Jair Bolsonaro llegó a la presidencia de Brasil con la promesa de una nueva forma de hacer política y, en los hechos, lo está haciendo, aunque está por verse si esto tiene consecuencias positivas para Brasil. El de Bolsonaro es un estilo de gobierno a golpe de declaraciones y de ideas que avanzan y retroceden, como el decreto que habilitaba el porte de armas que finalmente fue restringido por la Justicia. Avanzar de más para luego retroceder, como ha sucedido con la reforma jubilatoria, por ejemplo. Y romper tradiciones, pero no sólo las que han generado desconfianza en la política brasileña (aunque el tratamiento de la reforma en la Cámara de Diputados muestra que algunas las mantiene con mucha fuerza), sino también aquellas que dignificaban algunas de sus áreas.

Una de ellas es Itamaraty. Considerada por algunos como la referencia en política exterior para la región, la cancillería brasileña se ha desarrollado con base en la diplomacia de carrera y algunos aspectos no se han modificado pese al pasar de los gobiernos. Los cancilleres han tenido incidencia en las relaciones con unos u otros países (como hizo Celso Amorim durante los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva con las relaciones sur-sur) y en algunos lineamientos de la política exterior, pero el rol de Itamaraty y algunas pautas de las relaciones de Brasil han permanecido constantes.

Entre estas estaba la condena a las violaciones de los derechos humanos, la promoción de las democracias, el alineamiento con los países del primer mundo en los organismos internacionales y la designación para las embajadas de diplomáticos de carrera.

Así fue, al menos, hasta que empezó el gobierno de Bolsonaro, y esto se ha hecho evidente en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que Brasil integra desde 2017 y en el que buscará ser reelecto después de 2020.

Foto del artículo 'Golpes de Bolsonaro a la diplomacia brasileña'

¿Qué derechos?

Un relevamiento de la cadena O Globo muestra que desde que comenzó el gobierno de Bolsonaro, el voto de Brasil ha estado más alineado con los países islámicos que con los europeos. Por ejemplo, en una resolución votada la semana pasada contra el casamiento forzado de niños y niñas, Brasil acompañó una enmienda propuesta por Egipto que excluía del texto una referencia al “derecho a la salud sexual y reproductiva”.

Otra enmienda que respaldó, presentada por Bahrein y Arabia Saudita, eliminaba del texto la recomendación de brindar educación sexual a los niños cuando estos tuvieran “la madurez apropiada”, para reemplazarla con que debería hacerse según “la debida orientación de los padres o guardianes legales”. Brasil también ha votado en contra de “garantizar el acceso universal a la educación sexual”.

Además, el gobierno de Bolsonaro votó en contra de una resolución que pide a la Alta Comisionada de Derechos Humanos, Michelle Bachelet, que investigue los asesinatos cometidos por el gobierno de Rodrigo Duterte, en Filipinas, en el marco de su “guerra contra las drogas”. De acuerdo con el gobierno de ese país, 6.600 personas murieron en enfrentamientos armados con las fuerzas de seguridad, pero según organizaciones civiles esa cifra aumenta a 27.000 y, en la mayoría de los casos, se trata de ejecuciones extrajudiciales.

En todas estas votaciones la postura de Brasil y de los países islámicos fue derrotada.

En familia

Hay indicios de que también las designaciones de diplomáticos de carrera para las embajadas quedarán por el camino en el gobierno de Bolsonaro. Desde abril, Brasil mantiene vacante el cargo de embajador en Estados Unidos, algo que ya venía generando especulaciones, porque para el gobierno de Bolsonaro las relaciones con ese país son prioritarias. No faltó quien indicara que el presidente estaba esperando que uno de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, cumpliera los 35 años exigidos por las normas brasileñas para ocupar ese cargo.

El cumpleaños de Eduardo fue el jueves y ese mismo día Bolsonaro anunció que había designado a su hijo para que se convirtiera en el embajador de Brasil en Estados Unidos. Argumentó que la de Eduardo es una buena designación porque “es amigo de los hijos de [el presidente estadounidense, Donald] Trump, habla inglés y español, ha recorrido el mundo”. Consultado por los medios, Eduardo dijo que no había recibido una notificación formal, pero que estaría dispuesto a asumir el cargo.

Esta eventual designación también generó controversia: juristas, ex ministros y analistas han señalado que es un caso de nepotismo, que Eduardo Bolsonaro no tiene las credenciales para ocupar el cargo y que su comportamiento no ha sido el adecuado en el exterior recordando, entre otras cosas, que en su último viaje a Washington participó en varios eventos con un gorro de la campaña de Trump a la reelección.

Del otro lado, desde el gobierno, se señala que Eduardo fue el diputado más votado en Río de Janeiro en las últimas elecciones y que preside la comisión de relaciones exteriores de la cámara baja. El canciller brasileño Ernesto Araújo se pronunció a favor de la designación: “Sería una excelente señal para las relaciones entre Brasil y Estados Unidos, que es importantísima para nosotros”, aseguró en declaraciones a BBC Brasil.