Los niños gritan de alegría. Se lanzan con torpeza sobre las hamacas, el tobogán y el subibaja. El juego es espontáneo y caótico. El anhelo va más rápido que las piernas, y cada tanto tropiezan. Algunos se paran como si nada ante la ausencia de testigos. Otros hacen exageradas puestas en escena. “No es nada”, les dicen los padres, les sacuden las rodillas, un golpecito de ánimo y a seguir jugando. Están en una típica plaza infantil de barrio: la de tierra y pasto; juegos metálicos rojos, azules, amarillos, con la pintura descascarada; el terreno irregular. Son los niños que las han usado siempre, pero no todos los niños que hay.

Jazmín tiene siete años. No puede hablar ni caminar, pero su hermana menor, Dominique, de cuatro, dice convencida que hay mil formas de jugar con ella. Que leen cuentos y escuchan música. Que se la puede enrollar en una alfombra, “tipo canelón”. Dice que Jazmín es “especial”, pero que “todos somos especiales”, incluso el bebé, y señala la panza de Nadia, su madre, que está claramente embarazada. Inspirados en la historia de Jazmín, sus padres, Nadia Dib y Fabián Kopel, pensaron en hacer algo para otros. Algo que transmitiera la naturalidad y alegría de su vida en familia, incluso con las dificultades de su hija mayor.

La historia empezó en 2015, cuando Fabián (socio de Kopel Sánchez Arquitectos) construía el edificio Plaza Ventura, en La Blanqueada. Al ver que enfrente había una plaza, les propuso a sus socios destinar un monto de dinero para arreglarla, pero luego entendió que la cosa iba más allá. Que tenía que ser inclusiva: un lugar al que pudieran ir todos los niños, pero también adultos mayores y otras personas con discapacidad.

Así nació el proyecto de la Plaza Portugal en las calles Anaya y Monte Caseros, que se inaugurará este mes, convirtiéndose en la piedra fundacional de un proyecto aun más ambicioso de reconversión del espacio público con juegos infantiles inclusivos en diferentes barrios de Montevideo: la Fundación Jazmín.

Oportunidades para todos

La idea se materializó en sociedad con la Universidad de la República, la Intendencia de Montevideo (IM) y privados. Se lanzó un concurso en la Facultad de Arquitectura para proyectarla, al que se presentaron 33 propuestas, y los ganadores fueron tutoreados por arquitectos reconocidos. Para Fabián, resultó una gran oportunidad para conocer a los estudiantes y para que tuvieran la oportunidad de trabajar en un estudio de referencia. En paralelo, se organizaron charlas, en las que no sólo se formó en la visión de los futuros arquitectos sobre la necesidad y formas lúdicas de inclusión, sino también en la de los profesionales en actividad.

Si la IM hubiera tenido que encargarse de todo, habría costado entre 300.000 y 400.000 dólares. El municipio CH destinó 2.000.000 de pesos para la compra de materiales. Los juegos fueron donados por una empresa del barrio.

Nadia opina que los niños se equiparan por medio del juego. Sin embargo, cuando lleva a sus hijos a la plaza, mientras los otros se hamacan, Jazmín espera en su silla. No puede utilizar las hamacas tradicionales, tampoco puede estar en el subibaja, ni en el tobogán. Para lograr una inclusión real es necesario replantear cómo juegan los niños y buscar alternativas que puedan ser utilizadas por todos. Al estar con otros niños, Jazmín vuelve a ser niña. “Sale del contexto de las terapias”, explica Nadia. Fabián agrega: “Si los chicos aprenden a integrar a los otros de forma natural, lo aprenden para toda la vida”.

La plaza incluye ciertos elementos que permiten que todos jueguen, a la vez que facilitan la rehabilitación de los niños con discapacidad: piso de goma, colchonetas, rampas, lugares de los cuales sujetarse, elementos táctiles, reflectivos y de tipo sensorial, como una estación de música. “Queremos incluir juegos para que los niños sientan su propio cuerpo. Es importante incorporar movimientos de balanceo, que estén dentro de una tela o algo que los contenga”, dice Nadia. A su vez, la plaza tendrá espacios cercados, de forma tal que los padres se relajen y puedan dar cierto grado de libertad a los niños.

La Plaza Portugal no es el único proyecto inclusivo de la Fundación Jazmín. Otro de los equipos que se presentó al concurso de la Facultad de Arquitectura lleva adelante un proyecto de plaza similar en el barrio Punta Carretas. “No había obligación de intervenir ninguno de estos espacios. Detectamos una oportunidad y conciliamos intereses”, señala Fabián, y Nadia agrega: “Queremos que esto se contagie. Entre los estudiantes, los profesionales, los vecinos del barrio. Que el trabajo se pueda replicar”.