Votar o no votar, esa es la cuestión. Sufragar es elegir a las personas que se van a encargar de la administración de tus recursos. Aquí la palabra que levanta la mano es “tus”. ¿Qué es lo tuyo? ¿Qué no es lo tuyo? Si estás lejos, ¿ya no es tuyo? ¿Perdés tu silla aunque tu destino no haya sido Sevilla?

Estos últimos tres meses de viaje por Iberoamérica me han hecho pensar (me he repuesto, no hay de qué preocuparse), y he llegado a esta conclusión: Uruguay de lejos se ve distinto. No tiene forma de pera. Es más como un gran globo, un continente inflado. Después de que uno ha pasado varios meses fuera de Uruguay, y lo confirmo con la óptica de los compatriotas que viven en el exterior (los que siguen mirando hacia su tierra y no han quemado las naves), Uruguay parece más grande que el mundo. ¡Qué sponsor el exilio! Cuando pasás un buen tiempo fuera, el apego a tu tierra es como el del clavel del aire a las raíces del árbol (hay excepciones, lo sé). Por más que ya estés de “cola chata, alfombra y calefacción” en el nuevo destino que te proporcionó la vida, no desarmás el abrazo con el que te despediste de tu país. En algunos casos se aprieta aun más, y bastan unas copitas y dejar que la imaginación reande las calles de tu juventud y sus puntos de encuentro para que se te empañe la visión y el pecho se te ponga como pa’ echar los fideos.

O sea que en el interior del uruguayo que está en el exterior, ya está la fuerza y la necesidad emocional de ejercer “el voto que el alma pronuncia”. Varios dirán que se precisa más que una emoción para tener derecho a decidir. Que se precisa información. ¿Qué cantidad y tipo de información se precisa para tener derecho a ejercer el voto?

Aquí hay un dato: por cómo está el futuro de presente en nuestras vidas ya nos podríamos lanzar los consumidores a adquirir unos aparatos que a la hora de votar sean más leales a nuestros intereses que nosotros mismos. Una aplicación virtual que va registrando durante los cinco años que dura el período de gobierno cuáles de las acciones del partido gobernante son más concordantes con los intereses propios. Nuestros intereses son medidos en base a los “me gusta”, que aunque uno no cliqueé el dedito para arriba se registran desde muchos otros soportes. Por ejemplo: los libros que leemos, las cosas que compramos, la gente con la que nos comunicamos. La máquina también sabe mucho mejor que uno mismo cuál es el programa de gobierno más acorde con lo que uno desea. Varios camiseteros se sorprenderían al ver cómo están votando justamente lo contrario a sus reclamos. En fin, a la hora de echar tu voto la aplicación sabrá exactamente en base a todos estos datos cuál candidato le viene mejor a tus intereses personales. Votará “bien”. Bienvenida nueva democracia.

¿Bienvenida? ¿Realmente compatriotas deseamos seguir siendo humillados por una máquina que ni siquiera existía en los tiempos oscuros? ¿Vamos a dejar que decidan por nosotros estos parientes intangibles de Ultratón, ese traidor que nos buchoneaba cuando le mordíamos la mano a la abuela que nos tironeaba del pelo y nos desvencijaba los cachetes y nos obligaba a morfar brócoli crudo y sin sal? ¡No, señor!, desde esta columna no estamos dispuestos a permitir tamaña insolencia a nuestro derecho a votar a cualquier ladrón. Desde esta columna de opinión, señores (arriba dice de humor pero es para despistar), ¡siempre defendimos y defenderemos el voto emocional! ¿Tenés miedo? Votá con miedo. ¿Estás convencido?, zambullite adentro de la urna. Pero votá desde adentro, desde tu interior. Votar desde el interior en cualquier parte donde uno se encuentre, cualquiera sea su raza, credo o perversión sexual. Que nuestra elección sea reflejo de lo cornudos que somos sí, pero cornudos vivitos y conscientes. ¡Qué esperanza!