Michel Damián es un joven de 18 años, boliviano, que alguna vez quiso ser policía, que migró hace dos años junto con su madre a un tranquilo pueblo costero chileno, que estudia y trabaja para ayudar a sus cuatro hermanos, y que el 2 de marzo, en medio de manifestaciones, recibió el impacto de un proyectil en un ojo. Los periodistas Cristian Ascencio y Alejandro Ahumada cuentan su historia en este artículo. En Chile, según el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), más de 400 personas han sufrido traumas oculares en las protestas, producto del actuar desmedido de la fuerza pública.


Neidy Hurtado recuerda que los gritos de sus hijos le advirtieron que algo malo había pasado. Era la noche del lunes 2 de marzo y ella estaba llegando a su casa después de un largo día de trabajo en la cosecha de uvas, en el valle de Copiapó, al norte de Chile.

Uno de sus hijos se acercó corriendo con el celular en la mano y le mostró una foto tomada a 540 kilómetros de distancia, en el pequeño puerto de Mejillones, y que se estaba viralizando por Twitter. En la imagen se ve a un joven con pañoleta morada al cuello, piercing en la nariz y pendientes de crucifijos en sus orejas, sangrando por su ojo izquierdo. La sangre corre hasta más abajo de su boca y se nota el dolor en el rostro. Neidy vio la foto y quedó paralizada. No reaccionó por más de 30 minutos.

Al mismo tiempo, en Mejillones –que a esa hora era un volcán– Michel Damián, de 18 años, era atendido por un médico del pequeño hospital de esa comuna. No era el único herido en medio de las manifestaciones. También llegó un chico con la boca rota y pérdida de piezas dentales. Al igual que Michel, el chico había recibido un disparo en la cara. El diagnóstico para Michel no era bueno, así que lo doparon y decidieron trasladarlo hasta el Hospital Regional de Antofagasta.

En Copiapó, Neidy reaccionó y asumió lo que era obvio. Era Michel –su hijo mayor– el de la foto.

Barrio “Campamento Internacional” en la ciudad de Mejillones, al norte de Antofagasta.

Barrio “Campamento Internacional” en la ciudad de Mejillones, al norte de Antofagasta.

Foto: Matías Quilodrán

“Un chico tranquilo, que apenas va a fiestas, que trabaja y estudia, y le pasa esto”, reflexiona Neidy dos semanas después en la puerta del Hospital Regional, donde ha llegado junto con Michel para saber cómo será el resto del tratamiento, aunque ya le han dicho que con la visión no hay vuelta atrás. Con suerte se podrá mantener el globo ocular por un tema estético.

Mientras acompaña a su hijo mayor, los tres hijos más pequeños, uno de ellos con síndrome de Down, permanecen al cuidado de una amiga en Copiapó. “Era la primera vez que iba a la cosecha, porque me dijeron que se ganaba un poco más. Es que todas las decisiones las converso con Michel”.

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Neidy, originaria de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, llegó hace dos años a vivir a Mejillones, poblado de 14.000 habitantes ubicado en la costa del desierto de Atacama, en Chile, junto con sus cinco hijos. Lo hizo buscando principalmente dos cosas: tranquilidad y trabajo.

En Mejillones terminó viviendo en el “Campamento Internacional”, una toma (así se les dice en Chile a los asentamientos irregulares) en la que viven principalmente inmigrantes. La mayoría de ellos son bolivianos y colombianos.

Aunque en la toma las condiciones son duras y no hay agua potable, Neidy nunca se había arrepentido de su decisión. “Desde que estoy acá nunca me ha faltado trabajo. Con Michel, que es mi mayor soporte, fue duro al principio porque nadie nos arrendaba una casa y tuvimos que irnos a vivir al campamento. Primero hicimos una pieza, después la ampliamos... Michel estudia y trabaja. En Mejillones todos nos conocen, saben que somos personas de esfuerzo”.

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Todos sabían que el 2 de marzo sería un día complicado, pero nadie se esperaba que la violencia se desbordara en Mejillones, donde todos se conocen y “la gente es más tranquila que una foto”.

Según el relato del teniente Fernando Vásquez, jefe de la Tenencia de Mejillones, ese día comenzó con una marcha en el Complejo Educativo Juan José Latorre, el principal establecimiento educacional de la comuna, y el único que tiene enseñanza secundaria. Justamente ahí estudia Michel.

Los estudiantes estaban adhiriendo a las manifestaciones nacionales, pero además reclamaban por la falta de profesores. Según el teniente Vásquez, que es el típico carabinero de pueblo pequeño, con cara de bonachón, “estuvieron frente al cuartel, pero logramos conversar con ellos para que no cortaran el tránsito ni pasara a mayores, porque nos obligaba a actuar y esa no era la idea”.

La manifestación creció y según Vásquez, también la agresividad contra el recinto policial. “Hubo muchas bombas (de ruido e incendiarias), uso de armas hechizas, piedras. Lo que más llamó la atención fue la planificación con que actuaban”.

Michel dice que durante la tarde había estado en la protesta, pero que al llegar la noche, cuando todo comenzó a ponerse más violento, se fue. Lo llamaron desde su trabajo para hacer un reemplazo. Es que la chica a la que ese día le tocaba repartir sushi en bicicleta ya no podía pedalear por el olor a lacrimógena que a esa hora ya se sentía por toda la ciudad (Mejillones tiene apenas 20 cuadras de largo), y además estaba preocupada por su hija. “Como yo tengo más resistencia a las lacrimógenas, le dije a mi jefe que no tenía problemas y me fui a buscar la bicicleta para hacer las entregas”.

Michel relata que al regreso de su última entrega, se encontró con una barricada y un grupo de carabineros. “Pedí permiso para pasar y me dejaron, a unos metros me encuentro con unos amigos y paré a saludarlos. Llegó una camioneta negra de la que se bajaron carabineros de civil de Antofagasta y comenzaron a dispararnos. Cuando me di vuelta sentí el dolor en mi ojo, era como un ardor y un golpe. Se me nubló la vista y traté de subirme otra vez a la bicicleta, pero me caí. Mis amigos me levantaron. Me sangraba y me dolía mucho, me pasaron una pañoleta para parar la sangre. Me llevaron al hospital y ahí me inyectaron tranquilizantes y después me llevaron a Antofagasta”.

El doctor de turno del hospital de Mejillones confirmó por redes sociales, esa misma noche, que un estudiante había recibido un impacto de proyectil en su ojo.

Al día siguiente Marcelo Valdovinos, el director de ese hospital, dijo a un periodista: “Llevo 20 años acá y nunca había visto tal cantidad de personas lesionadas”.

“No llores que te va a doler más, tranquilízate”, recuerda Michel que le decían los médicos esa noche.

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En Chile el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) registra 460 personas víctimas de heridas oculares entre el 18 de octubre y el 18 de marzo, en el contexto de las manifestaciones. Es decir, casi tres diarios. Las más frecuentes son por perdigones disparados con escopetas antidisturbios de las fuerzas especiales de Carabineros.

Los ojos sangrantes se han convertido en un símbolo de las protestas. El acto de taparse un ojo durante un acto público ha sido utilizado por artistas, deportistas, políticos y dirigentes sociales, en muestra de reprobación a la violencia policial.

Recién el 20 de enero de este año se formalizó al primer carabinero por ocasionar daño ocular a un manifestante. Se trata del capitán de Carabineros Pablo Carvajal, a quien se le imputó el delito de apremios ilegítimos –ocurridos en Santiago– y quedó con las medidas cautelares de prohibición de salir del país y de acercarse a la víctima.

Barrio “Campamento Internacional” en la ciudad de Mejillones, al norte de Antofagasta.

Barrio “Campamento Internacional” en la ciudad de Mejillones, al norte de Antofagasta.

Foto: Matías Quilodrán

La víctima es un joven de 19 años. En este caso una grabación de una cámara de seguridad municipal permitió determinar el momento exacto del disparo y posteriormente la identidad del oficial que lo realizó. Justamente grabaciones de cámaras de seguridad o de ciudadanos por celular han permitido tener pruebas del actuar policial.

Además el INDH ha presentado 1.465 acciones judiciales contra el actuar de la fuerza pública, dos tercios de ellas por torturas y tratos crueles, 206 por violencia sexual, 23 por homicidio frustrado y seis por homicidio.

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El 4 de marzo, dos días después de que recibiera el perdigón en el ojo, el médico de la Unidad de Oftalmología del Hospital Regional de Antofagasta les explicó a Michel y a su madre que no había posibilidad de recuperar la vista, que el ojo está partido en dos. La historia se publicó en el diario local El Mercurio de Antofagasta, el día siguiente.

Al ser consultado por esto, el intendente regional Edgar Blanco respondió durante un punto de prensa: “Estoy en contacto con personal del hospital. Si bien tiene una lesión grave en el ojo, todavía se está evaluando la pérdida parcial o total de la visión. No tiene pérdida del globo ocular, eso me informaron desde el hospital, pero es un caso que está en evaluación y hasta el momento no podemos entregar mayores antecedentes. Si queremos más, tendríamos que preguntar directamente al equipo que lo está tratando en el hospital”.

Por su parte, el prefecto de Carabineros, Walter Siefert, aseguró que estaban haciendo una investigación interna sobre el caso de Michel Damián. “No ocultamos nada y si alguien tiene que responder por eso, va a responder ante la Justicia y la parte administrativa”.

Ese mismo día circuló un video grabado por celular en que un carabinero amenazó a una manifestante en Mejillones durante una protesta, con dispararle a los ojos: “¡Pum, un ojo menos, fea culiá!”, le grita el policía.

“Como institución no aceptamos este tipo de situaciones”, dijo Siefert al respecto.

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Sobre si se acercaron desde Carabineros o el gobierno a conversar con ellos después del 2 de marzo, Neidy recuerda que cuando llegó a Antofagasta, después de viajar en Copiapó, escuchó a un carabinero que preguntaba en la Urgencia por el número de teléfono de Michel. “Le pregunté para qué lo quería, y me dijo que era de la unidad de disciplina interna. Después de contestarle sus preguntas, me dijo: ‘Ay señora cuánto lo siento’, pero nada más. Al día siguiente unos carabineros fueron a mi casa y le preguntaron a mi hijo de 17 años qué íbamos a hacer nosotros como familia. ‘¿Qué cree que vamos a hacer? Si hubiera sido su hermano, ¿qué haría usted?’, le respondió el hermano de Michel”.

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“Yo trabajaba desde las siete de la noche hasta la una de la madrugada repartiendo colaciones. Este año salgo de cuarto medio [último año de la secundaria en Chile]”, dice Michel.

En Mejillones Michel es parte de una agrupación de baile folclórico-religioso típico de Bolivia y del norte chileno: los caporales. También jugaba en un equipo de fútbol, el Manuel Prado. “Y cuando no hago nada, me voy a la playa”.

Antes de venirse a Chile, había sido policía voluntario en Santa Cruz de la Sierra. “Es que mi papá es policía, de hecho por ese entrenamiento resisto mejor las lacrimógenas”. Su mamá agrega que incluso cuando niño, Michel quería ser policía.

Ahora, sobre su futuro, Michel sólo dice: “Estoy confiado en que voy a recuperar algo de vista siquiera, pero si no la recupero tendré que acostumbrarme a estar así toda la vida, aprender a ver con un ojo”.

Cristian Ascencio es periodista titulado de la Universidad de Concepción, Chile. Editor de El Mercurio de Antofagasta y miembro de la mesa editorial de la plataforma de periodismo colaborativo Connectas. Ha obtenido reconocimientos por reportajes colaborativos. Dirigió en 2018 la serie Las mujeres carne de cañón del narcotráfico, que obtuvo el premio de Excelencia Periodística de la Universidad Alberto Hurtado, Chile, en la categoría reportaje y el premio “Pobre el que no cambia de mirada” en la categoría regional.

Alejandro Ahumada es periodista titulado de la Universidad de Chile y actualmente reportero del periódico El Mercurio de Antofagasta. Cubre principalmente temas de salud en ese medio.