Corrían los años 80 y los padres que preparaban el cumpleaños infantil de alguno de sus hijos contaban con un número limitado de opciones para animar la fiesta y mantener a raya a decenas de pigmeos sobreexcitados. La más tradicional era la presencia de un mago, que llegaba con su valija llena de palomas y la capacidad de hacer que los asistentes miraran en una dirección cuando el truco estaba ocurriendo del otro lado.

También se proyectaban fragmentos de películas en super 8. Si fuiste niño en aquella época y tenías muchos amigos (en mi caso, muchos compañeros de clase) te sabías de memoria ciertas secuencias de La guerra de las galaxias, Cupido motorizado o 20.000 leguas de viaje submarino, aunque la vedete era “el partido del siglo”, que enfrentaba a animales animados en un encuentro de fútbol con un juez de carne y hueso; la escena pertenece a la película Travesuras de una bruja, pero eso recién lo supimos décadas más tarde. Para nosotros era “el partido del siglo”.

Por último, y especialmente entre los niños más pequeños, estaba la función de títeres, con sus tramas heroicas y el típico momento en el que el villano zafaba de la mirada del pobre ser humano ubicado delante del teatrito, mientras los niños se desgañitaban pidiéndole por favor que se diera vuelta.

Lo que muchos de ellos desconocían en aquellos años de oscurantismo, en los que para encontrar información había que visitar una biblioteca, era que en 1982 se había estrenado una película protagonizada por títeres, que tenía detrás a uno de esos genios creativos que nos dejó el siglo pasado.

No, you’re the puppet!

Jim Henson nació en 1936 y murió en 1990. En 53 años se encargó de dejarnos un puñado de personajes imborrables, un montón de buenas ideas y un legado de historias que suelen transmitir buenos valores a su público objetivo.

Sin embargo, algunas de sus creaciones no pisaron tan fuerte por estos lares. Sesame Street (Plaza Sésamo, 1969) lleva 50 años al aire y tuvo versiones latinas, pero pocos podrían identificar a alguno de sus personajes. Los Muppets, mientras tanto, fueron más conocidos por el dibujo animado Muppet Babies (1984) que por el brillante The Muppet Show (1976), con la rana René (Kermit) dirigiendo una varieté con estrellas invitadas. Luego llegarían las películas, en las que todos sentíamos que nos estábamos perdiendo una parte de la historia.

Quizás el producto que más pegó entre los uruguayitos ochenteros fue Fraggle Rock (1983), serie emitida por Canal 5. Aquí Henson y sus titiriteros crearon un mundo subterráneo en el que convivían diferentes especies. Una de ellas eran los fraggles, seres coloridos que se la pasaban jugando y divirtiéndose, mientras los diminutos doozers (o inges) construían estructuras con un material que luego los fraggles se comían.

Jim Henson también dirigió Laberinto (1986), con David Bowie como el rey de los duendes y de las calzas reveladoras, pero lo que nos reúne en esta ocasión es una película estrenada en 1982 llamada The Dark Crystal o El cristal encantado.

Solución cristal

La acción transcurre en el planeta Thra, donde los dos últimos gelflings (criaturas simpáticas y pacíficas... por eso quedaron dos) deben restaurar el cristal del título antes de que los tres soles se alineen, para evitar que los malvados skeksis gobiernen ese mundo para siempre.

Esta cinta, que Henson codirigió junto con Frank Oz, era bastante más sombría que lo que se esperaba de un título “infantil”, y ni que hablar si este era protagonizado por títeres. Los diseños del ilustrador Brian Froud le produjeron pesadillas a más de un jovencito, en especial esa suerte de buitres mezclados con lagartijas que eran los skeksis.

Con los años, The Dark Crystal se convirtió en una obra de culto y los herederos de Jim intentaron dar luz verde a una secuela, algo que nunca se concretó. No obstante, el entusiasmo del director francés Louis Leterrier (El Increíble Hulk, 2008) llevó a que presentaran la idea a Netflix en forma de serie animada por computadora. Alguien dijo: “¿No sería mejor hacerla con títeres?”, a lo que le respondieron que saldría mucho más cara. “¿Y cuándo empezamos?”, dijo el directivo de Netflix que firma los cheques con un sello.

Resistiré

Fue así que el 30 de agosto se subieron al catálogo de esta plataforma los diez episodios de The Dark Crystal: Age of Resistance. En la era de Pixar, The Jim Henson Company nos trajo una serie que, más allá de pequeños desarrollos tecnológicos, está protagonizada por títeres que siguen teniendo movimientos torpes y expresiones limitadas. Y ahí, entre otras cosas, está la magia.

Con una combinación de El señor de los anillos y Juego de tronos, sin el incesto y el sexo, aunque con bastante violencia, se nos presenta este mundo denso, en el mejor y el peor sentido. Este mundo incluye siete clanes diferentes de gelflings, de los que cada uno ocupa un lugar distinto en la escala social, con referencias poco solapadas a la xenofobia; estos son los bichitos que deberán organizarse para derrocar al gobierno títere (¡cuac!) antes de ser aniquilados... cosa que, nosotros sabemos, pasará tarde o temprano.

El guion aprovecha la cantidad de minutos para contar una historia mucho más interesante que la del film original, aunque por momentos se abuse del recurso de enviar a los protagonistas por diferentes caminos y cruzarlos cada tanto (otro homenaje a George RR Martin).

Sin embargo, la emoción irá en ascenso desde el primer minuto en un mundo visualmente apasionante, con grandes talentos al servicio de las voces, pero en especial del movimiento de cada uno de los títeres. Al igual que ocurría en la película, los skeksis se roban las miradas, las escenas y los recursos naturales de Thra, con el Chambelán como eterno conspirador desde las sombras, esta vez interpretado por Simon Pegg.

La serie está recomendada para mayores de siete años, pero yo le subiría un par de añitos el mínimo. Si bien es cierto que los niños odian ser subestimados y adoran espiar material destinado a adultos, la serie incluye torturas, bocas cosidas, puñaladas, cadáveres maquillados, al menos un ojo arrancado, sustancias adictivas y secreciones corporales que harían sonrojar a los productores de Jugate conmigo. Sin exagerar.

¿Querés más?

Mientras cruzamos los dedos a la espera de una segunda temporada tenemos The Crystal Calls: Making The Dark Crystal: Age of Resistance, que, a diferencia de esos documentales que traían los DVD solamente para justificar la palabra “extras” en la portada, es un concienzudo recorrido por la gestación de la serie; si bien es cierto que la mismísima compañía de streaming es representada por varios de sus directivos (que alaban a coro al nuevo producto), lo importante es cómo se toman el tiempo para detallar casi todos los aspectos creativos, incluyendo el guion, la manufactura de los personajes y el trabajo de los titiriteros.

Si disfrutaste de la serie, de verdad es un acompañamiento ineludible. De paso, Netflix también incorporó la película original, para cerrar el círculo y recordar que no debemos encariñarnos con ninguno de los protagonistas de la precuela.

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