Rimini Protokoll es una compañía de teatro alemana integrada por un colectivo de directores que extraen su material de la vida misma: un debate parlamentario, los despidos en una aerolínea, nuestro apego a los dispositivos electrónicos. Se conocieron en los años 90 mientras estudiaban en el vanguardista Institut für Angewandte y realizaron sus primeros proyectos, de corte documental, en salas independientes, aunque hace tiempo que sus configuraciones experimentales se replican en distintas partes del mundo.

A Uruguay llegan por primera vez con la performance Remote Montevideo, que empezaron en 2013 en Berlín y desde entonces llevaron por 45 ciudades, entre las que están Buenos Aires, San Pablo, Santiago de Chile, Lima, además de otras de Estados Unidos, Europa y Asia. Hace unos meses su director, Jörg Karrenbauer, estuvo diseñando la ruta local junto con los productores del Festival Internacional de Artes Escénicas, tomando el Cementerio del Buceo como punto de partida y la Intendencia de Montevideo como lugar de llegada.

Tres meses llevó producir el audio que cada asistente escucha mediante auriculares durante las dos horas de recorrido. Las funciones siguen hasta el 3 de setiembre, la asistencia es gratuita y las reservas se pueden realizar hasta 48 horas antes mediante el correo [email protected].

¿Cómo influye la dimensión de la ciudad y sus habitantes en esta performance?

No importa mucho si se trata de una ciudad muy poblada o no, aunque seguro que si lo hacés en Hong Kong o en Tokio y tratás de usar el transporte público vas a tener una situación más complicada. Acá no tienen un sistema de metro, así que tuvimos que alquilar un ómnibus especialmente. No estamos usando la línea normal porque las unidades iban demasiado llenas para un grupo de 40 o 50 personas. Entonces llegamos a un acuerdo con la compañía de ómnibus, que nos manda uno para la performance y de allí en más sigue levantando pasajeros como siempre. Eso es distinto a otras ciudades, donde eso lo hacemos con el sistema como viene. En ciudades como Hong Kong o incluso Nueva York es más complicado caminar porque el trazado de la ciudad tiene muchos semáforos. Acá también, pero como no empezamos en el Centro sino en un área en la que es más fácil caminar, hacemos un balance, porque si no es muy molesto ir caminando de semáforo en semáforo. Tenés que experimentar el tour de otra forma, así que intentamos evitar eso al máximo.

¿Remote reproduce la misma historia en todos lados?

Dramatúrgicamente hay una línea roja en el guion, pero obviamente debe ser ajustada a cada ciudad y a asuntos específicos, como determinados edificios o áreas. Pero el eje es el mismo: hablamos de esta voz artificial que trata de convertirse en tu amiga durante el trayecto y esta especie de reflexión sobre qué tipo de voces escuchamos todo el tiempo con nuestros dispositivos inteligentes a diario: está el GPS en el auto, Siri en el celular, Alexa en el living... cada vez hay más voces que nos hablan y cada vez hablamos más con estos dispositivos y apretamos menos botones. Esa es la base de la performance, que estás en una interacción, no una real en nuestro caso, porque no le podés contestar. Es una comunicación unidireccional. Pero el contexto al que refiere es que nos manejamos con herramientas que nos hablan y las preguntas son: ¿la seguimos?, ¿cuándo?, ¿qué pasa si decidimos no hacerlo? Y en definitiva, ¿quién es que nos está hablando? ¿Qué tipo de interés persigue? ¿Qué tipo de compañía está detrás? Siempre tratan de que esa voz suene lo más humana posible y la hacen reaccionar lo más humanamente que pueden, así que tienen que saber cómo funcionan los humanos, o sea que esa idea está basada en que el comportamiento humano es predecible. Estas compañías juntan big data sobre comportamiento y lo implementan en las máquinas, para que los programas puedan actuar y sonar como humanos. Hay algo tramposo ahí: ¿quién está realmente hablándonos en ese momento?

Así que la ruta no sería lo más importante.

Es importante porque toda la cosa está basada en cómo funciona la ciudad, en cómo nosotros funcionamos en ella. Entonces, para poder llevarnos bien entre todos y hacer funcionar la ciudad tenemos que ser predecibles, tiene que haber al menos una regla general de que pares en la luz roja. Acá la gente no para con la luz roja, pero por lo menos sabe cuándo cruzar, mira antes. Hay tantas reglas atrás de eso. Acá por ejemplo la gente no habla tanto por teléfono en el ómnibus, son bastante tranquilos. Si vas a San Pablo o Berlín o Moscú son los lugares más ruidosos, porque todo el mundo está hablando por teléfono sin preocuparse de la privacidad del que tiene sentado al lado. Hay un montón de reglas específicas en cada ciudad, en cada país, que muchas veces la gente sigue, incluso sin saberlo. De hecho, hay cierto tipo de hábito que inventamos en determinadas ciudades, como acá caminar con el mate. Por eso, esta es una pieza sobre cómo interactuamos con la ciudad junto con estos aparatos inteligentes, que están constantemente conmigo en mis oídos. Son las dos cosas.

¿Cómo toman las instrucciones de esa voz en cada país? Acá solemos ser un poco rebeldes con esas cosas.

A eso me refiero con los cruces peatonales: acá la gente no para en la luz roja, y tenés otras ciudades en las que son súper estrictos para seguir esa regla. Pero, por ejemplo, le pedimos a la gente que baile y obviamente puede decidir no participar y está todo bien. Acá la gente normal, los peatones, que ven a un montón de gente bailando o caminando de espaldas o haciendo cosas raras en la calle se dan cuenta, pero después miran para otro lado, no quieren verse involucrados. No son muy curiosos, no hay mucha gente preguntando qué estamos haciendo, por qué tenemos auriculares, por qué hacemos los mismos movimientos. Si lo comparás con Brasil, es exactamente lo contrario, y es interesante o sorprendente que la mentalidad de dos países vecinos, y que hace mucho tiempo fue un solo país, sea tan diferente. En San Pablo cuando empezamos a caminar hacia atrás en una plaza grande de repente éramos 100 personas haciendo eso, o bailando; nos habían seguido. Estaban ansiosos por participar, moverse, sacudirse, hacer cosas locas y divertirse. Acá son más tímidos. En la mayoría de los países la gente no quiere involucrarse en cosas que no entiende. Creo que es un comportamiento bastante natural, excepto en Brasil o en India, donde son tan curiosos que vienen y te dicen: “¿De dónde son esos auriculares? ¿Puedo probarlos? Yo también puedo escuchar, ah, es gracioso”. Me di cuenta de que en esos dos lugares la gente es tan juguetona que no tiene miedo de entrar en contacto con los otros. Lo hicimos en Bangalore, y son súper conscientes de lo que pasa en las calles, que están muy llenas, pero en seguida identifican a un grupo que tiene el mismo tipo de auriculares y que para al mismo tiempo. Es la forma en que se sienten al ir por ahí en su ciudad.

¿Sentís que desarrollan un experimento social?

Seguro. No es que le queramos enseñar algo a la gente o lo que sea, pero me gustaría verlo más como un juego 3D. Si me permitías el ejemplo estúpido: es como Pokemon Go, un juego de exteriores en el que jugás con gente de verdad en la ciudad, no frente a la computadora. Y como en todo juego, podés decidir si querés participar, si querés tomar el siguiente paso. Desde que tomás la decisión de participar, de allí en más tenés que ver reflejado en vos mismo cómo te sentís caminando por ahí con un montón de 40 o 50 personas. ¿De verdad querés seguir la voz? ¿Por cuánto tiempo? ¿Qué pasa si decidís salirte? Porque estás ahí parado, visible, y todos los demás están haciendo algo y si decidís no hacerlo todo el mundo te está mirando, y en realidad la tendencia a esconderse y desaparecer en el grupo se da vuelta cuando decidís no participar. En el modo activo no es un juego difícil, pero pienso que es una experiencia interesante que constantemente tengas que cuestionarte a vos mismo si te sentís cómodo, por cuánto tiempo vas a seguir la voz y qué pasa si vas a la izquierda cuando te dice que vayas a la derecha, qué pasa si no bailás, ¿de verdad querés estar tan cerca de los otros...? Probablemente la estés siguiendo porque lo ves como un juego que te conduce con buena onda por la ciudad que no es muy serio, pero sí lo es en el fondo. La esperanza es que te sobrepongas a la tendencia a ser un individuo y a desaparecer: un grupo no es la peor de las cosas.

¿Esta performance en la que el performer es el participante es la última frontera teatral, en la que sólo una voz actúa?

En la performance de hoy, la primera en Montevideo, sólo una persona aplaudió al final, porque no sabés a quién aplaudir, porque no hay actores, no hay quien se lleve una aclamación, no hay nadie del otro lado al que puedas agradecer o abuchear por su performance. Te das cuenta de que sos el actor y el espectador al mismo tiempo. Así que si aplaudís, te estás aplaudiendo a vos, y si no aplaudís, te das cuenta de que sin vos no hay performance. Si no hay audiencia, en esta pieza no hay performance. Del otro lado están los peatones que observás y te observan, así que a veces actuás para ellos. Es un constante dar y tomar: ser un actor, ser mirado. Queremos sacar a la gente de esta situación pasiva de estar sentado en un cuarto oscuro en una silla esperando a que algo termine y que les guste o no. No es que sólo hagamos este tipo de performances, pero es un gran acercamiento para tratar de encontrar algo que involucre a la gente, pero no de una forma estúpida, como pidiéndole que suba a un escenario y haga cosas con las que no se siente a gusto. Estamos tratando de encontrar cosas lúdicas para eso. En los últimos años, en Europa y en América del Norte –no estoy familiarizado con el teatro latinoamericano– este tipo de teatro inmersivo es un gran movimiento para involucrar a la audiencia.