Hasta el viernes 23 de julio en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV, Tomás Giribaldi y Julio Herrera y Reissig) se exhibe Añón: un diseñador de su tiempo. La muestra tiene interés estético e histórico: no sólo se trata de apreciar la forma de componer del creador, anterior a la irrupción de la informática en la gráfica, sino también de adentrarse en una simbología que acompañó a muchas lecturas, tanto refinadas como populares, de los cambiantes años 60 uruguayos (y también en décadas posteriores, claro).

Horacio Añón (Montevideo, 1940) realizó las portadas y el armado de obras de divulgación masiva, como la colección Nuestra Tierra, de ensayos sofisticados, como La generación crítica, de Ángel Rama, de revistas como Nexo, Víspera y Biblioteca de Marcha, de muchos catálogos, folletos y publicaciones sindicales, entre cientos de otras difíciles de consignar. Por eso, más de un visitante que vivió aquellos años se reencuentra con imágenes que había olvidado pero que formaban parte de su paisaje cognitivo.

El prólogo del catálogo deja bien clara la importancia de Añón para la cultura de su tiempo, más allá de la relativa valoración de las artes gráficas que había hace medio siglo. Los textos corren por cuenta del historiador José Rilla y del curador Rodolfo Fuentes (quien, como Añón, tiene “doble nacionalidad” como fotógrafo y diseñador). “El trabajo para esta muestra empezó en 2015, relevando todo el material que Añón tenía —y tiene— muy bien ordenado y conservado. Fotografié absolutamente todo y digitalicé una enorme cantidad de negativos fotográficos y diapositivas. Durante 2016 y desde marzo de este año —porque Añón se va tres meses cada año a Cabo Polonio, su segunda patria—, trabajamos en seleccionar, optimizar, diseñar y armar el catálogo y decidir el montaje de la muestra”.

En 2010 Fuentes ya había realizado un similar trabajo técnico-selectivo con otro colega, Antonio Pezzino. Ya entonces había surgido el problema de llevar a la sala de exposición algo que fue concebido para estar en otra parte: “La propia naturaleza del material a exhibirse, ya que no son ‘originales’ casi nunca sino simples impresos —porque justamente la diferencia entre diseño y arte está en el pasaje por un proceso industrial de seriación—, conspira contra la presencia del diseño gráfico en los museos. La ilustración conserva ese carácter de ‘original’ y, curiosamente, la fotografía también tiene más posibilidades de ser exhibida que el diseño gráfico. Sin embargo, la enorme difusión del trabajo de los diseñadores está facilitando que se considere ‘normal’ exhibirlo en un museo, en el entendido de que se trata de soportes comunicacionales y no obras de arte”.

Fuentes, por su parte, está trabajando en un libro sobre la historia del diseño gráfico local (que ya tiene título: Del plomo al píxel) y, contento con la operativa en el MNAV, se tiene fe para montar otras exposiciones de diseño gráfico allí: “Hemos abierto una puerta para que eso ocurra y ya no hay que dar tantas explicaciones”.