La experiencia es rara para una escuela pública, sobre todo si tenemos en cuenta que son niños de cinco años. En algunos colegios privados que hacen experiencias similares les llaman “piyamadas” o “convivencias”, pero las maestras de cinco años de la escuela 11, Abraham Lincoln, del barrio Jacinto Vera, eligieron el nombre Dormilona. Ángela Castro y Verónica de León, las dos maestras de nivel 5, se encontraron por primera vez en esa escuela en 2012, y empezaron a “amasar” la idea de que los niños “pudieran vivir la escuela desde otro lugar”, para “generar los lazos de pertenencia necesarios” con la institución, a la que la gran mayoría ingresa por primera vez. Después de todo un año de actividades, cerca de fin de año, una noche los niños se quedan a dormir en la escuela, donde participan en actividades que giran en torno a un tema que haya generado interés en la clase. Años anteriores, hubo viajes a otros planetas, al mundo árabe o noche de brujas, y en 2017 toda la Dormilona se centró en un viaje a China.

Para muchos niños es la primera vez que se quedan a dormir fuera de su casa y sin sus familiares cercanos, lo que motiva que a veces, hasta último momento, algunas familias no se animen a decir que sí. Pero para vencer esos miedos las maestras organizan actividades a lo largo del año, junto con los padres y las familias, para “generar la confianza” que permita llegar, a fin de año, a la Dormilona.

Palitos chinos

La noche comenzó junto a los padres, con una cena en conjunto con hijos y maestras. Luego de la cena llegó una primera tanda de juegos, también en conjunto, hasta el momento en que los padres se fueron y empezó el viaje a China. Los niños se dividen en grupos y tienen que pasar por cuatro o cinco estaciones en las que se llevan a cabo distintas actividades, guiados por las maestras, que a esa hora ya se transformaron, disfraces mediante, una en un dragón y otra en un guerrero. En cada estación los niños enfrentan un desafío distinto: comer con palitos chinos, una búsqueda del tesoro o un baile chino, y, a medida que los superan, obtienen trofeos que se transformarán en recuerdos de la noche: un sombrero chino, un tamborcito, un disfraz, un pequeño dragón chino.

Con todos los niños convertidos en chinos, y cuando ya son las 2.00, termina la parte lúdica y todos comienzan a prepararse para dormir. El gran cuarto en el que dormirán los 50 niños, las dos maestras, la auxiliar de educación inicial, los practicantes, profesores de educación física y otros docentes y talleristas ya está preparado, y los niños pueden elegir ver una película o acostarse (para seguir en el tema, este año la película fue Kung fu panda). Cuando van a dormir, los niños encuentran encima de su sobre un atrapasueños que construyeron junto a sus familias, que dentro contiene un mensaje para leer de mañana. A esa hora, las 3.00 o 3.30, para algunos niños es “un momento medio crítico de la noche; a veces alguno llora, precisan algunos mimos”, contó la maestra Verónica.

El otro momento especial es el despertar en la escuela, a eso de las 7.00, rodeados de los otros 50 dormilones. Las maestras les recuerdan a los niños los mensajes que tienen para descubrir: “Sentir que los papás están es emocionante, porque escriben unas cosas maravillosas, están ahí y falta sólo un ratito para que vengan”. Llega el momento del desayuno compartido y, entre las 8.00 y las 8.30, comienzan a llegar los padres a buscar a los niños. La “noche mágica” se terminó, pero los chiquilines se llevan todo lo que ganaron en los desafíos.

Pertenecer

Para Verónica de León, la experiencia no es simplemente “ir a dormir a la escuela”, sino que apunta a “vivir la escuela de noche y sólo para vos”. “Es como una aventura. Imaginate el monstruo que es una escuela sólo para vos, sin el resto de los niños”, transmitió. Con los distintos desafíos se ven obligados a recorrer toda la escuela: el patio, el piso de abajo y el de arriba, y si bien están acostumbrados a circular por el edificio, porque la escuela es de tiempo extendido y de 10.00 a 12.00 tienen talleres en distintos salones, la experiencia es distinta y fortalece su “pertenencia al lugar”, aseguró la docente.

La maestra contó que en el correr del año, una vez por mes, organizan actividades para que las familias se acerquen a la escuela. El año arranca en marzo con una propuesta para las mujeres, con profesoras de danza y actividades de sensibilización, y se acercan no sólo las madres, sino también las abuelas, tías o vecinas de los niños. También se hace una actividad con los abuelos, que este año fue una jornada de música, y otro mes hay actividades con los varones de las familias, en las que hacen propuestas lúdicas (incluso tuvieron que planificar juegos para sus hijos) y desafíos en equipo.

La Dormilona requiere actividades específicas. Además de vender meriendas saludables durante todo el año para recaudar dinero para elaborar los premios que se llevan los niños esa noche, las maestras convocan a los padres a talleres para preparar la dormida fuera de casa. Incluso invitaron a padres que ya habían vivido la experiencia, para que transmitieran cómo había sido, y hubo casos hacia los dos extremos: “Estuvo el padre que no quería que el niño participara o que tenía miedo, pero al final pasó muy bien y, por otro lado, otros que querían que su hijo disfrutara, pero el niño estuvo triste durante la noche, porque son cosas que pueden pasar”.

El año no termina con la Dormilona, sino con una “familiada” posterior, a la que van padres, tíos, hermanos y abuelos, y comparten el día con distintas propuestas lúdicas en un lugar fuera de la escuela; este año la cita fue en el Centro de Protección de Choferes.

La maestra recuerda que al principio fue difícil convencer a las autoridades de hacer la Dormilona, pero después de presentar la fundamentación y los distintos requisitos, en 2013 finalmente se pudo hacer por primera vez. Esa vez fue una inspectora que, “después de que vivió lo que se percibía con las familias, la participación, la solidaridad”, las apoyó para que la práctica se instalara cada año con los niños de cinco.

La propuesta surge, reflexionó De León, porque, además del programa curricular y las áreas de conocimiento, que se trabajan todo el tiempo, “hay otra parte que tiene que ver con los valores, con la construcción de ciudadanía, y eso pasa por la participación, por sentirse parte de algo, por poder incidir”.

Lo cuentan los padres

A fin de año, los padres de los niños de nivel 5 entregaron una carta a las maestras. “Y entonces los niños y las niñas se prepararon para un largo viaje que duraría toda la noche, se prepararon con linternas y sobres de dormir y atrapasueños y algunas provisiones caseritas para compartir; y llegaron a la escuela para emprender el viaje, parecía que estaban en la escuela de todos los días cuando de repente la magia los llevó a la mismísima China oriental. Sólo ellos y sus maestras saben lo que pasó en ese viaje que los acompañará el resto de la vida”, decía la carta. “Eran tiempos donde las escuelas de todas las personas (escuelas públicas, como se les llamaba) vivían asediadas de tormentas de decrecimientos, indiferencias y desesperanzas, donde se buscaba la seguridad privada, por miedos y prejuicios; la Escuela Mágica era un lugar donde las personas hacían largas filas para poder entrar, para ser parte de esos viajes que se comentaban por el barrio y que resonaban por toda la ciudad. Las historias de las maestras ‘locas’, que se resisten con el poder de la imaginación a todos los malos presagios de la pública escuela, eran orgullo de generaciones enteras que podían vivir para contarlo”.