El argentino Leandro Fernández trabaja, desde principios de los 2000, para compañías estadounidenses como DC, Marvel e Image.
Después de 20 años dibujando superhéroes, iniciaste una obra más personal, de autor, en la que se incluye The Old Guard. ¿Fue un cambio de ruta buscado?
Absolutamente. Creo que el origen de esa decisión se fue dando cuando me iba acercando a mis 40 años, con ese tipo de planteos que es frecuente que una persona se haga en esa etapa de su vida, en muchos sentidos. Sobre todo hacia dónde dirigir sus esfuerzos, energía y pasión. Y, justamente, fue buscando hacia mis orígenes que me di cuenta de qué tipo de historia quería contar. Cuando era chico solía leer revistas de historietas de todo tipo, pero lo que estaba más a mano, frecuentemente, eran las de la editorial Columba: D’Artagnan, El Tony, Nippur, Fantasía, Intervalo... Eran revistas ómnibus, y en cada ejemplar venían varias historias muy diversas, de distintos géneros y autores. Eso me permitía experimentar una enorme sorpresa al leerlas, porque muchas veces no tenía idea de qué tipo de historia venía en su interior, no seguía un orden de continuidad, y siempre era algo distinto. Personajes nuevos, situaciones nuevas, locaciones variadas. La aventura. De alguna forma fui buscando un lugar donde poder contar este tipo de historias, donde pudiera crear personajes y situaciones nuevas. Universos nuevos. Primero fue Far South, un proyecto regional; después, The Names, The Discipline, y posteriormente aparece The Old Guard. También hice otro libro recientemente, American Carnage, parte de lo último que editó DC Vertigo.
¿Cómo es tu relación de trabajo con el guionista Greg Rucka?
Monosilábica. En el buen sentido, claro. Tenemos una relación de mucho respeto y confianza mutua en el trabajo del otro. Es así que él me envía sus ideas o guiones escritos, dejando a mi entera libertad el desarrollo de lo que me toca. Yo le devuelvo mi parte del trabajo y si hay que cambiar algo se cambia, si hay que corregir se corrige, y si no, seguimos adelante. Pero la charla es bastante directa y concisa, vamos en dirección de lo que queremos hacer, sin grandes deliberaciones. Suelo recibir el trabajo de su parte terminado y sin saber nada antes. Me gusta mucho trabajar así porque me voy sorprendiendo de los giros de las historias, voy siguiendo eso con sorpresa y lo espero con ansiedad en cada ocasión. Es otra forma de disfrutar el trabajo.
The Old Guard recorre una serie de tópicos: las películas de acción, la inmortalidad, las relaciones a través del tiempo. ¿Te interesan?
Por supuesto. En general, creo que son temas de interés universal. La inmortalidad es un tema recurrente en muchos mitos e historias de ficción desde los orígenes de la humanidad y desde que se empezaron a escribir relatos fantásticos. De ahí, imaginar, extrapolar lo que puede pasar con las relaciones humanas a través del tiempo. La soledad. La angustia de permanecer cuando los pares dejan de hacerlo y el mundo sigue, y cambia. Y no cambia, también. Muchas veces, para peor. En particular me interesaron siempre las historias de inmortales, tanto para consumirlas como para trabajar en ellas, porque me fascina el género histórico. Y qué mejor que recorrer diversos momentos de la historia a través de los ojos de personajes que fueron testigos de gran parte de ella. Si esto lo contamos en un contexto en que la acción se hace presente, el resultado es, para un realizador, sin dudas muy tentador. En lo personal siento que estuve esperando un proyecto como este toda mi vida.
¿Habías imaginado The Old Guard como posible película?
Desde que me sentaba a dibujar en mi casa de chiquito pensaba que lo que estaba dibujando iba a ser llevado a una película. Fue una mentira que me conté toda la vida para estimularme a dibujar. En realidad, me di cuenta de que uno de los estímulos más grandes que tenía para sentarme a contar mis historias era el cine. Tuve la suerte de nacer y crecer en una ciudad que tiene dos salas de cine hermosas y enormes. Hasta he llegado a escuchar que el cine Libertador, hasta hace poco, tenía el récord de poseer la pantalla más grande de América del Sur (esto no está chequeado, pero dejame creerlo). La experiencia de ir al cine esos fines de semana a disfrutar de esas funciones dobles era algo mágico... entonces llegaba a mi casa y necesitaba contar mi película. Y mis únicas herramientas eran el lápiz y el papel. Entonces ahí contaba mi película: no se trataba solamente de hacer dibujos, sino de contar una historia: manipular los personajes, crearles un universo, ponerlos en acción. Un gran colega y amigo, Carlos Meglia, solía decir que los historietistas somos directores de cine frustrados. Con los años me di cuenta de que quizás tenía razón. Tratando de cerrar la idea: siempre pensaba que lo que estaba contando iba a ser llevado al cine. Pero con los años me fui encontrando con que eso no pasaba, y buscaba estímulo en otras fuentes. Hasta que, cuando me acostumbré a eso, sin darme cuenta, de repente estaba en los estudios Shepperton de Londres viendo, incrédulo, cómo filmaban la historieta que habíamos creado con Greg.
Acompañaste parte del rodaje, en Londres y en Marruecos. ¿Qué te dejó esa experiencia?
Es muy difícil describir con palabras semejante experiencia. Como decía anteriormente, el trabajo del dibujante de historietas consiste en contar historias con imágenes. Pero, a diferencia de una película, todo lo que ponemos en el papel está ahí porque el dibujante elige ponerlo. No contamos con el azar. Es por eso que quizás me convierta a veces en un obsesivo por tratar de controlar todo lo que está en cuadro, buscar el detalle, la documentación, la luz, la historia, etcétera. Pero, en definitiva, lo que se ve en el cómic es lo que decidimos poner ahí desde la soledad de nuestro tablero, en oposición con lo que se necesita para hacer una película. Y, de repente, estar en un estudio, donde cientos de personas están corriendo, profesionales de todo el mundo trabajando duro y dando lo mejor de sí, actores conocidos, la directora, sus asistentes, técnicos, productores, grúas, vehículos, torres de luz, pantallas... o en una locación en el desierto de Marruecos, con mucha más gente aún, camiones, con unas instalaciones especialmente preparadas para la película... una especie de ciudad artificial que se ve desde kilómetros de distancia... todo ese esfuerzo para hacer escenas que, como decía, las dibujé en la mesa que dibujo todos los días. Y, finalmente, ver todo ese trabajo en el resultado final de una película que me parece tan hermosa... Es todo muy impresionante.
¿Qué sensaciones te deja la adaptación de Netflix?
Muchas sensaciones, muy positivas todas. Desde un principio sentimos la intención clara de toda la gente involucrada de respetar la obra original, el cómic. Y si a esta voluntad le agregamos el gran talento de este enorme equipo, desde Gina, la directora, hasta los actores, los productores, los técnicos y cada uno de la producción, y a eso sumamos el hecho de que Greg, quien ha escrito y creado el cómic, sea quien también escribe el guion de la película, las chances de que los resultados sean buenos eran muy altas. Hay una mezcla muy evidente de talentos, buena voluntad y esfuerzo. Temía encontrarme en esa situación en que el autor de la obra original tenía que salir a separar su creación de la adaptación, pero finalmente me encuentro en el lado opuesto de esta ecuación. La película me gusta muchísimo, cuenta la historia que queremos contar y mantiene la esencia del cómic. Puedo decir con claridad que estoy orgulloso de estar vinculado con la película y disfruto mucho cada vez que la vuelvo a ver.
The Old Guard, la historieta, acaba de editar su segundo tomo y ya preparan el tercero y último. ¿Hay posibilidades de nuevas adaptaciones que incluyan este mismo recorrido?
Por ahora lo único concreto es que hemos planeado que el cómic sea de tres volúmenes y termine allí. Respecto de la película, hay muchos factores que son ajenos a nosotros que pueden determinar una continuación o más. ¡Ojalá!