Una barcaza surca afluentes del Amazonas rumbo al sur con un pasaje de lo más heterogéneo: un aventurero inglés, un brasileño taciturno, una enigmática embarazada, más los navegantes, un uruguayo embrutecido y sus hijos mestizos. Cuando entendemos que quieren llegar al Río de la Plata tenemos que repasar los mapas para calibrar qué tan fantástica es la historia, y resulta que –si fuera sólo por esto– no tanto; uno ve la geografía de América del Sur distinta después de comprobar las posibilidades de la red hidrográfica sudamericana. Marcelo Damonte, autor de Bifrost –nombre de la novela y de la embarcación–, buscaba algo así: “Más que descentrar las fronteras, extraviarlas. La novela juega a ser una suerte de river movie (a la manera de las road movies pero fluvial) y, en ese sentido, la búsqueda es hacia un olvido de las fronteras, porque el fluir niega lo estático, niega el detenerse en los límites, niega todo aquello que interrumpa su devenir. La frontera, que también es la de los mundos posibles, se pone en duda, es interpelada. El viaje a través de Sudamérica por vía fluvial es parte de esa realización (o ruptura de fronteras, como vos sugerís) de la imposibilidad, aunque parezca paradójico o incongruente. Que la novela se desarrolle en el marco de una cartografía o geografía inventada, subvertida, acontece en el tono de ese alejamiento”.

Hay otras subversiones. Aunque la historia –una especie de thriller gótico– funciona sola, gana cuando se conectan las señales entre los personajes y sus modelos literarios. A ver: el inglés se apellida Burton, como el explorador y hombre de letras del siglo XIX. El brasileño es Oswald, como Oswald de Andrade, y son varias las bromas sobre el Manifiesto antropófago que el poeta lanzó en 1928 (además, su juego de palabras “tupí or not tupí” se reitera en boca del personaje). Y el uruguayo se llama Gris Díaz, traslación de Díaz Grey, el personaje de Onetti, que, para más onetteces, busca llegar a Santamaría.

En eso, Bifrost hace acordar a la serie Mundo del río, de Philip José Farmer, que igualmente resucitaba a personajes y escritores (Richard Francis Burton incluido) para hacerlos vivir aventuras fluviales en un planeta extraño. Huele a ciencia ficción, y la novela anterior de Damonte, Bosque de aliens, jugaba con esa mirada, aunque imprimiéndole un divertido tono rural. En todo caso, acá el combo de autores es multinacional, con gran acento regional.

“Creo que transgredir y reversionar, sustituir, enmascarar, reinstituir y más la biografía de los escritores o notables de las artes, cualquiera que sea, resucitarlos, pero también reinventarlos, darles la posibilidad de nuevas existencias dentro de la zona literaria, es parte del juego de burlarse del tiempo y el espacio, de la vida y de la muerte, de lo oficial y de aquello que no lo es; y, en parte, también es una suerte de homenaje respetuoso hacia aquellos grandes de la literatura que ‘irrespetaron’ sus propias biografías (como Lautréamont, como Bierce, como Rimbaud), privilegiando sus vidas imaginarias (a lo Marcel Schwob) y no las oficiales, la pura ficción antes que cualquier otro dato que intente acercarse a la verdad biográfica”, comenta Marcelo, quien tiene un “libro perdido” en el que homenajea a distintos artistas visuales (en la revista Lento de enero de 2015 publicamos uno de esos relatos, “La sombra sobre Honorio Quinn”, que juega con una obra de Miguel Battegazzore). ¿Es parte de su poética? “Para ser honestos, hay una parte de mi producción (publicada y no) en la que esto es un ingrediente, y hay otra parte en la que no. Así que podríamos hablar de una demediación poética”.

Tal vez lo más original de Bifrost, que Irrupciones editó este año, sea el punto de vista desde el que es contada. Explicar bien a quién pertenece la voz principal es arruinar un poco esta historia, que se cuida muy bien de mantener la expectativa a pesar de adornarse con títulos de capítulos tan explícitos como los de El Quijote (por caso: “Del cuarto acontecimiento y de cómo la embarcación apareció de una manera extraña en la orilla. De cómo Oswald supo de mí, aunque nadie le creyera; de la orgía que hubimos de explicar aquella mañana y de su aniquilamiento”). “El narrador es absolutamente no confiable, y es el tipo de zozobra que me interesa generar: la inestabilidad emocional, espiritual, o como se la quiera denominar, de mi lector. Es parte importante del esquema motivacional que guía mi escritura. Sin ese carácter dialógico, el lector y yo no tendríamos, o tendríamos un mínimo de puntos en común, por decirlo de alguna manera. Es mi forma de lidiar con la literatura, de jugar; la inestabilidad mueve al lector, lo hace partícipe de la trama, de la intriga, del mundo ficcional que pretende absorberlo a partir de su formato narrativo. Incluso, el personaje narrador de Bifrost es más que poco confiable, es malévolo, aunque también piadoso, perverso e inocente, es absolutamente fronterizo en su accionar, en su pensamiento y en su confiabilidad, por supuesto. Es tan errático e imprevisible como las reacciones que pueda o no incitar en aquel que lo lee, que se deja llevar por él”, opina Marcelo. Lo cierto es que ni los mapas ni ciertas criaturas cotidianas vuelven a ser los mismos después de leer Bifrost.