Desde fines de los 80, Andrea Blanqué (Montevideo, 1959) publicó tres poemarios, tres colecciones de cuentos y cuatro novelas. Eso fue hasta 2008, cuando salió Fragilidad. Luego, nada, hasta hace dos meses, cuando apareció He venido a ver las ballenas (Alfaguara/Penguin Random House). Fueron casi diez años de silencio. “‘Silencio’ es una buena metáfora para referirse a no publicar, no hacer público lo escrito. Pero no significa que no haya habido escritura. Me pregunto si un escritor sólo lo es cuando encuentra al lector. No tengo respuestas”, dice la autora, y aclara que su novela más reciente había comenzado como un cuento largo allá por 2006: “Ahora lo que uno escribe no queda en el cajón, sino en computadoras obsoletas. Quedó allí. Tenía toda la historia y los personajes: el chico lector, la chica promiscua, la profesora Adela, el capitán aristocrático, el padrastro piadoso, el pocero repulsivo, la madre malvada. Y el paisaje de Rocha, tremendo, insondable, y la casa de Adela, de madera, a merced de los vientos”.

El chico lector pasó a ser Manuel Goldmann, un muchacho de 18 años desbordado de anhelos sexuales, que va a cuidar la cabaña de Adela, su profesora favorita, en algún lugar de la costa atlántica uruguaya. La chica promiscua, Diana, es parte de un equipo de buzos, y de a poco nos enteramos de que fue abusada de niña.

“El cuento permaneció oculto en la PC. En 2010 hice un viaje muy perturbador, a un lugar donde prácticamente todos sus habitantes eran sobrevivientes. Medité mucho, entonces, sobre el bien y el mal, sobre víctimas y verdugos. Cuando volví tomé ese cuento largo y lo llené de todo lo que me desasosegaba en esos días. No recuerdo si eso fue en 2011, pero el libro llegó a tener 250 páginas. El estilo reticente permanecía, pero ahora me sentía con libertad de repetir, repetía como letanías frases, palabras, imágenes, había una voz que se lamentaba dentro del texto. Luego lo presenté a algún premio y pasó desapercibido. Desde hacía tiempo me sentía francamente incómoda en el rol de escritora: deduje que mis libros no me habían dado felicidad, sino que más bien me hacían permanecer en la desdicha. Me aparté del mundo literario, me sentí ajena, expulsada, exiliada, suicida. Comprendí que no podía escribir lo que los lectores esperaban. Que la literatura contemporánea corría por caminos intransitables para mí. No quise escribir más”.

Sin embargo, Blanqué seguía llenando libretas con poemas. Y, durante todo ese tiempo, Julián Ubiría, editor de Penguin Random House, insistía. “Cada tanto le hacía correcciones, lo podaba. En 2016 escribí la última frase”, cuenta ahora la autora.

La novela está configurada en torno a dos historias paralelas que amenazan con no tocarse jamás, lo que hace aumentar la tensión sexual evidente. Blanqué dice que la estructura salió sola: “Proviene de la constatación del aislamiento de los individuos. Los protagonistas, los chiquilines que recorren los campos, están tremendamente solos. Aunque no son seres equiparables. Diana tiene un infierno detrás de sí. Y Manuel tiene la nada. Eso sí, están envenenados de deseo. Sí, parece que nunca fueran a cruzarse. Las trenzas de Diana son el correlato objetivo de las vidas paralelas que permanecen a distancia… pero hay algo imprevisible en el relato, algo que desacomoda el pelo de Diana y el destino de los personajes. Nadie puede preverlo, ni el lector, ni los protagonistas. Nadie.”

La poesía –García Lorca, especialmente– es una referencia importante para el protagonista: “Manuel es un ávido lector de 18 años. Todavía hay personas que prefieren los libros a los celulares. Decía Amir Hamed que era la situación de los monjes tras las invasiones bárbaras. Seres que no pueden prescindir del papel y la tinta. La lectura como completud de la vida. Pocos. Seres descolgados de la manada. Hay citas de poemas surrealistas de Lorca, poco conocidos; murió sin haberlos publicado. Hablan de la soledad extrema, presienten su muerte. He visto como profesora que, de todos los poetas que enseñamos en secundaria, Lorca es el que por fin hace comprender a los chiquilines qué es la poesía. Siempre es un éxito. Y dado que Manuel es un ex alumno de Adela, preferí incorporar citas de Lorca y no de Quevedo. Pero hay otros textos literarios citados esenciales: los cuentos de hadas, los mitos bíblicos, las leyendas”.

Para quien no lo haya supuesto: Blanqué es docente de literatura. De hecho, durante su hiato editoral la consideraba su única ocupación: “En el avión, al entrar a otro país te preguntan por la profesión en un papelito. Antes ponía ‘escritora’. Ahora –y creo que para siempre– pongo ‘profesora’. Pero es verdad que si no publicaba ahora este libro no lo haría nunca más. Y lo hice. A veces pienso que es como un libro póstumo”. En la novela también hay alguna clave sobre la manera en que concibe actualmente su relación con la literatura: “¿Adela mi álter ego? Por supuesto. Me propuse escribir un personaje como si me estuviera mirando al espejo. ¿Quién soy? Adela, que fracasa pero no ceja. Y lee”.