El libro escrito por Alberto Guarnieri, recientemente publicado por Banda Oriental y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Udelar, revela la existencia de un centro de detención clandestino en el subsuelo de la Prefectura Nacional Naval que hasta el momento no había sido incluido en la nómina de lugares de detención elaborada por los historiadores.

El sótano no lo escribió un historiador profesional, pero es un libro de memorias que aporta información relevante para la historia uruguaya. Su autor, Alberto Guarnieri, transformó los recuerdos que le trasmitió su hermano Orestes El Canilla Guarnieri (1934-2013) en 70 breves relatos sobre el período que pasó detenido junto a otras 40 personas –mujeres y hombres– en el centro de reclusión clandestino “El sótano” o “La catacumbas”, que funcionó en los subsuelos de la Prefectura Nacional Naval, en la rambla portuaria de Montevideo.

Guarnieri ubica en el tiempo y en el espacio a “El sótano”, aborda desgarradoras situaciones de ese inframundo, las sesiones de tortura y sus ejecutores; también ofrece espacio a los encuentros y tensiones entre los compañeros de reclusión y sus vínculos con los carceleros. Así, quien emprenda la lectura podrá trasladarse con agilidad entre el dolor inconmensurable de la tortura o el temor a la locura y a la muerte y escenas en las que la piedad, la tolerancia y el amor resultan capaces de emocionar o despertar una sonrisa.

En diálogo con la diaria, el autor advierte que este libro “no tiene el rigor de una investigación de la historia reciente”. “Está estructurado a partir del relato oral de mi hermano Orestes, de su experiencia vital, de su visión de la realidad circundante, del padecimiento propio y el de sus compañeros. Y también desde el amor por su familia, por sus ideales de justicia social y por la lucha obrera, el trabajo sindical”.

Varios integrantes de la familia Guarnieri padecieron persecuciones. “En 1968 la familia sufrió atentados de bandas fascistas que atentaron contra mis hermanas Sonia y Gisel, que las raptaron, las golpearon y les marcaron las cruces esvásticas en los muslos y en las caras con una gillette. Eso ocurrió después del atentado a Soledad Barret”, aclara Alberto, quien también fue militante comunista y que se exilió en la Unión Soviética durante la dictadura.

Orestes fue detenido en 1976, en la furiosa persecución contra militantes comunistas y sindicales. La mayoría de los presos ubicados en el sótano habían desarrollado esa doble pertenencia.

“Fueron 42 en total. No todos son mencionados en el libro. Imposible retener tantos nombres. Orestes poseía una memoria envidiable. Increíblemente, a más de 30 años de aquellos hechos él seguía recordando nombres, apodos, fechas, detalles mínimos que enriquecieron el relato”.

El proceso de escritura y publicación de este libro demandó diez años. “Empezamos en el verano de 2008 en Pinares de Solymar, en casa de mi hermano. Una mañana, a la sombra de los paraísos, inició uno de sus relatos referidos a los años de cautiverio en los sótanos de la Prefectura. Lo hacía sin rencores, sin odio ni espíritu vengativo. Yo tomaba apuntes y luego me encerraba en el cuarto a trabajar el relato y pasarlo en limpio. Hacíamos un trabajo muy disciplinado. Yo le presentaba el texto; él leía, corregía, añadía algún dato nuevo y daba el visto bueno”.

Trabajo relevante

El historiador Álvaro Rico, compilador de la Investigación Histórica sobre Detenidos Desaparecidos impulsada por Presidencia de la República (2007), fue uno de los impulsores de la publicación de El sótano, en el rol de decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, cargo que ejerció hasta hace pocos meses. Para Rico, las memorias de Guarnieri aportan “a la reconstrucción de ese período de la dictadura, ya que ese centro de reclusión no había sido considerado por los historiadores”. Rico tiene otra relación con los relatos que narran en esta obra: además de haber compartido militancia con varios de los detenidos a mediados de los 70, su madre, Isabel Fernández, estuvo recluida en ese lugar. “Mi madre estuvo allí. Su historia coincide con la inmensa mayoría de los detenidos. Era una ama de casa, y en mi casa nadie sabía que ella militaba en el PCU [Partido Comunista del Uruguay], que formaba parte del aparato que sostenía a Arismendi [Rodney, secretario general del PCU] en la clandestinidad. Mi madre era una militante anónima, comunista por entrañas, y, producto de la situación carcelaria, tuvo procesos agudo de artritis y padece Alzheimer desde hace 13 años. Ella, al igual que los restantes compañeros, sufrió el castigo que apuntó al cuerpo, a la mente y a la dignidad”.

Si bien el historiador había tenido referencias sobre ese lugar a partir del testimonio de su madre, las memorias narradas por los hermanos Guarnieri “documentan” su existencia. “El sótano no fue considerado en el relevamiento de los lugares de detención hecho por los historiadores, que llegaron a 50 en todo el país y que albergaron cerca de 10.000 presos políticos que hubo en la dictadura”.

Para el historiador Carlos Demasi, El sótano “relata una historia personal” y se encuentra en “la frontera difusa entre la historia y la memoria”. “Dice mucho sobre lo que hizo la dictadura en la represión y en el caso personal se ven las generalidades”. Apuntó que en ese sitio se alojaron “desaparecidos temporarios”, como ocurrió con personas que fueron secuestradas y privadas de libertad por parte de las fuerzas represivas y cuyos destinos no eran notificados a los familiares.

La dictadura utilizó “lugares preparados y lugares improvisados para la detención, como un sótano, que ofrecía condiciones similares a aquellas que padecieron los rehenes”, aunque estos las sufrieron en modo solitario.

Demasi considera que El sótano relata la “cotidianidad” en ese lugar, “el nivel escatológico del dolor de esos cuerpos; el intento permanente de humillación, de deshumanización por parte de los torturadores”, lo que lleva al lector “a tomar partido”, porque el libro, “más allá de esa experiencia personal y valiosa, aporta sobre la presión que ejercía el represor sobre el detenido para deshumanizarlo y la lucha de este por sobreponerse y humanizarse en todas sus dimensiones, todo el tiempo posible”. Finalmente, advierte Demasi, por debajo del nivel del mar y de la rambla montevideana, surge “un final feliz, porque no lograron quebrar al detenido y a buena parte de quienes estaban allí”.

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