Casi escondido entre cables de televisión y monitores, con un codo apoyado en la escalera del escenario –que marca el final del desfile– y una mano en la cintura, el veterano periodista Marcelo Fernández fuma con evidente placer el último cilindro del filtro de su cigarro y dispara una nube de humo que se perderá en el aire caluroso de la avenida 18 de Julio mientras su espalda descansa un rato. Por la calle Andes y desde la rambla, los integrantes de una comparsa dorada suben la cuesta con sus pesados tambores en silencio y penumbras rumbo al Palacio Salvo.

Los puestos de caretas esperan instalados desde la tarde en cada esquina, y ofrecen las que no fallan: el Hombre Araña, Batichica, Minnie, Hulk, toda la gama de los Power Rangers, el emblemático rostro blanco de Guy Fawkes. También otras menos populares, como la de un lobo semianónimo, el muñeco Chucky y un diablo de cuernos amarillos. Entre las maderas y los piolines tensos, cuelgan burbujeros adornados con tapas en forma de emoticones.

Los turistas observan con cierta fascinación y curiosidad el tumultuoso ambiente que se genera entre la gente apurada por contagio en las veredas estrechas, buscando lugar entre las sillas de madera y los puestos de comida uruguaya (el infaltable choripán) y venezolana (cachapas y arepas fritas) al son de las más diversas melodías que comienzan a amplificarse en los vehículos que acompañarán a cada una de las más de 50 agrupaciones prontas para desfilar.

Foto: Ernesto Ryan

Foto: Ernesto Ryan

A las nueve y pico, cuando la costumbre y la muy buena cantidad de público indican que la fiesta ha comenzado, el grupo Bafo da Onça intenta con buenas armas y por primera vez en la noche lo imposible.

Ni su contagioso samba enredo correctamente amplificado y a gran volumen, ni sus bailarines con cabezas de tigre impresas en sus camisas color fucsia, ni sus movimientos sexuales transpirados contras las vallas, ni sus garotas de fuego sobre lo más alto de un camión, ni el asombroso toque del viejo percusionista de pelo color cobrizo, nada, ni todo eso junto, iluminado con cuidado y muy buen gusto, por las más de 10.000 luces instaladas a lo largo del cielo céntrico por la Intendencia de Montevideo serán capaces de conmover al solemne y melancólico habitué de este tradicional evento que marca el comienzo del carnaval en Uruguay.

Un recreo de goma espuma

Como cada año y desde hace décadas, artistas y público conocen el juego y lo disfrutan a su manera y sin drama, con mínimas y acotadas muestras de emoción. Eso no ha cambiado.

Hasta no hace mucho, el vínculo de respeto entre ambas partes era algo más relativo, y fácilmente el espectador podía confundir componentes de murgas con personas de vestimenta estrafalaria, vendedores de panchos, niños con pomos de agua y cualquiera que quisiera cruzar 18 de Julio con su propia coreografía en ese punto del calendario. Hasta no hace mucho, los conjuntos debían conservar sus voces y sus piernas hasta la calle Gaboto, y parte de la identidad del desfile estaba hecha de esa anarquía algo lúgubre pero auténtica.

En los últimos años el trayecto se fue abreviando hasta llegar al actual, que termina en la plaza Cagancha con un escenario en el que las murgas y algunos conjuntos de parodistas suben para cantar, al final de su recorrido, sus saludos, presentaciones o despedidas. Todo se ha vuelto más prolijo, profesional, perfectamente delimitado, y televisado.

Los que desfilan dicen disfrutar más de esta modalidad de menos esfuerzo, que además permite destacar lo propio de cada conjunto. Se trata además de un espectáculo que tiende, desde su organización, a aumentar y diversificar las propuestas con un criterio inclusivo que cada vez más les otorga un mejor espacio a los grupos que no son parte del concurso oficial organizado por Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay (DAECPU).

Foto: Ernesto Ryan

Foto: Ernesto Ryan

Así, y en esta edición, se destacaron la cuerda de tambores Balelé (“la primera comparsa de ciegos e inclusiva del Uruguay”), que sonó fuertísima y notablemente afinada, y los muñecos gigantes de la compañía francesa de títeres Les Grandes Personnes.

Algunos nostálgicos, como yo, quizás extrañamos un poco la inoportuna pero siempre graciosa presencia de personajes de origen comercial, como el sujeto que desfilaba entre conjuntos dentro de un disfraz de un paquete de pan de molde con el único fin de promocionar la marca de su producto.

Un poco de goma espuma, un par de chistes tontos y alguna burla reconocible: eso no ha cambiado y sigue funcionando, para que muy cada tanto y genuinamente el público asistente le devuelva al artista su aprobación en forma de breves espasmos musculares, alguna que otra risa cómplice, y hasta puede que un aplauso no tan desinflado como el de compromiso. También sobrevive la noble tarea del cabezudo, siempre reconocida por las niñas y los niños con metros de serpentina celeste de spray importada de China y con carros alegóricos que, esta vez (tras años de críticas), tuvieron un representante irreprochable.

En homenaje al gran parodista Miguel Meneses, fallecido el 18 mayo de 2019, Pendota desfiló nuevamente en forma de figuras 3D de gran tamaño, obra del artista Federico Gauthier, una con su rostro siempre sereno y risueño, entre hojas de libreto, y otras recordando sus más festejadas interpretaciones, como Billy the Kid, Mahatma Gandhi y su inolvidable Nosferatu, en uno de los momentos de mayores aplausos de la noche.

El conjunto maragato de humoristas Sociedad Anónima, con fórmula y oficio, consiguió el milagro con sus gauchos patones, el insoportable acento campero de su director, Carlos Barceló, y una dinámica puesta en escena de una clásica fiesta del interior, con chamamés y domas incluidas sobre caballos que dejarían más que contentos a los Urrutia de La Escuelita del Crimen.

Algo similar probaron Los Chobys, con su propuesta rupturista, aunque popular: un partido de polo fabricado con bajísimo presupuesto, efectos disparados desde un teclado y la imaginación de sus dos capos cómicos, Leonardo Pacella y Julio Bicho Yuane.

Foto: Ernesto Ryan

Foto: Ernesto Ryan

A los humoristas Cyranos (los actuales campeones, que van por un quinquenio en su categoría, con las libretistas y actrices Jimena Márquez y Jimena Vázquez como principales figuras) les funcionaron sus disfraces de langostas y unas pelotas de playa como las que usaba Quico para jugar con el público.

Algo del espíritu de la BCG –la mítica murga de Jorge Esmoris que fue, a mediados de los 80 y comienzos de los 90, la que mejor supo transformar el caos, la improvisación y el tedio uruguayo en pura diversión– todavía puede entreverse en las intenciones de las viejas murgas jóvenes, que dominan la categoría por número y estilo consagrado, pero aún conservan cierta capacidad para intentar algo diferente a aquellas otras que cantaban bastante mejor.

Agarrate Catalina volvió como en sus mejores tiempos y un muñeco gigante del general Guido Manini Ríos que despertó risas y aplausos cómplices. La Mojigata improvisó un fútbol cinco, Metele que son Pasteles desfiló con fans, guardaespaldas y paparazzis, y La Venganza de los Utileros hizo partícipes a los presentes de una fiesta de casamiento. Sobre el escenario, La Martingala se lució, particularmente con su muy buena despedida.

En la categoría de revistas, La Compañía, el conjunto del célebre coreógrafo Gustavo Jean Claude Pérez, utilizó el asfalto como las mejores tablas de Broadway, en una de las mejores postales que dejará este carnaval.

Ya sobre la medianoche, el grupo de parodistas Zíngaros y su director, Ariel Pinocho Sosa, vestidos de rojo y blanco con lentejuelas y galeras se encargaron de llenar de arengas y energía ruidosa los huecos de aquellos que por hoy dijeron basta, y comenzaron a volver a sus casas.

Sin Kanela

Para el final quedaron las sociedades de negros y lubolos. Se esperaba con cierta incertidumbre el pasaje de Tronar de Tambores, la comparsa de Julio Sosa: Kanela murió el pasado 28 de diciembre, a los 86 años. Sus compañeras y compañeros salieron como nunca, o como siempre, a defender el título con sus mejores prendas, con la actitud altiva y glamorosa por la que siempre se conoció a una de las figuras más queridas y respetadas del ambiente. Su nueva vedete, Nadia Valverde, fue unas de las destacadas en esta improbable proeza.

Foto: Ernesto Ryan

Foto: Ernesto Ryan

Cerca de la una de la mañana un desfile algo distinto y menos oficial, sin luces, después de Gutiérrez Ruiz rumbo al obelisco, comenzaba a ganar público a medida que el oficial lo iba perdiendo. Sin sillas y sin cámaras, los conjuntos más valientes entregaron lo último de sus maquillajes en bailes de despedida pero también de fiesta por el comienzo oficial del carnaval más largo del mundo, rodeados de sus familias, amistades y mucho público sin entradas.

Cerca de las dos, algunas bailarinas de revistas caminaban felices con los zapatos en las manos y chocaban los cinco con un cuidacoches que les reconocía el esfuerzo con un “bien jugado”.

El concurso oficial

Los ganadores del certamen que organiza DAECPU resultaron ser La Venganza de los Utileros (murga), La Compañía (revista), Cyranos (humoristas) y Zíngaron (parodistas), Sarabanda (sociedad de negros y lubolos).

Terminada la competencia del desfile, el lunes comienza el largo concurso en el Teatro de Verano, cuando a las 20.30 suba la murga La Martingala, seguida de La Guardia Vieja, los humoristas Fantoches, y La Cayetana.