“Lo primero es escuchar. Bajar la barrera y escuchar lo que necesita el otro para que el otro nos pueda escuchar a nosotros”, expresa Natalia Núñez, directora de la escuela 65, Portugal, en la que niños procedentes de Venezuela, Colombia, República Dominicana, Angola, Cuba, Perú, España, Argentina y Uruguay comparten aulas de primero a sexto.
La participación, la inclusión y el conocimiento integral conforman el planteo curricular de esta escuela de la Ciudad Vieja. La directora y el plantel docente defienden otra noción de migración, de identidad y de patria. “Migración no es porque vengan de afuera del país, sino que implica un cambio absoluto en tu forma de estar y de ser en un lugar. Los que cambian son el espacio, las normas, los vínculos”, sostiene Núñez. En ese sentido, contemplan el cambio de estructura no sólo de los niños extranjeros, sino también de los uruguayos que vienen del interior del país.
Alrededor de 1.000 niños inmigrantes concurren a escuelas públicas en Montevideo, de acuerdo a datos del sistema de información web GURI, del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP). Esa cifra aumenta constantemente producto de la ola de inmigración en Uruguay; sólo en 2017 se otorgaron más de 13.000 residencias a inmigrantes, en su mayoría venezolanos, argentinos, colombianos, brasileños y peruanos. Las escuelas públicas del país tienen el compromiso de inscribir a los niños extranjeros rápidamente, aunque no dispongan de la documentación correspondiente.
A la escuela Portugal concurren 238 niños; de esa cantidad un poco más de 12% nació fuera del país. Sin embargo, en las últimas semanas ha recibido niños de Estados Unidos y de Cuba, por lo que Núñez estima que esa cifra ya aumentó a cerca de 35 niños. Del interior del país tiene ocho alumnos, y la directora apunta que 16% de los estudiantes está bajo algún tipo de tratamiento de salud mental. “Estamos todos conviviendo y no pasa nada”, sostiene.
Si bien la escuela, ubicada en Sarandí y Maciel, tiene 78 años de antigüedad, guarda los registros de matrículas de otras escuelas de la Ciudad Vieja desde 1901. “Esta escuela culturalmente siempre ha recibido migrantes. No dejaron de venir. La cuestión es cómo mirás la situación: como un problema o como una posibilidad. No cambia la situación, cambia cómo te enfrentás a ella”, explica. Así decidieron tomarlo, como una oportunidad de crecimiento y aprendizaje cultural.
“Llegás, te transformás y se transforma el lugar en el que estás. Todo cambia. Si somos conscientes de esa situación es mucho más sano para todos. Sos el producto de donde venís, pero no voy a poner énfasis en tu historia anterior. Voy a poner énfasis en el encuentro que tenemos ahora. Yo te modifico a vos y vos me modificás a mí, crecemos los dos”, marca enérgicamente Núñez.
Colaboradores estratégicos
El foco no está sólo sobre el que llega, también sobre el que recibe. Todos los miércoles concurre a la institución el antropólogo Leandro Piñeiro, quien se ofreció voluntariamente a trabajar en una serie de talleres sobre migración con alumnos de sexto año. El año pasado se planificaron tres instancias con un grupo de sexto. Hoy sigue su trabajo semanal con los dos grupos de último año que tiene la escuela. También se trabaja en talleres con los docentes, una pieza fundamental para el trato cotidiano dentro del aula.
Para Núñez se trata de darse cuenta de que “nuestra mirada no es la mejor ni la única, sino que hay muchas miradas y pueden convivir bien”. De esta forma se integran vivencias muy diversas que aportan al conocimiento colectivo. Por ejemplo, la experiencia de un alumno de Angola que comentó que su salón de clase era debajo de un árbol y el principal problema era si había tiza o no. Además, contó que quien no llevaba su silla se sentaba en el suelo. O el asombro de los padres peruanos al enterarse de que sus hijos iban a recibir la comida de forma gratuita, porque en la escuela de la que venían, en Perú, sólo comían quienes podían pagarlo; el que no tenía dinero debía retirarse y volver luego del horario del almuerzo.
El trabajo con colaboradores estratégicos es de vital importancia. Además de los talleres con Piñeiro, este año se incorporó a la escuela un grupo de estudiantes de Trabajo Social, de la Facultad de Ciencias Sociales, enfocado en el seguimiento de los migrantes. También asiste a la escuela el Servicio de Orientación, Consulta y Articulación Territorial (SOCAT) del Ministerio de Desarrollo Social, que apunta al desarrollo comunitario. Todos los lunes funcionarios del servicio acuden a la institución para atender las inquietudes de padres migrantes y uruguayos. Quienes se presentan ante el SOCAT plantean sus dudas y son derivados al servicio u organismo correspondiente.
Núñez cuenta que de vez en cuando se ve llegar a la escuela a alguna madre o padre extranjero con el ceño fruncido, producto de la preocupación y el estrés. Llegan con muchas preguntas y miedos. Pero después de hablar con el equipo de apoyo, se los puede ver más calmos. “Desde esa calma se pueden construir cosas y extender redes. Si no, lo único que hace el ser humano es pelearse”, dice la directora.
El programa escolar del CEIP no ha tenido dificultades para adaptarse a la realidad de la escuela; “al contrario”, dice la directora, y agrega: “Creo que el programa está pensado para darle toda la libertad al docente”. Con la llegada de extranjeros, los maestros han aprendido a integrar nuevos conocimientos a la currícula. Durante una clase de primero, un niño venezolano alzó la mano para indicarle a la maestra que había nombrado a José Artigas pero no a Simón Bolívar. La maestra tomó la acotación y agregó la figura del prócer bolivariano al programa; así todos se sienten identificados.
Desintegrar fronteras
Este es el segundo año de Núñez como directora del establecimiento. En su primer año asumió el desafío no sólo de verse en otro puesto, sino de desarrollar e implementar con el conjunto de docentes el Proyecto Fronteras, que surgió a partir de la explosión de matriculación de niños extranjeros en 2017. Se trata de estar en la “frontera del que viene, en el lugar de encuentro entre dos mundos”, explica. El principal anclaje está en el abordaje de la identidad, bajo tres modalidades. En primer lugar la identidad como derecho universal, es decir la identidad del nombre propio. En segundo lugar se trabaja “el derecho a vivir la identidad de mi comunidad, aunque yo esté inmerso en otra”, cuenta Núñez. Por último, la identidad de la escuela Portugal, en la que el concepto de patria no se acota a límites geográficos.
Construir y reafirmar la identidad es un trabajo de todos los días, dentro y fuera del aula. Las escuelas de tiempo completo contemplan en su normativa espacios para fomentar la participación comunitaria, asambleas de convivencia y encuentros lúdicos. En ese sentido, la escuela Portugal lleva adelante cada dos meses una iniciativa que denomina “Escuela abierta”, con la que se muestra a la comunidad todo lo trabajado en ese tiempo. Este año se llevó adelante una “Fiesta de sabores”. En conjunto con los maestros, un grupo de padres interesados en la propuesta cocinaron comidas y bebidas típicas de distintos países representados en la comunidad escolar. Durante toda una jornada los niños, padres y maestros de la institución probaron arepas de Colombia y Venezuela; aletria, un postre portugués; tortas fritas en representación de Uruguay y Argentina; papa rellena de Perú; bolos, característicos de Angola; filloas, de España; chicharritos cubanos, y la bebida dominicana “morir soñando”, una mezcla de leche con naranja, azúcar y hielo. “Probamos todos, por una cuestión de conocer algo diferente y respetar al otro que puso tanto amor en cocinar algo para los demás”, expresa Núñez.
En otra instancia de Escuela abierta realizaron una jornada de danzas características, en la que un conjunto de madres peruanas concurrieron a la escuela a enseñar un baile típico de su país. Este año, en setiembre, realizarán una peña folclórica con énfasis en Uruguay.
Más allá de las palabras
“Los gurises son más sabios que nosotros”, apunta Núñez sobre la adaptación de los niños inmigrantes al contexto de la escuela, y añade una pequeña historia al respecto: “Hace unos días llegó una niña de Estados Unidos y [la secretaria y yo] no entendíamos nada porque no sabemos inglés. En cambio, la niña no tuvo ningún problema. Está en tercer año. Lo único que le reclamó a su padre fue su lonchera, pero su padre le explicó en inglés que aquí no la necesita”. En su primer recreo la nueva alumna estadounidense estuvo rodeada de compañeras de todas las nacionalidades, que la entendieron sin traductor. “La comunicación va más allá de la palabra”, agrega Núñez.
El conglomerado de idiomas y culturas ha enriquecido de diferentes formas a la escuela. Una de ellas, que la directora destaca, es la “utilidad del conocimiento”. Para todo Núñez tiene una anécdota, y en este sentido cuenta que después de la llegada de la niña de Estados Unidos, una alumna le comentó: “Ahora sé por qué tenemos clases de inglés en la escuela”. Sin las clases de idioma no hubiera podido siquiera saludarla. El razonamiento de los niños es: “Me es útil aprender portugués e inglés porque hay otros seres humanos que hablan esos idiomas y tengo la necesidad de comunicarme”, explica la directora.
Unos meses atrás llegó un niño de Venezuela. Mientras la directora hablaba con los padres, el niño fue con su maestra a la clase de primero. Apenas cruzó la puerta, un compañero lo tomó de la mano y lo presentó en todas las clases y con todos los maestros. Como esta, la directora tiene muchas anécdotas más. Le alegra pensar que el día de mañana, cuando llegue un compañero nuevo, va a ser ese niño quien lo tome de la mano, porque sus compañeros lo ayudaron a él a superar el miedo y el estrés del momento. Para ella son los adultos quienes ven todo más complicado, mientras que para los niños todo se da de forma natural.
El curso al que ingresan se determina en función de la edad del estudiante. De todas formas, la directora sostiene que no se encasillan en la lógica de “tiene tal edad, va para tal clase”. Se contempla siempre el rango etario, pero también el docente y el grupo que estén en mejores condiciones de recibir al niño con su idioma, costumbres, cultura. Una vez establecido el curso se evalúan los conocimientos, aunque tampoco son rígidos en eso. Migrantes o no, tienen la posibilidad de recurrir a un “proceso de aceleración”, que consiste en hacer medio turno en dos niveles.