En la historia que María Teresa Andruetto construye en El país de Juan es posible reconocer de inmediato, mediante una narración de enorme belleza, la historia de las últimas décadas en Argentina y, en general, en América Latina. No obstante, esa historia pequeña de la pareja protagonista, que se puede leer en clave histórica continental, es, también, la historia de los pobres del mundo, de todos los que luchan, de todos los que son oprimidos, de todos los que sueñan un mundo mejor.

Lleno de referencias que disparan una multiplicidad de lecturas y de referencias, en la medida en que cada fragmento tiene la capacidad de activar un recuerdo, una fibra sensible, una vivencia, el cuento está hecho de pura materialidad literaria y lingüística trabajada con el arte que es habitual en la autora. Nada está ahí de casualidad; hay en la escritura de Andruetto algo del trabajo meticuloso del artesano, del orfebre que trabaja cada pieza con delicadeza, con sus manos.

El país de Juan es una historia de amor con final feliz. Es la historia de amor de Juan y Anarina, dos niños que se conocen en Villa Cartón, a donde llegan junto a sus familias empobrecidas del interior del país, con sus tradiciones ancestrales, oficios e ilusiones a cuestas. Es la historia de la persistencia de ese amor a lo largo de los años y de las adversidades. Pero también es la historia de la lucha cotidiana, de la pobreza que acecha y expulsa, de la lucha colectiva.

Sin más datos sobre el lugar y los personajes que los necesarios, es, de alguna manera, una historia arquetípica, la historia de un pueblo o de una clase. En contraposición, esa escritura austera es generosa en detalles para describir los objetos que van perdiendo, para pintar los paisajes del campo y la ciudad, para ahondar en los sentimientos de los personajes.

Juan y Anarina son dos niños cartoneros que se enamoran y proyectan una vida juntos. Hay en ese encuentro un componente de determinación, de firmeza, del que sabe lo que quiere y está conectado con la tierra que habita. Por eso no es sorprendente que el periplo vital los conduzca nuevamente a la tierra abierta que los llama, a la que pertenecen, que les habita el alma en las canciones aprendidas de pequeños, y transitan de “Las penas y las vaquitas / se van por la misma senda. / Las penas son de nosotros, / las vaquitas son ajenas” a “Tengo una petaquita / para ir guardando / las penas y penitas / que me van dando”. Anarina teje –con toda la literatura que esto implica– y le enseña a tejer a Juan cuando se instalan en el norte del país. Y en la recuperación de aquello que cada uno había llevado consigo a la gran ciudad hay al mismo tiempo una mirada esperanzada y un homenaje a esas tierras amplias, de aire seco y limpio y cielo sin cables, y a su gente y su dignidad.

Esta es la segunda edición de El país de Juan, un libro publicado por primera vez en 2003, cuando la región acababa de pasar por una de sus peores crisis económicas. No parece casual esta reedición en 2018, que de alguna manera materializa los ciclos de la historia, sus vaivenes. Esta edición está ilustrada por Matías Acosta, que resuelve con genialidad los colores terrosos del campo, el collage de cartón de esa ciudad que promete y no da, los cielos brillantes y azules del norte, las flores solitarias que aparecen aquí y allá en la villa, en la miseria, los colores vitales y ancestrales del tejido.

El país de Juan es un libro para niños, para grandes, para todo el que quiera dejarse llevar por la hondura de la palabra. Una buena oportunidad de acercarse a la literatura de una escritora enorme.

El país de Juan, de María Teresa Andruetto, con ilustraciones de Matías Acosta. Buenos Aires: Sudamericana, 2018. 48 páginas.