En la Plaza Dignidad de Santiago de Chile, epicentro de las protestas que se iniciaron en octubre, grafitis y rayados plasmaron reivindicaciones utilizando el mapuzungun, la lengua mapuche. La Wenufoye, o bandera mapuche, también formó parte del paisaje de las protestas, y las intervenciones sobre los monumentos públicos expresaron un sentimiento anticolonial. Ana Rodríguez Silva, periodista chilena coautora del libro La frontera. Crónica de la Araucanía rebelde, indaga en diálogo con académicos y académicas cómo estas expresiones traducen un malestar identitario y la necesidad de otras formas de representación.


La noche anterior al cierre de este artículo, en la madrugada del domingo 2 de agosto, cuatro municipalidades de la región de La Araucanía –Cautín, Victoria, Ercilla y Traiguén– fueron atacadas por turbas que llegaron con palos a desalojar a los grupos de mapuche que desde la semana pasada tomaron los edificios, a modo de protesta por la extensa huelga de hambre que sostienen hace más de 90 días una veintena de presos políticos mapuche. Entre los internos que llevan más días en huelga de hambre está el machi (autoridad política/religiosa del pueblo mapuche) Celestino Córdova, condenado a 18 años de presidio por el crimen contra el matrimonio de colonos suizos Lucksinger MacKay, quienes murieron calcinados en su vivienda de Vilcún, en la región de la Araucanía, el 4 de enero de 2013. Lo que exigen es que el gobierno de Chile aplique efectivamente el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que entró en vigencia en Chile en 2009 y que en su artículo 10 sobre sanciones penales asegura que en caso de estas se deben tener en cuenta las características económicas, sociales y culturales de los imputados pertenecientes a pueblos indígenas.

La acción de expulsar en masa a los grupos de mapuche que habían “tomado” las municipalidades fue coordinada, según audios que circulan en medios de prensa y redes sociales, por la agrupación APRA, Asociación para la Paz y la Reconciliación en La Araucanía, que reúne a víctimas de la violencia rural en la región del sur de Chile, y tuvo lugar un día después de la visita del nuevo ministro del Interior del gobierno de Sebastián Piñera. Perteneciente al partido de derecha conservadora, la Unión Demócrata Independiente (UDI), el recientemente investido Víctor Pérez hizo de este tema su primera declaración: “Tendré una especial atención con la Araucanía. Los chilenos merecen vivir en paz y tranquilidad. Alejaremos a los violentos para solucionar los problemas […] Es importante respaldar a las policías. Las policías son parte de la solución y no el problema”. A fines de junio, producto de varios atentados incendiarios, el gobierno de Piñera había enviado militares a resguardar las carreteras del sur del país. La “frontera” del Biobío vuelve a tener presencia de las fuerzas militares, tal como sucedió a partir de 1861 con la Ocupación de la Araucanía, cuando se anexaron los territorios al Estado chileno.

Al historiador Fernando Pairican no le sorprende el discurso del enemigo interno –poderoso, invisible, implacable– que adoptó el gobierno de Piñera para enfrentar tanto el estallido social de octubre como la pandemia de covid19 y ahora el tema mapuche. “Ante momentos de crisis, la derecha chilena siempre responde con discursos belicistas, porque la derecha, en su ADN, no cree en la democracia, sino en regímenes autoritarios, portalianos, y eso lo representan en su cultura política. En ese sentido, Piñera ha abusado de ese discurso, que no es aplicable para un mandatario democrático”, asegura.

Producto del estallido social del 18 de octubre de 2019, Pairican, quien dirige la colección Pensamiento Mapuche de la editorial Pehuen, comenzó a gestar una nueva publicación, Wallmapu, plurinacionalidad y nueva constitución, que verá la luz próximamente y que reúne ensayos y entrevistas a propósito de la coyuntura constituyente que abrió el movimiento social en el país. La idea, dice Pairican, pretende ser continuación de un primer libro, Nueva constitución y pueblos originarios”, ideado por Domingo Namuncura, ex embajador de Chile en Guatemala durante el gobierno de Michelle Bachelet. Ese precedente, además de conversaciones con el alcalde de Tirúa, Adolfo Millabur, quien viajó a Santiago en los días posestallido para comprender de cerca el fenómeno, y con Ana Llao, dirigenta en Temuco, comenzaron a dar forma a la publicación. Este libro, dice Pairican en su prólogo, “recoge las interpretaciones y desea contribuir a la tensión creativa inaugurada a partir de octubre de 2019”.

El paisaje

Un mes después del estallido de octubre, cuando las multitudinarias manifestaciones continuaban sin descanso en el centro de Santiago, Elisa Loncon, doctora en Lingüística, académica y especialista en la enseñanza del mapuzungun (lengua mapuche), junto con la también académica Belén Villena, hicieron un trabajo de terreno en Plaza Dignidad (Plaza Italia), epicentro de las protestas en la capital y sus alrededores. Con fotografías y anotaciones, ambas educadoras registraron el uso del mapuzungun en rayados y grafitis. En uno de los muros de la Universidad Católica, que está a pocas cuadras de la Plaza Dignidad, y donde enseña Loncon, decía: “Newen Kimelfe”, que significa “Fuerza, profesor”.

“Con el estallido social se generó como un paisaje de la lengua mapuzungun, y durante todo el trayecto hacia Plaza Dignidad hubo mucha presencia del idioma. Para nosotras, que trabajamos en la revitalización, en volver a darle una función pública a la lengua, eso fue impresionante. Para quienes nos dedicamos a darle nuevas funciones sociales al idioma, el mapuzungun es minorizado por el español y por las políticas del Estado”, explica Loncon.

En Santiago, una ciudad donde actualmente viven 600.000 mapuches, en las últimas décadas se ha visto la emergencia y consolidación de colectivos que aprenden, enseñan, hacen teatro o música en su lengua. Para Loncon, en el marco de las protestas sociales hubo espacio para todos esos sectores marginados, presencia que se complementó con la aparición física de la Wenufoye o bandera mapuche, “que representa la exteriorización de la identidad de una lucha histórica, de un pueblo que ha sido ninguneado, de la resistencia organizada”, asegura Loncon.

Según la académica, el estallido social “dio cuenta de la crisis de representación de los diversos organismos estructurales del Estado, como los partidos políticos. La gente buscó otras formas de representación, como la wenufoye; de hecho, en varias entrevistas que hice la gente decía que la usaban porque sentían que les daba fuerza, porque es una bandera que simboliza la resistencia y la lucha histórica de los mapuche”.

Según la académica, el estallido social “dio cuenta de la crisis de representación de los diversos organismos estructurales del Estado, como los partidos políticos. La gente buscó otras formas de representación, como la _wenufoye_; de hecho, en varias entrevistas que hice la gente decía que la usaban porque sentían que les daba fuerza, porque es una bandera que simboliza la resistencia y la lucha histórica de los mapuche”.

Enrique Antileo, doctor en Estudios Latinoamericanos, y autor junto con el historiador Claudio Alvarado Lincopi de dos importantes libros sobre memorias de la migración mapuche hacia la capital –Santiago Waria Mew. Memoria y fotografía de la migración mapuche y Fütra Waria o capital del Reyno–, dice que para un sector del pueblo chileno, particularmente aquel que está movilizado, un símbolo que representa la lucha es la wenufoye, así como la wuñelfe, bandera ceremonial mapuche de color azul con una estrella de ocho puntas blancas en el centro. “Independiente de que la gente no tenga conocimiento sobre de dónde vienen ni cómo se gestaron las banderas, lo que simboliza para ellos son los últimos 30 años, en los que ha habido un movimiento potente como el mapuche, que ha puesto algunos temas y sobre todo dispuesto a enfrentamientos de lucha directa. Yo creo que por ahí va esta fraternidad: en un momento de efervescencia social aparece la bandera como un símbolo, un referente, un respaldo”, asegura.

Alvarado Lincopi asegura que si bien se utiliza la bandera “porque se ha sedimentado como un símbolo de resistencia frente a un Estado que reprime y asesina, un símbolo de lucha y de dignidad”, también cree que más allá se esconde cierto malestar identitario al interior de la chilenidad que se expresa en el uso de la bandera, “pero también en los hechos de desmonumentalización, que yo los ubicaría como parte del mismo repertorio. Un malestar identitario que ya no es cómodo, no resulta completo, algo falta, algo molesta, pero no se sabe bien hacia dónde dirigirse, y en ese no saber se ve la bandera como una posibilidad de reconfigurar las desidentificaciones en torno a la chilenidad”, asegura.

Según Alvarado Lincopi, desde el estallido del 18 de octubre se está poniendo en cuestión la conformación misma de la nación. “Dar cuenta, correr el velo de que lo que estamos evitando es una sociedad señorial, una sociedad de jerarquías yo diría hasta sociorraciales, en la que se identifica a un ser social, en este caso un cuico [cheto] como un antagonista que no lo es únicamente en términos económicos, sino también en términos éticos, culturales, fenotípicos. Creo que en el uso de la wenufoye hay una lógica anticolonial; la revuelta tiene el brillo anticolonial, entendiendo lo anticolonial como un ejercicio que busca demostrar y al mismo tiempo desmontar una lógica que atraviesa la historia de Chile desde hace 200 o 500 años, que tiene que ver con el señorío como forma fundamental de construcción social”. En ese sentido, la demanda por la plurinacionalidad aparece no solamente como una conquista de derechos para los pueblos indígenas, sino que viene a “construir una demanda para pensar la sociedad en su conjunto”, asegura.

La demanda por la plurinacionalidad aparece no solamente como una conquista de derechos para los pueblos indígenas, sino que viene a “construir una demanda para pensar la sociedad en su conjunto”.

El territorio

El 29 de octubre, posestallido social, un grupo de mapuche se reunió en la plaza del Hospital en Temuco, en la región de la Araucanía, y caminó hacia la cárcel donde están internos varios de los presos políticos mapuche. Inicialmente convocada por los estudiantes del hogar Pelontuwe junto con Ana Llao, werken (vocera) de la organización Ad Mapu, la idea era ir a saludar desde el exterior a los presos. A ellos se sumó una cantidad considerable de personas que espontáneamente se unieron al grupo, con ollas y kultrun (tambor ceremonial). En el lugar fueron repelidos por los gendarmes y Carabineros.

Ange Valderrama Cayuman, periodista y parte del equipo de Ficwallmapu, Festival Internacional de Cine y las Artes Indígenas y Afrodescendientes en Wallmapu, era parte de ese grupo. Recuerda que en el recorrido de la manifestación llegaron a la intersección de la calle Balmaceda con Caupolicán, donde estaba el busto del conquistador español Pedro de Valdivia. “En algún momento, entre mirar una cosa y otra, vi que había una cuerda alrededor de la cabeza de Pedro de Valdivia. Pensé que, con esa cuerda, que no era muy gruesa, no iba a caer, pero de repente vi que cayó y la gente gritaba”. La marcha siguió con el busto de Valdivia incluido. “La gente la arrastraba, le ponía el pie encima. Para la gente ya no puede ser que estos elementos simbólicos tan fuertes se mantengan en la ciudad, en una ciudad que está en el corazón del Wallmapu, un territorio ocupado”, asegura. Ese día, la cabeza de Pedro de Valdivia quedó pendiendo de la mano de la estatua de Caupolicán, uno de los líderes mapuche del siglo XVI. Actos similares de desmonumentalización sucedieron en otras importantes ciudades del país, como Concepción. En la Plaza Dignidad, en Santiago, y en la plaza del Hospital, en Temuco, se instalaron por varios meses algunos chemamüll, grandes esculturas en madera que se utilizan tradicionalmente en los ritos funerarios mapuche. “Yo creo que lo simbólico representa muy bien la cruda realidad que significan los procesos de revuelta. Para el movimiento mapuche nosotros venimos con un estallido permanente que se ha expresado desde el momento en que el Estado entró en el Wallmapu”, dice Ange Valderrama.

En Chile, a diferencia de países como México o Bolivia, los indígenas no se habían manifestado contra los monumentos, dice Claudio Alvarado Lincopi. “Entonces, que suceda en este momento, donde está la chilenidad en que también hay capas indígenas, no mapuches, urbanas, protagonizando estos gestos de desmonumentalización me parece muy sugerente para pensar la profundidad de este gesto”.

Protestas en Santiago, el 28 de octubre de 2019.

Protestas en Santiago, el 28 de octubre de 2019.

Foto: Martín Bernetti, AFP

Luego de los sucesos de octubre, el pueblo mapuche se organizó en algunos encuentros que tuvieron lugar en localidades del territorio. La Identidad Territorial Lafkenche se reunió en Puerto Saavedra, como parte de sus encuentros bianuales. A esa reunión asistió el alcalde de Tirúa, Adolfo Millabur, quien cuenta que en la instancia se discutió la contingencia constituyente y el impulsar la plurinacionalidad en este contexto. Los días 10, 11 y 12 de enero se realizó otro encuentro masivo en la localidad de Maquehue, Padre de las Casas. En ese koyagtun, o parlamento, se formaron comisiones que discutieron en torno a “Tierra, territorio y economía”, “Autonomía y autodeterminación”, “Proceso constituyente”, “Comunicaciones”, “Revitalización del mapuzungun” y “Descolonización y despatriarcalización”. Entre las discusiones se reconoce en el movimiento social una impugnación al modelo autoritario y un “poder constituyente” forjado “desde abajo” y en el cual confían. Los resultados de ese encuentro fueron sistematizados, con miras a volver a movilizarse masivamente en marzo. Un cronograma que la pandemia de covid-19 truncó.

Adolfo Millabur dice que “el coronavirus no nos puede llevar a la inacción” y que, de todas formas, están utilizando las tecnologías para mantenerse activos. “En el territorio están revueltas las aguas, hay un grupo importante de jóvenes que no creen en la institucionalidad del Estado, hay mucha rebeldía, no hay agenda común. Pero a nivel nacional, yo creo que existe la posibilidad de que se generen condiciones, especialmente para el pueblo mapuche. Es un juego que no está a nuestro favor, pero sí me hago ilusiones de que puedan existir avances”.

Aunque el panorama general del movimiento frente al momento constituyente chileno es de escepticismo, coinciden en que puede ser parte de un proceso gradual que entregue derechos políticos al pueblo mapuche y permita explorar nuevas alternativas de organización territorial. Así lo asegura Enrique Antileo: “La demanda histórica mapuche no va a desaparecer porque se firme una nueva Constitución. Son tantos los temas y tan profundos, que tienen que ver con la libertad de todo un pueblo que no se van a zanjar ahí, pero sí creo que se abre una ventana para pensar Chile de una manera distinta a como se ha venido pensando la existencia de distintos pueblos dentro de este territorio”.

Según Millabur, “Hay un sector intelectual que está viendo una fuente de filosofía de vida, debido a la crisis que existe en el mundo, de esta mirada eurocentrista; los investigadores dan cuenta de una crisis civilizatoria. En ese sentido, los pueblos originarios están dando luces sobre posibilidades de amortiguar esta crisis; creo que hay conceptos sumamente potentes, no sólo de mapuches, en toda América Latina”. Eso sí, Millabur descarta que en este proceso exista una conciencia anticolonial de parte del movimiento chileno post 18 de octubre, pero lo reconoce en el sector intelectual mapuche, en las nuevas generaciones, que “están haciendo una relectura desde el pensamiento crítico hacia la vida de los pueblos originarios”.

El estallido social chileno encontró, según Alvarado Lincopi, al movimiento mapuche en un momento de rearticulación política, “que muestra signos de madurez en términos reflexivos y en torno a las demandas centrales de autodeterminación y territorio. Eso da cuenta de un momento muy particular, que tiene que ver con la necesidad de articular pensamiento y reflexión, con la finalidad de llegar a puntos comunes”.

Ana Rodríguez Silva es periodista, coautora del libro La frontera. Crónica de la Araucanía rebelde (Catalonia-UDP, Santiago, 2015).