La calidad de un libro puede evaluarse desde distintos puntos de vista. Por su valor literario, por la relevancia del tema que aborda, por la importancia de su autor, por la contribución que hace al debate público, etcétera. Pero si se trata de un libro titulado Historia económica del Uruguay, la perspectiva más importante es su rigor académico. Desde este lugar me propongo evaluar el libro que con ese título publicara Ramón Díaz en 2003 y que acaba de ser reeditado.(1)
La evaluación de un trabajo académico tiene sus reglas. Por ejemplo, el autor es (o debiera ser) irrelevante. Un texto científico será bueno o malo en función del manejo que demuestra de la literatura pertinente, de los argumentos que expone, y de la evidencia que los sustenta. Sobre estos criterios se basa el sistema de revisión de pares que caracteriza a la literatura académica y son los que usaré.(2)
Es cierto que un libro sobre la historia económica de un país o región difiere del tipo de investigaciones que se publican en las revistas arbitradas. Su característica central, cuando es bueno, es su capacidad para abordar los problemas relevantes según la literatura especializada, sintetizando el estado de conocimientos sobre el tema en cuestión. Naturalmente, las preferencias de distinto tipo del autor se cuelan en todas partes; en el abordaje de los problemas, en las tesis que se defienden, en la construcción de la síntesis y en la elaboración del relato. Las opciones y convicciones de quien lo escribe tienen incidencia, haciendo que algunos temas se enfaticen y traten con mayor profundidad que otros. Esto es inevitable y no presenta un problema, por lo que puede haber distintas historias económicas de un mismo país y ser todas rigurosas. Pero lo que no se debe hacer es desconocer la literatura académica o ignorar evidencia sobre los problemas que se tratan. Si puede demostrarse que un libro incurre en estas fallas, entonces estamos ante un mal producto académico. Y mirado desde esta perspectiva, el texto que aquí analizamos es un mal libro de historia económica.
He señalado que la calidad de un texto académico debe evaluarse independientemente del nombre de su autor. Sin embargo, no soy tan ingenuo como para ignorar que algunos lectores partirán de la presunción –que difícilmente revisarán– de que mi posición crítica respecto del libro se debe a quién es su autor y el modelo de política económica con que se lo identifica. De modo que, para evitar equívocos, quiero dejar algo claro: el libro no es malo por las tesis que sostiene. Lo es por la forma poco rigurosa con que trata la literatura académica y la evidencia histórica, lo que debilita severamente sus argumentos. Sus tesis se pueden compartir mucho, poco o nada –aunque es difícil negar que hay más de un grano de verdad en muchas de ellas–, pero no son objeto de esta nota.
Manejo de evidencia
El libro se nos presenta como una “Historia económica del Uruguay”; sin embargo, procesos y hechos cruciales del devenir económico de nuestro país son apenas tratados o incluso ignorados. Así, un lector que, llevado por el título, decida leerlo para informarse y aprender sobre la economía de Uruguay en el largo plazo, no se enterará: [1] del cambio radical ocurrido en la década de 1860 por la introducción del ovino, [2] de cómo la inestabilidad institucional de entonces afectaba la producción, [3] de la mestización del vacuno, [4] del impacto de la industria frigorífica sobre las exportaciones, [5] del surgimiento y las características de lo que la historiografía denomina “industria temprana”, [6] del estancamiento ganadero posterior a 1914 y de sus consecuencias sobre las exportaciones durante el siglo XX, [7] del impacto provocado, entre 1914 y 1930, por el final de la Primera Globalización, [8] de las consecuencias sobre el comercio exterior de la crisis de 1930, [9] del proceso de industrialización posterior a 1935 y sus consecuencias para la estructura del valor agregado y el empleo, [10] del crecimiento de la producción agrícola en los años 40 y su relación con el proceso de industrialización, [11] del rol fundamental de las exportaciones no tradicionales en la expansión posterior a 1974, [12] de que dichas exportaciones no tradicionales fueron posibles gracias a una activa política de promoción industrial y los fuertes subsidios que recibían, etcétera.
Sí encontrará, en cambio, algunas afirmaciones estrafalarias y totalmente inconsistentes con la evidencia disponible, como que entre 1974 y 1981 hubo un crecimiento de los salarios reales cercano al 1% anual (p. 423).
Estas carencias pueden explicarse en parte –aunque no por ello justificarse– gracias a una declaración que se realiza en la introducción. Allí se nos dice que el leitmotiv del libro es narrar la historia de la “apertura y clausura comerciales” (p. 12), un objetivo notoriamente más acotado de lo que se promete en el título. Pero incluso respecto de este, el tratamiento analítico es insuficiente y el uso de la evidencia, poco riguroso.
Así, por ejemplo, y aunque el lector lo encuentre difícil de creer, la narración minimiza o ignora los efectos que sobre la “apertura y clausura comercial” tuvieron los cambios ocurridos en el contexto económico internacional. Efectivamente, la narración sigue los vaivenes en la política comercial –más o menos abierta– desvinculada de los shocks externos, que apenas son mencionados y sobre los que muchas veces no se presenta evidencia. El ejemplo más llamativo refiere a las consecuencias de la crisis de 1930 sobre la balanza de pagos. Nada se dice ni muestra, por ejemplo, sobre el derrumbe del poder de compra de las exportaciones, cuyo índice cayó de un valor 100 en 1928 a 44 en 1934, provocando una restricción aguda en la disponibilidad de divisas en el momento en que, según el texto, el país “optó” por el cerramiento. (3) Se ignora, también, que entre 1930 y 1945 el “cerramiento” fue una característica de la economía global –se trata del único período, desde 1820 hasta el presente, en que el comercio internacional creció menos que la economía mundial– y que las medidas de control de comercio exterior fueron adoptados por casi todos los países del continente.
Un manejo tan poco riguroso de la evidencia atenta contra los argumentos del autor y debilita su tesis, según la cual este tipo de medidas se explican porque nuestro país “había dejado de creer en el sistema que había forjado su prosperidad, quedando intelectualmente a la deriva” (p. 316).
Un relato con tales carencias y lagunas sólo se sostiene en base a desconocer el grueso de la literatura académica sobre los problemas que estudia.(4) Aunque es consciente de que defiende muchas tesis que contravienen ideas asentadas en la historiografía, el autor opta por ignorarla –o simplemente la ignora– en algunos casos, o por hacer comentarios irónicos y jocosos en otros, en lugar de discutir y rebatir los argumentos con los que discrepa.
Dentro de las múltiples omisiones, llaman la atención dos: la Historia rural del Uruguay moderno, de Barrán y Nahúm (particularmente el primer tomo, publicado en 1967, probablemente el libro más importante que se haya escrito sobre la historia de Uruguay), y La industria manufacturera uruguaya (1913-1961), publicado en 1991 y cuyo autor es Luis Bértola.
Desde su publicación, la Historia rural se ha transformado en la imagen canónica de la historiografía nacional sobre la economía, la política y la sociedad de Uruguay entre 1851 y 1885. Pero el texto que analizamos lo ignora casi por completo: apenas se menciona una vez en la página 232, como fuente de información sobre las razones que tenían los estancieros para alambrar sus propiedades a fines de la década de 1870. (5) De este modo, se desconoce el tratamiento que ese libro hace de la economía durante las décadas de 1850 y 1860, una omisión que llama la atención, ya que, según la Historia económica del Uruguay, se trataría de su edad de oro.
En el libro que ahora se reedita se confunden dos tesis diferentes de la producción académica de Barrán y Nahúm: la del crecimiento y transformación de la economía entre 1851 y 1875, y la debilidad estatal durante el mismo período. La primera se ignora y la segunda se critica –aunque sin mucho fundamento–. Así, al mencionar, en la página 161, su libro El Uruguay del 900, se interpreta –equivocadamente– que al destacar la debilidad institucional dichos autores niegan el crecimiento económico. No se comprende, o simplemente se ignora, que es justamente el análisis de la relación entre ambos procesos que signaron el período 1851-1875 lo que explica buena parte del impacto de la Historia rural del Uruguay moderno en la historiografía uruguaya y lo que constituye uno de los aportes fundamentales de Barrán y Nahúm a esta.
La ironía de esta omisión radica en que, si el autor hubiera prestado atención a este libro crucial, habría encontrado apoyo empírico para su tesis sobre la expansión económica posterior a 1851. Además, habría evitado cometer el craso error de realizar una serie de afirmaciones completamente equivocadas, por ejemplo, que “nuestra historiografía y las ramas conexas de nuestra intelectualidad han mostrado escasa inclinación a atribuir un alto valor a esta época temprana de la historia uruguaya, en lo que concierne a la construcción del país próspero en que eventualmente Uruguay se convertiría”. A lo que agrega que “es difundida la tesis de que en Uruguay nada aconteció hasta que, con Latorre y el militarismo –hablamos de 1875–6 se constituyó un gobierno fuerte”. Finaliza denunciando “versiones según las cuales la ganadería uruguaya no fue más que la prolongación del legado vacuno de Hernandarias, de modo que la riqueza de los hacendados tuvo como origen tan sólo la apropiación de la tierra, visión con la cual se deja de lado la enorme inversión de recursos que supuso la creación de rebaños mansos”. (7)
Estas apreciaciones no sólo demuestran un desconocimiento superlativo de los aportes y puntos de vista sostenidos por la historiografía uruguaya sobre el período anterior a 1875, sino que le permiten a su autor arrogarse una originalidad que no tiene: la de ser el primero en destacar el crecimiento económico y el proceso de acumulación de capital que caracterizó al medio rural en las décadas que siguieron a la Guerra Grande.
En el segundo caso, La industria manufacturera Uruguaya (1913-1961), una “traducción libre” de la tesis doctoral de su autor, escrita originalmente en inglés, la obra es completamente ignorada. Ello es grave porque se trataba del estudio más importante sobre la economía de lo que se denomina “La edad del dirigismo”. En efecto, el libro de Bértola aportó abundante información cuantitativa no sólo sobre la industria –un sector insoslayable para cualquier tratamiento de la historia económica del período– sino también sobre otras dimensiones económicas relevantes, como el valor agregado ganadero y agrícola, la protección tarifaria, o los volúmenes, precios y valor de exportaciones e importaciones.
Más importante es que allí se presenta una explicación del estancamiento económico fundada en sólidos argumentos históricos y teóricos y sustentados en abundante evidencia cuantitativa. Una explicación que difería de una tesis central de la Historia económica del Uruguay, según la cual fueron las restricciones institucionales al comercio exterior instaladas en los años 30 la causa principal del estancamiento que se produciría dos décadas más tarde. De este modo, aunque podamos suponer que Ramón Díaz tenía una visión discrepante de las tesis sustentadas por Bértola, no podemos saberlo, ya que no dedicó ni un párrafo a discutirlas o criticarlas.(8)
Finalmente, siendo estas, en mi opinión, las omisiones más importantes, no son las únicas. Hay otros ejemplos de literatura académica que no podían desconocerse y se desconocen, como Crecimiento y estancamiento económico en Uruguay, de Martín Rama, o los dos tomos hasta entonces publicados de Historia económica del Uruguay, de Julio Millot y Magdalena Bertino, entre otros.
Información desactualizada
Dejemos algo claro: no estamos aquí ante un problema de desprolijidad o simple falta de respeto a las reglas que rigen los trabajos académicos. Los textos citados, y también otros, formaban parte hacia el año 2000 del núcleo duro de la literatura científica sobre la historia económica de Uruguay. El libro que ahora se reedita no sólo debió citarlos, debió discutirlos. En los casos en que sus tesis se contradecían con las que allí se defienden, debió demostrar que las suyas se ajustaban mejor a los hechos conocidos. Lo más irónico es que, si los hubiera leído con atención, habría encontrado argumentos y evidencia a favor de alguna de ellas, lo que habría robustecido su argumentación.
Esta ignorancia o desconocimiento del grueso de la literatura sobre la historia económica del Uruguay condujo al autor a una llamativa incompetencia en el uso de la evidencia cuantitativa a lo largo de gran parte del libro. Así, los datos sobre comercio exterior y otras variables para el período anterior a 1930 se toman de los Anales de Eduardo Acevedo; obra clásica, publicada en 1933 y de gran valor historiográfico, pero completamente desactualizada a finales del siglo XX. De este modo, las páginas del libro se llenan de cuadros y gráficos construidos a partir de información que ya había sido criticada y superada desde bastante tiempo antes. Y ello no porque no existieran fuentes de información alternativa y técnicamente superiores.
Quizá sea esta dependencia de un texto publicado en 1933 –pero en gran medida escrito a principios del siglo XX– lo que explique la increíble ausencia de datos sobre comercio exterior entre los años 1930 y 1950. Es difícil de creer, así que vale la pena reiterarlo: estamos ante una historia económica del Uruguay, cuyo objetivo es narrar la historia de la apertura y clausura comercial, que no provee información cuantitativa sobre el comercio exterior para el período en que, según su autor, “la política económica se sitúa en franca oposición con los principios clásicos de la economía”, cuya consecuencia es que “Uruguay pierde su posición destacada en el concierto económico mundial” (p. 311).
Nuevamente, esta omisión no puede explicarse por la ausencia de información cuando, como ya señalamos, el libro de Bértola publicado en 1991 abunda en ella, por no mencionar la información estadística de fuentes extranjeras, como las publicadas por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe o por textos de historia económica de América Latina publicados originalmente en inglés. En todo caso, resulta francamente inaceptable, en una publicación académica, una omisión de este calibre.
Y, sin embargo...
Así, estamos ante un texto que no es ni una buena síntesis del estado del conocimiento vigente en el momento de su publicación –porque se ignora la mayor parte de este–, ni un buen relato de la historia económica del Uruguay (ni siquiera de su política comercial), porque ignora hechos y procesos fundamentales. ¿Significa esto que el libro no debería leerse o reeditarse? De ningún modo. Se trata simplemente de reconocer que no estamos ante un estudio académico –y por tanto sujeto a los criterios de calidad de estos–, sino ante un ensayo de interpretación en el que su autor reflexiona y opina sobre los problemas económicos del país. En él, la evidencia se trata en forma negligente, quizá porque cumple un rol menor, ya que se moviliza sólo en la medida que permite ilustrar las tesis que se defienden. En este tipo de textos, y al contrario de lo que ocurre con la literatura científica, el valor e interés en lo escrito radica muchas veces en quién escribe.
Salvando las diferencias de ambición, alcance e impacto, la Historia económica del Uruguay escrita por Ramón Díaz presenta paralelismos con Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, un texto no académico que sí es citado y cuyas tesis son extensamente criticadas (pp. 238 a 240). Como en Las venas abiertas, estamos ante un libro de tono periodístico, cuyo estilo es el de columna de opinión y destacable factura literaria, en que la narración se articula en una estructura maniquea en la que el bien lucha contra el mal, lo que garantiza una lectura ágil y entretenida. Ambos proveen, de este modo, un relato consistente a favor de las tesis que sustentan. Pero como Karl Popper, Daniel Kahneman y Nassim Nicholas Taleb nos han enseñado, no resulta difícil elaborar un relato coherente y convincente: alcanza con dejar de lado la evidencia y los argumentos que no cuadran con nuestras premisas. Por ello, la sola coherencia en la escritura no es garantía de calidad académica.
En suma, se trata de un libro bien escrito, disfrutable por su tono polémico y útil para pensar y debatir; pero es un producto de mala calidad académica y poco recomendable, por poco riguroso, si queremos informarnos, aprender y enseñar sobre la historia económica de Uruguay.
Javier Rodríguez Weber | Doctor en historia económica y docente en la Facultad de Ciencias Sociales (Udelar)
(1) La de 2003, editada por Taurus y Fundación Bank Boston, es la versión que poseo, la que he leído, subrayado y anotado. Es a partir de ella que escribo esta nota y a su paginado se refieren las citas que realizo.
(2) No desconozco los problemas que existen en este mecanismo, pero hasta el momento la ciencia no ha encontrado uno mejor para validar y calibrar el aporte académico de un texto.
(3) Uruguay fue el tercer país –en una muestra de 14– entre los más afectados en Latinoamérica por el impacto de la crisis en sus exportaciones, sólo por detrás de Chile y El Salvador. Ver Thorp, R. (1998) Progress, Poverty and Exclusion, table 4.2. Ni este ni ningún otro libro de historia económica de América Latina es mencionado en el texto que estamos analizando.
(4) La investigación en historia económica de Uruguay ha vivido un período floreciente en los últimos 25 años, en particular en lo que refiere a la construcción de evidencia cuantitativa sobre los más variados temas. Por esta razón, el libro que ahora se reedita ha quedado, en el mejor de los casos, bastante desactualizado. Sin embargo, y como es natural, no puede criticarse la calidad de un texto en base a la evidencia que se produjo después de su publicación, por lo que aquí me limito a señalar literatura disponible antes de 2002.
(5) Más atención se presta a Apogeo y crisis del Uruguay pastoril y caudillesco, libro breve –y excelente– que José Pedro Barrán publicara una década más tarde. Se lo cita para criticar la breve historia que allí se hace del conflicto entre cursistas y oristas. Lamentablemente, el libro de Barrán es tratado en forma infeliz, dedicando más esfuerzo a la elaboración de burlas y la crítica irónica que al análisis riguroso de los argumentos que se busca rebatir. Este ejemplo ilustra,además, lo que es una tendencia general en el libro que comentamos, al menos en el tratamiento que se hace de la historiografía nacional: basarse principalmente en textos breves destinados a la difusión y la enseñanza secundaria, en lugar de en las obras de investigación.
(6) Aquí hay otro error, aunque menor, ya que Latorre asumió el poder el año siguiente.
(7) Estas citas provienen de las páginas 10 y 11, aunque no son las únicas en que el autor ignora, por desconocimiento u omisión, el destaque que la perspectiva historiográfica clásica hace del crecimiento posterior a la Guerra Grande.
(8) De Bértola se cita, con evidente admiración, el libro Ensayos de historia económica, publicado en el año 2000. Sin embargo, incluso en este caso se desconocen los argumentos, análisis e interpretaciones sustentados por su autor, limitándose al uso de algunas series estadísticas para la elaboración de cuadros y gráficos.