Cuando a Heber Raviolo, Ariel Villa y Alcides Abella se les ocurrió comenzar con la colección Lectores, la editorial que llevaban adelante ya tenía más de una década funcionando y varios títulos que alcanzaban para hacerla indispensable, de historiadores como Barrán y Nahum, Juan Oddone o Washington Reyes Abadie, ensayistas como Real de Azúa, Vivian Trías o Methol Ferré, y escritores como Hector Galmés, Anderssen Banchero, Juan José Morosoli, Julio C Da Rosa. Pero la edad dorada de la edición nacional había quedado atrás con la llegada de la dictadura, y era necesario darle una vuelta más. El de 1978 fue un invierno crudo, recuerda Abella, y no está hablando sólo del frío:

Había censura y autocensura, requisa de libros, la Policía jorobando permanentemente, pidiendo el listado de lo que íbamos a publicar. No podíamos editar a ningún autor sospechoso de ser de izquierda. En ese clima se nos ocurrió largar un club de libros. Estaba el club de libro de Sarandí, pero dijimos de hacer una cosa más literaria, más clásica. Como los tres éramos profesores de literatura destituidos, de paso se nos ocurrió hacer también buenas traducciones y buenos prólogos, para no dejar morir la vocación. Queríamos publicar autores buenos pero de lectura no hermética, no crípticos; queríamos ganar lectores, no ahuyentarlos. Nos sacamos el gusto de editar buenos libros.

25/40: Narradores de la Banda Oriental

25/40: Narradores de la Banda Oriental reúne relatos de Guillermo Álvarez Castro, Eduardo Alvariza, Carlos Caillabet, Horacio Cavallo, Javier Couto, Leonardo de León, Richard Dutra, Alicia Escardó Végh, Mercedes Estramil, Milton Fernández, Luis Fleitas, Hugo Fontana, René Fuentes, Luis Fernando Iglesias, Martín Lasalt, Raquel Martínez Silva, Helena Modzelewski, Miguel Motta, Gabriela Onetto, Enrique Pardo, Cecilia Ríos, Carmen Rodríguez Franco, Leonardo Rosiello, Ramiro Sanchiz, Rodolfo Santullo, Pablo Silva Olazábal, Manuel Soriano, Henry Trujillo, Valentín Trujillo, Teresa Urbina y Juan Carlos Venturini.

¿Cómo comenzó la colección? ¿Quiénes fueron los primeros socios del club?

Con Céline, de Pérez Galdós, y con Tiempo y tiempo, de Líber Falco. Los primeros socios fuimos la propia gente de la editorial, y enseguida se generó una red de amigos. Juan Capagorry nos trajo un día como 120 socios: todos sus amigos de la oficina. Pero era lógico, porque quedaban pocos espacios de cultura: Cinemateca, el Club de Grabado, el teatro Circular, nosotros y Arca. La gente entendió que participaba de algo más grande. Luego se sumó Milton Schinca, que tenía una audición en la radio, y promocionó la colección. Precisábamos 1.000 socios para poder equilibrar los números. Se dio una solidaridad enorme entre la gente, debido al momento político. Yo tenía miedo de que eso se disolviera con el retorno de la democracia. Todo llegaba a un estado del alma muy particular. Me acuerdo de que a Larbanois y Carrero les propusieron hacer un disco de canciones de amor y ellos se pusieron como locos, porque cómo iban a hacer un disco así con tantos compañeros presos... Pero vino la democracia y los lectores siguieron creciendo. Y bien, en Lectores apareció la primera edición de Bernabé, Bernabé, de Tomás de Mattos, lo primero de Mario Delgado Aparaín.

¿Quedan socios de las primeras épocas?

Hay 180 personas que hace 40 años que reciben un libro por mes. Es más que emoción. Yo les pido que me digan si hay algún libro que les haya parecido un plomo, que tuviera errores, que haya estado mal impreso. Porque esa solidaridad no merece que hagamos algo mal.

¿Y la idea del concurso?

La posibilidad de encarar un concurso literario es propia de toda editorial, cuando esta se encara como un proyecto cultural, claro está. Ya habíamos hecho, en 1967, por ejemplo, algún concurso, pero es en 1991 cuando, junto con la fundación Lolita Rubial de Minas, nos proponemos realizar un concurso de narradores. Tanto la fundación como la Intendencia de Lavalleja han sido claves para este proyecto con su apoyo en estos 25 años. Nosotros le sumamos la organización, el jurado y, sobre todo, una posibilidad excepcional para un narrador de nuestro país: editar 4.000 ejemplares de su obra. Libros que se entregan a todos los suscriptores de la colección Lectores y también destinamos una tirada para distribuir en las librerías de todo el país. Lo lindo de esto es que la propia gente de Minas fue la que insistió con la idea del libro. El origen, lo que contaba el otro día el propio Homero Guadalupe, de la fundación, es que la gestión cultual se estaba restableciendo. Ellos hicieron la gestión para que la Intendencia de Lavalleja pusiera el premio, que hoy es de 40.000 pesos.

El concurso ha servido para dar a conocer a unos cuantos autores nuevos o que no tenían difusión.

No tenemos dudas de que ha jugado un papel preponderante en la promoción de nuevos narradores. Queda feo dar nombres, pero esta generación que ha surgido en la última década está muy vinculada a premios y menciones de este concurso. En la antología 13 que cuentan hay una patota de autores que surgió del concurso [Martín Bentancor, Leonardo Cabrera, Horacio Cavallo, Leonardo de León, Richard Dutra, Damián González Bertolino, Martín Lasalt, Matías Núñez, Pedro Peña, Ramiro Sanchiz, Rodolfo Santullo, Manuel Soriano y Valentín Trujillo]. También autores con trayectoria han presentado trabajos y, en algún caso, resultaron premiados y tuvieron amplia difusión en nuestro país y luego fueron traducidos a más de 15 idiomas. Hablo de La casa de papel, de Carlos María Domínguez. Fue modesto premio de un concurso que arranca en una ciudad del interior. Es un hito. Hugo Fontana, Leonardo Rossiello, Mercedes Estramil, son autores que contaron con el espaldarazo del concurso.

Año Banda

El viernes 25 de mayo, en la “previa” del Día del Libro, Banda Oriental celebró con amigos y autores en el museo Zorrilla. La celebración, además, incluirá eventos especiales en la Feria del Libro de Montevideo (en octubre), en las ferias de Maldonado y San José, y giras de los autores de la casa por el interior del país El 20 de junio, además, Fidel Sclavo, ilustrador de la editorial, dará una charla en la Facultad de Información y Comunicación (Udelar) con un título desafiante: “Diseñar portadas y afiches para un mundo peor”.

¿Algún texto que te haya impresionado?

En 1993 Torquator, de Henry Trujillo, fue mención en un concurso. Lo leí y me encantó y ahí surgió la relación, que todavía trabajaba como guardia en Grandes Tiendas Montevideo. Si no hubiera sido por el concurso no sé si lo hubiéramos descubierto. También hay un libro que ganó en 2004, Círculos en el agua. Teresa Urbina era administrativa en la Policía de Melo. Enviaba sus cuentos a concursos de asociaciones tradicionales, cosas así. El día de la entrega del premio en Minas llegó a la ciudad en una ambulancia. Fueron 14 personas las que hicieron 200 kilómetros para recibir el premio. Cuando sos del interior, la distancia es brutal. Ella es un caso de alguien que por vivir en el interior quedaba al margen de los circuitos literarios, de los contactos. Tomás de Mattos era del interior, pero vivía gran parte de su vida en Montevideo, participaba de mesas redondas, le hacían entrevistas. Pero para el que está en el interior es muy difícil, está aislado. Para un tipo del interior entrar en Montevideo es como entrar en Buenos Aires. Es un lugar ajeno, no tenés contactos, con quién hablar; quedás solito con tu librito de cuentos.

Bueno, el concurso ha destacado a muchos autores jóvenes del interior.

Por supuesto que no fue buscado, pero nos alegra y mucho que el concurso haya sido una “ventana” donde ellos pudieron hacer conocer sus trabajos. La fundación Lolita Rubial, por su parte, difunde este concurso en todos los departamentos del interior del país. Pero sí, el concurso ha sido una puerta abierta para cantidad de gente. Damián González Bertolino, Pedro Peña, Martín Bentancor, son nombres que aparecieron acá. En los concursos de las multinacionales está claro que la primera selección la hacen los gerentes. Acá los jurados son conocidos, son críticos literarios solventes. Tanto, que el último concurso lo declararon desierto. Se perdió toda la plata, es horrible, pero por honestidad intelectual se discutió hasta último momento y se llegó a la conclusión de que no había nada.

Celebran el concurso con cuentos de varios seleccionados y premiados a lo largo de estos 25 años. Hay nombres consagrados, hay nuevos, hay reapariciones.

Aquí los méritos son de la propia gente de la fundación Lolita Rubial, que decidió retribuir el trabajo de los escritores y para ello los invitó a enviar un cuento, en lo posible inédito, para integrar este volumen. No están todos, claro. Algunos se nos perdieron en la noche de los tiempos. Otros, lamentablemente, no tenían textos disponibles. Pero fueron 32 los que se sumaron. Creo que este libro, a pesar de que, como toda antología, tiene irregularidades, es un espejo de lo que se escribe en Uruguay hoy. Da la temperatura, los temas, los estilos. Hay una linda variedad.

Un logotipo

“El logo clásico de la editorial, el caballito, proviene de un periódico inglés que se editaba en el Río de la Plata en la década de 1880. Fue elegido por quienes al comienzo definieron la parte gráfica de la editorial: Mario Spallanzani y Mariano Arana. En los primeros libros de la colección Lectores, sin embargo, se usó una suerte de líneas que simulan un libro abierto, que es de Ariel Villa. En las últimas series de Lectores usamos un logo, un hombrecito leyendo, de Fidel Sclavo”, explica Abella.

.