En el marco de una crisis económica y social, en la que el sistema educativo se está viendo fuertemente golpeado, resulta llamativa la jerarquización de la laicidad como problema.
Los enemigos “silenciosos” de la agenda de derechos y de sus garantías, valiéndose de diversos mecanismos, recursos y relatos, alimentan diariamente, ¿sin darse cuenta?, un contexto proclive a las regresiones autoritarias.
Cuando termine 2020, la educación uruguaya habrá profundizado inequidades y se habrá alejado un paso más de la visión ideal que alguna vez tuvimos de nosotros mismos.
Para Uruguay, el dinero perdido en paraísos fiscales representa 4,33% de los gastos de salud. Sería suficiente para pagar, cada año, a más de 12.000 enfermeras.
La universidad no sólo transmite conocimientos, sino también valores y modos de actuar. Inscribe a las personas en la sociedad, les permite socializar, crear vínculos, acceder a un pensamiento plural.
Los términos que usamos en las ciencias sociales tienen una fragilidad histórica, porque necesariamente van cambiando de significado a medida que cambian la sociedad y el conocimiento que podemos elaborar para entenderla.
La división insalvable no sirve a casi nadie. No sirve al gobierno, aunque él la aliente. No sirve a la izquierda, si nos proponemos volver a ser gobierno. Y menos que a nadie le sirve a la gente.