Come que te come es una retahíla que refiere a una cadena trófica y, por lo tanto, es circular: después de recorridas sus páginas, al llegar a la última se vuelve a empezar; en la propia polisemia del título está esa recursividad: come mucho, pero come porque lo van a comer.
Libenson juega con la rima, en textos breves que conducen al lector de una doble página a la otra, en la que el que come pasa a ser el comido. Estas acciones se suceden con naturalidad, sin que el carisma de cada bicho que se presenta represente un escollo para que sea zampado al dar vuelta la página.
El humor levemente negro funciona como un recurso narrativo en la ilación del relato. Mediante las leves pinceladas con las que se describe a los personajes, así como en algunos pequeños detalles que les dan características humanas, se produce el acercamiento al lector, en un libro que delata investigación pero no la ostenta, sino que prefiere el camino de la sencillez y la sugerencia. Al leerlo es imposible no imaginar una situación de lectura compartida en la que un padre, una madre, un abuelo, una abuela se divierte compartiendo la historia con un niño pequeño.
Las ilustraciones de Matías Acosta están en armoniosa sintonía con los textos. Son precisas en dar el gesto, el tono, el estado de ánimo; juegan con los contrastes de tamaño, dibujándose con sobriedad sobre el fondo blanco; van de un color a otro según el protagonista de la página. No buscan el detalle ni la representación realista, minuciosa, sino que más bien se centran en el recurso narrativo y en plasmar la energía gozosa de los bichos cuando comen. En el melón empieza y en el melón termina, para cerrar el libro y volver a empezar. A la manera de un niño chiquito que lee una y otra vez el libro que le gusta.
Come que te come, de Carol Libenson y Matías Acosta. Amanuense, $ 400.