El golpe de los bancos a la regulación de la marihuana fue a nivel testicular. No sólo tambalean las farmacias. Las dos empresas que cosechan el cannabis también tienen problemas. No son las únicas. Empresarios del cáñamo (la variedad no psicoactiva de usos industriales) tuvieron inconvenientes con los bancos desde que empezaron a funcionar. Las empresas de investigación científica o de fabricación de cannabis medicinal también.

Si el BCU y el IRCCA alertaron, no se entiende la sorpresa. Pero ya está, ya pasó. Ahora una misión oficial irá a Estados Unidos a mostrar que las empresas de la industria legal fueron escrutadas al dedillo, que todo el proceso tiene control y trazabilidad, como las vacas. Cualquier país debe hacer valer lo suyo. Pero que una misión oficial le tuerza la mano a Wall Street, la Reserva Federal, al Patriot Act y al Congreso de Estados Unidos parece imposible.

Pero vale la intención. Porque la intención en las políticas públicas es muy importante. Es casi todo, en realidad. Fíjense, por ejemplo, en el problema que tuvo esta semana el cannabis medicinal. Del mercado clandestino surgió un producto casero para quien no puede pagar la importación de aceite de cannabis. “El aceite del Pepe” es un extracto hecho por una persona que lo regala habitualmente, que no se ha comprado autos ni ha cambiado de casa. Hace un aceite que efectivamente sirve. Lo digo porque un familiar directo lo tuvo que usar y le provocó un alivio que ninguno de los fármacos del vademecum había conseguido. Yo fui por ese aceite, solo, preguntando, balbuceando en la clandestinidad. Por suerte, en estos días hubo anuncios gubernamentales: habrá aceite en las farmacias uruguayas.

Esta semana El Observador publicó que Crimen Organizado y la Policía investigan a la persona que hace el aceite (y a una clínica). O sea, a la persona que ayuda a quienes ni el Estado (ni los ensayos clínicos de la big pharma) han podido ayudar. Las fuentes consultadas por el diario no tenían clara la legalidad de este aceite. Antes, hubiera desembarcado un ejército de coraceros en su puerta. Si eso no pasó, es porque hay voluntad.

Esta semana, Presidencia organizó un simposio científico del tema. Sobre el cannabis “se ha dicho mucho. Hay más voluntarismo que rigor científico profundo que sustente muchas de las afirmaciones que hemos escuchado en los últimos tiempos”, dijo Tabaré Vázquez. El presidente no fue claro sobre el origen de esas habladurías, algo que, en primer lugar, echa dudas sobre la voluntad de los reformadores de las políticas de drogas. La evidencia científica es importantísima, claro que sí. Pero no es todo. Hay pocas conclusiones, no por ausencia de resultados positivos o falta de voluntad de la ciencia, sino porque el acceso al cannabis es imposible para un puñado de destacados científicos que lo estudian en el mundo.

Siendo que la ciencia no es concluyente, los políticos deben guiarse por su instinto y por su voluntad. No esperen verdades donde no las hay ni las habrá. Además, la ciencia es observación interesada y sobre eso sí que hay literatura arbitrada. Si la academia sigue repitiendo que el cannabis genera cáncer de testículos, los pibes del barrio se van a seguir riendo a carcajadas del discurso oficial.

Muchas hipótesis, e incluso conclusiones, que viene recogiendo la ciencia en el mundo –y en Uruguay– estuvieron afuera del simposio de Presidencia. Ojalá que la voluntad sea empezar a estudiar sin prejuicios un mundo nuevo, no para la ciencia, sino para los responsables de las políticas públicas. Al final, la ciencia y la política son una cuestión de voluntad.