Algunos pueden creer que la viveza criolla es algo divertido, pero en realidad no hay nada risible en el hecho de que alguien se aproveche de la candidez de los funcionarios públicos para desfalcar el erario estatal. Si alguien tiene dudas, estos cuatro casos seguramente terminen de convencerlo acerca de la importancia de endurecer los controles para que estos modernos piratas no sigan saqueando el dinero de todos los uruguayos.

Camilo (14 años)

Este joven asiste al liceo, algo que podría llevar al engaño en estos tiempos en los que la inmensa mayoría de los muchachos están dedicados en cuerpo y alma a transformarse en ninis. Pero Camilo no se anotó en el liceo para estudiar. No. Él se anotó para obtener boletos gratuitos. Si este fuera un país serio la táctica no tendría sentido, ya que los boletos sólo le servirían para ir al liceo, que es lo que menos le interesa. Pero debido a la desidia de las autoridades, Camilo usa los boletos para ir a jugar al fútbol con sus amigos, visitar a su novia o asistir a la mutualista. Teniendo en cuenta que en definitiva él también estafa al Estado haciéndolo invertir en una educación que no aprovecha, lo de los boletos no debería sorprender a nadie.

Osvaldo (77 años)

Este señor tuvo una destacada participación durante la ofensiva del comunismo internacional contra las instituciones democráticas en los años 60 y 70. En sintonía con cierto espíritu de la época, cuando eran comunes los robos, los asesinatos y los actos terroristas de la subversión, Osvaldo decidió que también quería atentar contra la democracia y salió a la calle con un libro de León Trotsky bajo el brazo. Su intento por colaborar con el genocidio marxista que se estaba gestando desde la izquierda fue abortado por las autoridades del momento, que lo encarcelaron por 12 años. En 2006, sin embargo, desde el gobierno frenteamplista se le obsequió una “pensión reparatoria”, o sea, un premio por haber atentado contra las instituciones. Hoy es millonario.

Florencia (8 años)

La corta edad de esta avezada pequeña quizás genere una cierta simpatía de parte de la población, pero, como ya dijimos, no hay que llamarse al engaño. Florencia abusó no una, sino varias veces de las bondades del sistema educativo vareliano. Ella vive a pocas cuadras de la escuela y perfectamente podría ir hasta su casa a la hora de la merienda. Pero no. En lugar de eso prefiere quedarse en la escuela para tomarse un vaso de leche con azúcar y vainilla y comer un pedazo de pan. Algunos pueden pensar que este gasto extra para el Estado no mueve la aguja, pero el problema es que hay decenas de miles de Florencias en las escuelas uruguayas, así que estas “avivadas” terminan generando grandes desequilibrios macroeconómicos.

Esteban (43 años)

El mundo se divide entre dos grandes grupos de personas: los que ven el vaso medio lleno y los que ven el vaso medio vacío. Los primeros hacen avanzar a la sociedad con su espíritu proactivo y sus ganas de progresar. Los segundos le ponen palos en la rueda con su mediocre negatividad. Esteban pertenece a este último grupo. Hace cinco años sufrió un accidente cardiovascular que le dejó la mitad del cuerpo paralizado. A Esteban no se le ocurrió mejor idea que ir al Ministerio de Desarrollo Social para que le asignaran un asistente personal, que obviamente es pagado por el Estado con dinero que les saca (por no decir les chupa) a los ciudadanos. Muchos dirán que Esteban necesita estos cuidados porque tiene la mitad del cuerpo paralizado. Pero ¿qué pasa con la otra mitad? Esa le funciona perfectamente. ¿Por qué entonces, en lugar de apostar a la mitad del cuerpo que funciona sin problemas y ponerse el país en el hombro sano, apuesta a la mitad que quizás no funcione tan bien? La respuesta es bastante fácil: porque no es él quien paga su asistente, sino los emprendedores uruguayos. Ellos, a diferencia de Esteban, salen a trabajar todos los días en lugar de quejarse. Obviamente el Estado los premia cobrándoles impuestos que después se desperdician en “discapacitados” como Esteban.