cosas muy destacadas, salvo ayudar para el establecimiento de una o dos relaciones diplomáticas con países. Pero eran solicitudes puntuales que me hacían, porque también a la distancia, sobre todo en función de las responsabilidades profesionales que yo tenía; eran más solicitudes puntuales que me podían hacer y en las cuales yo podía dar la mano. Hay momentos muy muy emblemáticos, como que el presidente Mujica, yo no sé si era presidente en ese momento, me invitara a acompañarlo a ver al santo padre. Creo que fue la primera vez que se vio con Francisco.
¿Y qué síntesis hace de los gobiernos de Mujica y Vázquez?
En sus diferentes peculiaridades, lo que hay es un punto central: la transformación del país. La transformación profunda del país. Eso es lo que sentía. Al venir una o dos veces al año, a diferencia de todos ustedes, que estaban empapados con la dinámica, yo hacía cortes fuertes y además, siendo un jugador global, me permitía tener esa cabeza de cómo se estaban moviendo los escenarios internacionales y venía acá y veía transformaciones profundísimas. Este es otro país. Sí, el reconocimiento del primer gobierno del presidente Sanguinetti para la estabilidad democrática, nadie le puede sacar una coma a eso. Pero sin duda los tres gobiernos de mayor transformación social en este país son los tres del FA.
¿Con alguno de esos tres períodos se identifica más?
Tienen diferentes perfiles. Si me tengo que identificar más, digo Tabaré I y Mujica. Pero también tienen el común denominador de una persona que apreciaba mucho y con la que tenía una relación relativa, que es la lógica que dio Astori a todos los períodos. La lógica de coherencia por parte de una figura que la vida y la historia de este país lo colocarán en su centralidad, por todo lo que jugó y cómo jugó. Actores importantes hay muchos. Hay actores más centrales que otros.
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