La epopeya de las pequeñas muertes es por lo menos dos cosas: la historia de la ascendencia y la descendencia de un poeta obeso, Renato Pérez, y una máquina devoradora de discursos y narraciones de todo tipo (fantásticas, románticas, íntimas, alucinadas). Hace dos meses, su autor, Fabián Muniz (Montevideo, 1988, profesor y crítico literario en Brecha), se convirtió en el último ganador del Premio Gutenberg, con el que la Unión Europea distingue a escritores locales sub 35. La epopeya, que editó Fin de Siglo, se presenta el viernes a las 20.00 en el café Ducon (Durazno y Convención), donde hablarán Horacio Verzi, Alma Bolón, Martín Palacio Gamboa y Muniz, con quien conversamos.

Me llamó mucho la atención que siendo un texto que cita y recurre a la tradición literaria abiertamente a la vez tenga tanto lugar para la anécdota. ¿Buscabas eso?

Entre las muchas falsas oposiciones que habría que ir desmontando está esa de que un texto es o bien anecdótico, realista, sencillo, o bien referencial, intertextual, lúdico; se puede aspirar a hacer convivir las dos cosas. Desde el Quijote, la novela moderna es, a su vez, un intento de crear, en primer lugar, un héroe moderno (no me gusta mucho el concepto de “antihéroe”), que puede ser cualquiera, y, en segundo lugar, un universo de intercambios simbólicos, de intertextualidades, de lecturas y escrituras encima de escrituras. La literatura como un palimpsesto paródico.

El título me confundió un poco, porque tal vez pensaba en la acepción corriente de “epopeya”, pero en la página 44 aclarás el sentido en que usás el término, equivalente a “creación”, que creo que va bien con ese narrar ramificado del texto. Pero, de nuevo, ¿por qué jugar con un posible oxímoron epopeya/pequeñez?

Me interesa mucho lo que percibís, porque yo quise plantear el oxímoron. Tiene que ver un poco con la primera pregunta: si se puede rescatar una epopeya ya no podrá ser la de la Antigüedad, en la que las grandes hazañas sólo les correspondían a grandes hombres, a héroes o a los dioses. En la Modernidad esas figuras ya no existen: han sido exitosamente vapuleadas por escritores e intelectuales que van desde el ya mencionado Cervantes hasta la Ilustración y Nietzsche. Hubo que acostumbrarse a que las grandes historias eran las de personas comunes y corrientes, que amaban, odiaban, celaban, comerciaban y comían. La única epopeya posible es la de la pequeñez. Una gran muerte es la de Héctor a manos de Aquiles; una pequeña muerte es la de un almacenero a manos de un ladrón. Pero, a su vez, se nos vuelve mucho más interesante, porque nos urge la necesidad de indagar en la historia personal de cada uno, la psicología, los móviles oscuros de la mente humana. Por otro lado, algo bien interesante es que los personajes modernos, a diferencia de los héroes clásicos, se vuelven incompletos. Ni pueden conocerse claramente sus motivaciones ni sus ideas. Cuando Bartleby decide no trabajar más, al parecer sin una causa justificada (no está reclamando por mejoras salariales ni por condiciones laborales dignas), hay un halo de misterio que lo envuelve todo hasta el final. Finalmente, lo que me interesa del concepto de epopeya es la idea de unir poesía y prosa: los aedas griegos narraban en verso, a grito pelado en la mitad de la plaza. La idea de discurso literario total me interesa mucho.

El nombre del lugar donde transcurre la acción, Applecore, resalta en una historia que, por lo demás, no presenta ruidos con un ambiente uruguayo o rioplatense. La “coda” amaga con explicar eso un poco, pero pronto vuelve a la historia de esa estirpe de literatos. ¿Qué es Applecore?

Es que el ámbito uruguayo o rioplatense no presenta ruidos con la tradición inglesa. No al menos desde que se introdujo el ferrocarril. Tenemos una idea bastante hispana y provinciana de Uruguay, cuando en realidad fue desde temprano bastante más cosmopolita de lo que nos imaginamos. Creo que cuando Martín Bentancor hace que los protagonistas del relato campero que cuenta Samudio en medio de un velorio sean un inglés y su secretario chino, lo que en el fondo está haciendo es descriollizando el campo, o complejizando la noción de lo criollo entendida como la monolítica tradición fundacional del Río de la Plata, cuando se trata de un crisol de tradiciones. Igual no quiero eludir tu pregunta: Applecore es en buena medida Montevideo (hay referencias locativas en la novela), aunque cuando la escribí, en 2013, se me vinieron a la cabeza otros lugares que conozco bien, como Maldonado o Salinas. Pero también Applecore, en un mundo que viene dejando vetustas las fronteras y las naciones, es cualquier lugar.

¿Y quién es Renato Pérez?

Tengo la sensación de que es un personaje mitad verosímil y mitad arquetipo. Obviamente no hablo de una proporción mágica para construir un personaje, como si se hablara de echar una taza de harina y una de agua. Pero el personaje tiene que estar construido en base a la experiencia (prefigurarlo con características de personas que uno conoce, con diálogos que uno ha oído) y a una idea, en algún sentido, primitiva, que siga hablando de la condición humana. En Renato Pérez creo que se conjuga el típico poeta frustrado, cincuentón pero siempre un poco aniñado en su actitud, que sueña con que merece el gran premio y que la sociedad no sabe valorar lo que él puede darle, y el individuo que desde el punto de vista psicoanalítico está posicionado en una etapa edípica no superada. No sé si puedo hacer este análisis tan claramente con todos mis personajes, pero creo que Renato Pérez encaja bien en esta noción de personaje como hibridación entre verosimilitud e idea arquetípica o primitiva.