Hace unas semanas apareció Toda la verdad es imposible (Rumbo, $ 360), la primera colección de cuentos de nuestro compañero de redacción Fermín Mintxo Méndez. El título del libro, una cita de Juan Carlos Onetti, no hace explícito el hilo que une los relatos: el fútbol, aunque tomado desde muy distintos ángulos.

“Más allá de lo que uno elija para contar o de dónde uno se para, cuando voy a escribir termino en lo que me interesa a mí: las obsesiones, el ser humano, cómo se responde al amor, el desamor, el desaliento, la felicidad, el horror, la angustia, el orgullo. Pero también tengo en cuenta que me hice conocido por el lado del deporte, que en Uruguay significa casi siempre el fútbol, entonces uní todo desde ahí. Cuando armo los cuentos, la historia que va por debajo busca trascender esas fronteras. En realidad no me interesa hablar de fútbol; lo hago todos los días, me rompe un poco las pelotas. Me parecía que si tenía que hacer algo propio, tenía que romper desde ahí. Creo que el título juega con eso, más allá de la frase genial del amigo Juan Carlos. Me facilita todas las entrevistas: ‘¿Qué hay acá, amigo?’, ‘No lo sé, toda la verdad es imposible’. Capaz que es pretencioso, pero es por ahí. Contar cosas sólo de fútbol no me interesaba, creo que la identidad uruguaya lo trasciende desde hace tiempo, pero hay muchas historias en las que la pelota corre por el costado”, explica Mintxo.

En la mayoría de los cuentos predomina la primera persona, pero los personajes narradores son bastante diferentes, o por lo menos sus puntos de vista: hinchas, jugadores, una madre y su hija.

“Lo pensé muchísimo como opción narrativa. Me fastidia mucho el narrador omnisciente. Además, los personajes que iba creando me lo iban exigiendo. Algunos me costaron horrores, como la madre y su hija que decís vos. También la abuela en el cuento del Alzheimer. Los hinchas y jugadores son más fáciles, porque desde el periodismo tenemos una ventaja. Cuando vi que tenía muchos cuentos en primera persona empecé a unir los personajes; hay algo atrás de eso. La variedad fue buscada, pero cuando uno divisa lo complejo de la obra siente la necesidad de vincularlo. Hay links entre los cuentos que até luego. Lo de la primera persona está pensado desde el impacto, sobre todo”, aclara.

Otra conexión entre las historias es su locación, el pueblo ficticio de San Prudencio. “San Prudencio sintetiza dos cosas. Primero, una incapacidad personal para encontrarme en los lugares. Me pasó desde los 18 hasta no hace mucho. Vine a Montevideo en 1998, no me adapté, volví a Mercedes, regresé al año siguiente a hacer Comunicación, vino la crisis, tuve que volver a Mercedes; cuando quiero acordar estoy en Euskadi, y cuando quiero darme cuenta no aguanto más, así que vuelvo a Mercedes, que ya no es la misma de cuando era niño ni la de 2002, y ahí sale el pase a la diaria... No era el Montevideo en el que había vivido. Entonces, ¿cuál es mi espacio físico? Tenía que crear una jurisdicción propia. Eso es San Prudencio. Pero hay otra cosa, que es el lenguaje. No me interesa que el habla uruguaya, mal llamada montevideana, caiga siempre en lo cosmopolita. Porque el fútbol en Uruguay tiene 19 países, en los que se habla distinto. Porque en el litoral se habla casi argentino, en Rocha se habla de tú, en el medio se habla como se puede, en Tacuarembó es más gaucho... hacer algo amplio “uruguayo” no me resultaba desde lo escrito. Un pueblo cosmopolita, en cambio, era el lugar ideal para sintetizar esas maneras de hablar. Porque pasa, en Sayago pasa lo mismo que pasaba en Mercedes. La urbe es una. Había que enmarcar el lugar, y también crear un habla que cualquiera pudiera sentir cercana”.