En Lo hicimos ayer, hoy y lo seguiremos haciendo, Javier Correa analiza la participación de los civiles en la última dictadura (1973-1985) en medios de prensa y gobiernos departamentales. El historiador “problematiza” las categorías de “resistencia” y “apoyo” para otorgarles “un poco más de humanidad” y “entender que la gente no siempre se comporta de la misma manera, porque no es lo mismo aceptar una política de gobierno que implementarla”, según indicó a la diaria.

Correa pertenece al numeroso grupo de hijos de uruguayos que se exiliaron en Argentina en la década de 1970. Sus padres, ambos maestros, por entonces veinteañeros y oriundos de Durazno, cruzaron el charco pocos meses después del golpe de Estado de junio de 1973.

El actual historiador nació en 1979 en Quilmes, en la provincia de Buenos Aires. Durante sus primeros diez años de vida sus vacaciones transcurrieron a orillas del Yi. Los Correa Morales armaron las valijas y retornaron a Uruguay en 1989, con tres hijos, cuando Argentina sufría la debacle del alfonsinismo y el despertar del menemismo.

En este libro, el autor analiza las demandas de “orden autoritario” difundidas por un periódico de Durazno; el apoyo político “inmediato” otorgado al régimen cívico militar por la “amplia mayoría” de los intendentes; la conformación e integración de las Juntas de Vecinos que sustituyeron a las Juntas Departamentales; la realización de obras públicas por parte del gobierno nacional e intendencias; y las prácticas coercitivas desarrolladas “para controlar a los presos políticos que eran liberados” que también permitían “obtener nuevos apoyos, reforzar los existentes o inhibir cualquier gesto de oposición”.

Correa apela a fuentes historiográficas, archivos de prensa y a testimonios de habitantes de esa localidad, y utiliza “aportes teóricos de la antropología y de la microhistoria”, que le permiten enfocarse en Durazno pero “con problemáticas que son de orden nacional”.

Egresado del Profesorado de Historia del Instituto de Profesores Artigas (IPA), para finalizar una maestría en esa disciplina que cursó en la Universidad de La Plata (Argentina), Correa investigó sobre el “autoritarismo civil”. “La decisión de estudiar sobre Durazno fue creciendo mientras estudiaba en el IPA, pero no la pude concretar hasta el desarrollo de mi tesis de maestría”.

La elección del lugar tuvo motivos “afectivos y prácticos, porque en otra localidad no conocía tantas personas ni contaba con tantos vínculos que me permitieran desarrollar este trabajo”. Correa entrevista a personas “que no eran públicamente conocidas y que en la mayor parte de los casos era la primera vez que hablaban”. Esto constituye un aporte de Correa: el trabajo de indagación sobre las memorias “subterráneas” o “no encuadradas” de sujetos que fueron presos y detenidos durante la última dictadura en Durazno.

Sin contar con antecedentes historiográficos sobre las características de la represión en ese punto del país, Correa investigó qué aconteció con aquella gente. “Entrevisté a varios de ellos. Al principio no querían hablar, pero por la cercanía lo permitieron. Busqué hablar con personas que tuvieran memorias subterráneas, porque no eran gente de peso, no eran los presos conocidos que siempre habían hablado. Por primera vez hablaron públicamente sobre sus militancias y vidas en la cárcel”. El conocimiento previo con los sujetos en el escenario compartido permitió al autor conocer “cosas sobre los padres de mis amigos que no les habían contado a sus hijos”.

Los problemas

En La Publicidad Correa detecta el accionar de un medio que otorgó apoyo “permanente” y “entusiasta” a la dictadura. El autor identifica la utilización del “anticomunismo como adjetivo que significaba estar en contra de todo lo raro: desde la gente que tenía pelo largo, que era protestante, hasta de los profesores que se llevaban bien con sus alumnos y usaban pantalones vaqueros. Hubo una demanda social para que pudieran hacerse algunas cosas que llevaron adelante los militares, como normas de vestimenta en liceos, oficinas públicas o los certificados de fe democrática”. “Salvo por alguna particularidad, ese comportamiento lo extrapolás y podés verlo en diferentes localidades del interior y en Montevideo: los periódicos y diarios planteaban una demanda de orden autoritario”, apunta.

Otra contribución de este libro es el estudio de la actividad de los civiles en las intendencias y en las denominadas Juntas de Vecinos que sustituyeron a las Juntas Departamentales tras el golpe de Estado.

Correa recuerda que tras la disolución del Parlamento y las juntas departamentales, sólo el intendente de Rocha, Mario Amaral (Partido Nacional), renunció al cargo. Los restantes 18 jefes comunales “siguieron en sus cargos, se volvieron personas de confianza de la dictadura aunque ya no contaban con Junta Departamental”. “Hay una trama súper entreverada con lo que ocurrió con los intendentes” durante esa época, advierte.

En el caso de Durazno, el abogado Raúl Iturria fue electo intendente en 1971 y se mantuvo hasta 1976, cuando asumió Aparicio Méndez como presidente de la dictadura y los intendentes civiles fueron reemplazados por militares. La participación de Iturria en el proceso militar no lo alejó de la vida institucional una vez recuperada la democracia; por el contrario, fue electo intendente en 1989, y ocupó cargos en el Poder Ejecutivo y una banca en el Senado durante la década de 1990.

En la Junta de Vecinos Correa visualiza la participación de civiles en un órgano que sustituyó a la Junta Departamental. “Ese legislativo comunal funcionó, y eso normalizaba la situación, porque hubo un golpe de Estado”.

Ese cuerpo era formado por ciudadanos que “no habían ocupado cargos de ediles en los dos períodos democráticos anteriores” y “además contaban con cuestiones de respetabilidad exigidas por la dictadura”. “El intendente, en acuerdo con el jefe de Policía y el presidente de la República, nombraba a los integrantes de la Junta de Vecinos. En los 19 departamentos, desde agosto de 1973 hasta febrero de 1985 funcionaron Juntas de Vecinos en las que a veces mermaba la asistencia, pero funcionaban”, resalta Correa.

La frase utilizada como título del libro, “Lo hicimos ayer, hoy y lo seguiremos haciendo”, dicha por el presidente de la Junta de Vecinos de Durazno, Sinforoso Sánchez, en 1976, permite “entender que las actitudes autoritarias no arrancaron en 1973 ni tampoco la iniciaron los militares, sino que ellos fueron quienes llevaron adelante esa pretensión”.

Correa propone “sacar el foco de lo militar y entender por qué hubo una dictadura militar tan larga, que practicó una represión criminal, pero que también aplicó políticas económicas, sociales y culturales que la hicieron mantenerse”. “Mi intención fue interrogar cómo los militares buscaron contemplar una demanda que había en algunos sectores civiles”, añade.

Asimismo, el autor busca “problematizar las categorías ‘resistencia’ y ‘apoyo’ a la dictadura, buscarle un poco más de humanidad, utilizando escalas, y entender que la gente no siempre se comporta de la misma manera, porque no es lo mismo aceptar una política de gobierno que implementarla”.

Para este historiador, cuyas raíces se encuentran en el centro del país y cuya mirada procura extenderse más allá de ese espacio, resulta necesario “seguir investigando” en el heterogéneo interior uruguayo, y de ese modo enriquecer el caudal de materiales que apuntan a arrojar luz sobre el pasado reciente.

Presentación

El miércoles 9, a las 19.00, en la Asociación Cristiana de Jóvenes, Javier Correa presentará Lo hicimos ayer, hoy y lo seguiremos haciendo. Autoritarismo civil en dictadura Durazno, 1973-1980 (Fin de Siglo). Junto al autor estarán los investigadores Virgina Martínez, Gabriel Quirici y Aldo Marchesi. Este libro fue ganador de los premios nacionales de Literatura en la categoría “Ensayos sobre historia, memorias, testimonios y biografías”.

Javier Correa Morales es docente en el departamento de Historia Americana y en la Tecnicatura de Bienes Culturales en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Udelar, donde cursa el doctorado en Historia.