Una nueva época empezó para el bar La Toja cuando los “gallegos” que lo atendían desde 1965 vendieron la llave a mediados del año pasado. Pero como nunca bajó la cortina, mantuvo a sus cocineros y a no pocos clientes.

Los más veteranos se acercaban a Agustín Ortiz y Joaquín Casavalle, los nuevos dueños, con anécdotas de todo tipo, a veces con lágrimas en los ojos, narrando desde la comunicación que naturalmente hubo siempre con docentes y estudiantes del Dámaso (ya que además de estar cruzando la calle Cibils, el liceo fue inaugurado el mismo año que el bar) hasta episodios intensos de resistencia durante la dictadura, como prestar ollas para las ocupaciones o esconder gente en el depósito del comercio. Tanto es así que con esas historias Ortiz y Casavalle piensan armar un libro.

Es uno de los proyectos que acarician mientras van implementando su idea de bar fusionado con club de jazz, aprovechando la afinidad que tienen con músicos como Luciano Supervielle, que ya los visitó con piano incluido, los hermanos Ibarburu, Diego Rossberg y Nico Arnicho, que vuelve a actuar esta noche. Así que los martes hay jam y en ocasiones que anuncian por redes sociales van armándose otras presentaciones, gratis o con cubierto artístico mínimo por mesa.

Ortiz, que ha administrado restaurantes en Andorra y Menorca, busca revivir algo del espíritu de peña que vivió de chiquilín, cuando acompañaba a su padre al Club de Pesca de Punta Carretas. Casavalle, que tiene experiencia en coctelería, habla del asombro que le causó, durante una visita a Irlanda, la espontaneidad con que las generaciones se mezclaban en los bares para hacer y disfrutar de la música. En cambio, en esa zona de La Blanqueada, observa su socio, “se está construyendo mucho, hay gente joven, pero no había propuestas con cerveza artesanal, con música en vivo”.

En La Toja los tubos de luz dieron paso a dicroicas y lámparas de filamento, a la madera y las cortinas nuevas, y los estantes con lectura para elegir van ganando el espacio, en el que las canillas de cerveza artesanal delatan un servicio en transición.

Las minutas son infaltables, y el menú ejecutivo del mediodía ofrece los platos que el uruguayo no deja de cultivar –un matambre a la leche, por ejemplo–, aunque, de la mano de algunas incorporaciones al equipo de cocina, van ingresando propuestas como las hamburguesas caseras (cuatro tipos, incluyendo vegana), milanesas con sabores, pizzetas familiares de 50 centímetro, ojo de bife con papa escrachada y salsa de tannat, sorrentinos o raviolones, pesca del día con vegetales, fingers de pollo con puré rústico de boniato.

Como abren desde la mañana, en el horario diurno, según cuentan, se puede encontrar a El Tito, un cliente de 90 años que vive a la vuelta, al mismo tiempo que Emilia, una adolescente que se acomoda en una mesa a estudiar. Están rodeados de centros educativos y de sanatorios; por otro lado, los dueños del bar entienden que estar cerca del estadio y sobre la avenida Centenario, de camino al Antel Arena, los beneficia con un público que potencialmente busque extender la noche.

La Toja, en Centenario 2909 esquina Cibils. Abierto de 8.00 a 1.30 de lunes a sábados (cuando abren los domingos lo anuncian en Facebook e Instagram). Tienen cerveza Cabesas y también industrial, sacan tragos clásicos versionados, como gin tonic con Beefeater, tónica y azúcar de jengibre y pomelo, Negroni hecho con brandy y con licor de uva elaborado por la casa, o mojito con licor de coco. Los platos más elaborados de la carta salen en promedio $ 380; el menú ejecutivo (entrada, principal y postre) ronda los $ 350. Están haciendo convenios con instituciones educativas y empresas de la zona. Martes y sábados tienen música en vivo. Han hecho subastas de cuadros y próximamente piensan hacer proyecciones de cortos y películas, y empezar con talleres de fotografía y de lenguaje de señas.