En los últimos años hemos visto cómo casi cualquier propiedad intelectual se convierte en película o en serie de televisión. Los cómics han nutrido a la industria audiovisual con decenas de personajes, superheroicos y de los otros. Pero también han llegado a la pantalla adaptaciones de videojuegos (como las aventuras del erizo Sonic) juegos de mesa (la Batalla Naval) y hasta conversaciones de Twitter (You Might Be the Killer, basada en un intercambio de mensajes entre Chuck Wendig y Sam Sykes).

Prime Video, el servicio de streaming de Amazon, acaba de estrenar una serie basada en un libro de ilustraciones. Tales from the Loop, del sueco Simon Stålenhag, intercalaba paisajes serenos y edificaciones aburridas con elementos imposibles, como robots gigantes y artilugios de usos insospechados.

Hay una “invasión” de tecnología vieja, que suena retrofuturista y que en la mayoría de los casos ya dejó de funcionar. Son pinturas digitales que evocan emociones, como cierta melancolía, pero alejada de toda angustia. Esta invasión se hizo con paz y serenidad.

Con los derechos de esta obra se podría haber escrito una historia al estilo del corto Ataque de pánico (2009), de Fede Álvarez, con máquinas enormes que destruyen una ciudad. Sin embargo, el creador Nathaniel Halpern supo escuchar la música que hacían las ilustraciones de Stålenhag y creó una pequeña gran obra de ciencia ficción, en la que lo que sienten los personajes es más importante que la tecnología que les facilita o les complica la vida.

Bucle infinito

La acción transcurre en el pasado, digamos los años 70, en un pueblito llamado Mercer, donde todo gira alrededor de un misterioso edificio llamado Mercer Center for Experimental Physics. Bueno, lo de misterioso es sólo para nosotros, los espectadores: quienes trabajan allí saben perfectamente lo que están haciendo, ya sea que se encarguen de reparar el acelerador de partículas o de escribir fórmulas complejas en un pizarrón.

Durante ocho episodios de alrededor de una hora veremos que en ese sitio, conocido como el Loop (el Bucle), que tiene ínfulas de la Iniciativa Dharma de Lost, se encuentra un objeto misterioso llamado Eclipse. La intromisión (invasión) del Eclipse en nuestro mundo trastocará un montón de leyes de la física y le facilitará o complicará la vida a un grupo de personajes que giran alrededor del fundador del sitio, interpretado por Jonathan Pryce.

Cada capítulo contará una historia que será, al mismo tiempo, fantástica y mínima. Apoyándose en algún cliché del género, como el intercambio de cuerpos, los viajes en el tiempo o los universos paralelos, explorará pequeños grandes temas de la humanidad, como la soledad, el enamoramiento, la pérdida o la muerte, a la manera de un cuento de hadas moderno.

Pese a que el aire melancólico, la ambientación pasada y los temas “pesados” podrían indicar una de esas series que buscan estrujarte el corazón, Tales from the Loop es increíblemente optimista y elige mostrar cómo el ser humano (ese ser con sentimientos, no cualquier Homo sapiens) se sobrepone. Sale adelante. Se abre camino, como los dinosaurios del Parque Jurásico.

De paso, nos obligará a replegarnos, bajar la guardia y, en especial, a bajar el ritmo cardíaco y el de nuestra respiración. Porque la serie tiene un paso lento, con escenas en las que los personajes se tardan tiempos humanos en tomar decisiones reales, acompañados por una música que es capaz de enfrentarse a la ansiedad y ganarle. No a golpes, sino a suspiros.

Todo puede sonar demasiado poético, pero nada queda fuera del alcance del público en general. Las analogías son llanas, porque el objetivo no es que unos pocos espectadores descubran qué significa que un padre aleje a su familia con el peligroso robot que compró para protegerla. El objetivo es que empaticen con lo que siente ese pobre hombre, que poca fortuna ha tenido dentro de la serie.

Con algunas simetrías que recuerdan a Wes Anderson, algunos giros sin explicación que recuerdan a Charlie Kauffman y algunas tramas que recuerdan a Dimensión desconocida, el resultado final es un bálsamo y un mensaje de resiliencia incluso en ese lugar tan gris, quieto y nostálgico. Mercer, no Montevideo.