Lo último que había publicado Alicia Migdal era En un idioma extranjero, una compilación de textos ya publicados que incluía un tramo nuevo, llamado Abstracto. Eso fue en 2008. Por estos días salió a la calle El mar desde la orilla (Criatura, $ 420), y será presentado por la investigadora Alicia Torres este jueves a las 20.00 en Escaramuza (Pablo de María 1185). Unos días antes, conversamos con la autora de Historia quieta.

Hay, como lector, por lo menos dos impactos visuales claros. El primero, la aparición del “tú” en un discurso dominado por la primera persona. El segundo, un pasaje impreso en blanco sobre negro.

Es que el soliloquio siempre lleva implícito a un otro, salvo en estado de total locura. Y en este caso es muy específico ese momento del “tú”, casi como el de una carta, ¿no? Creo que es una isla en medio del texto. El pliego en negro fue una muy buena decisión de la editora. Ese texto ensayístico, que yo quiero mucho y que creo que está totalmente relacionado conmigo, lo leí en una de las Montevideanas que organizaba la Facultad de Humanidades y que nada tenía que ver con el carácter académico de esas jornadas. Julia Ortiz consideró destacarlo y yo diría que al mismo tiempo “extrañarlo” del conjunto con esa decisión que busca no romper el ritmo de lectura. Podés saltearlo. Y volver. O no, dejarlo pasar.

Otro asunto que descoloca, ya en el primer párrafo, es el término heautontimorumenos (quien se atormenta a sí mismo), que a algunos nos lleva a Las flores del mal. También marca una de las tensiones, creo, que aparece en gran parte de tu obra, entre la aparente inacción y lo que bulle en el interior.

Baudelaire, sin duda. Lo leí mucho en otras épocas, lo estudié mucho; sobre todo, los pequeños poemas en prosa fueron muy importantes para mí y me “autorizaron” a publicar Mascarones. Además del concepto, siempre me han hechizado el sonido y el misterio de esa figura de lenguaje, diría que hasta el dibujo que componen sus letras y sílabas. Pero esto que digo es casi superficial, porque el asunto es lo que significa, y yo lo asocio con ser la apestada por el dolor. Y nadie puede acercarse a un apestado, a la herida y al cuchillo. Me consta que produce desconcierto y obliga a recurrir al diccionario o a Google, que es casi lo mismo.

El mar desde la orilla es, en ese sentido, y también en otros, como el de la reflexión sobre la herencia cultural judía –Sara Sabah tocará canciones sefaradíes en la presentación del jueves–, una prolongación de tu trabajo anterior. ¿Por qué tanto tiempo sin publicar?

Siempre he sido una escritora lenta o de lentitudes. Necesito espacios físicos y mentales para sentirme “en la escritura”, porque lo mío funciona por asociaciones, casi por sorpresa, una imagen o un pensamiento repentino, una anotación, que luego resulta conectada con otras hasta que percibo una forma mayor y un tema, si es que puedo llamar así a lo que contienen mis libros. Alguien me preguntó hace un tiempo “ah, ¿y de qué trata?”. “Bueno, son esas cosas que yo escribo”, fue lo único que pude contestar. Son esos fragmentos a veces más largos siempre sobre lo mismo, que podrían ser de acumulación infinita. Desde 1988, con La casa de enfrente, ha funcionado así mi cabeza, hasta que percibo que hay un material que busca o encuentra una forma, sólida, diría, o legible. Legible para el otro, compartible. En estos diez años estuve muda mucho tiempo, apestada por el dolor que enmudece. Tocar las palabras era un privilegio que no me podía permitir. Y no pude. Y también pude. Y hace dos años me mudé y algo se activó y me permitió recuperar el derecho interior a la palabra. Muda, mudanza. No es un juego de palabras.

Reflexionás sobre una serie de temas inquietantes (la confrontación con el pasado, el ajuste con las expectativas de otros momentos, la muerte) que sin embargo, por lo menos a mí, me transmitieron cierta calma. ¿Dirías que es un texto de balance, de reconciliación?

Cesare Pavese hablaba de la espléndida monotonía de los verdaderos escritores. Siempre se escribe el mismo libro. En mi caso eso es es casi literal. También lo asocio al jazz y sus variaciones sobre una frase. La calma es la forma, la necesidad de ser precisa y eventualmente clara, calma, en relación a materiales oscuros e inenarrables.