Corría el lejano 2016 y los hermanos Duffer se despachaban con su carta de amor a la década del 80 llamada Stranger Things. Una serie televisiva que contaba las aventuras de un grupo de jovencitos entre desapariciones misteriosas, conspiraciones gubernamentales y monstruos despiadados, con guiños a Stephen King, Steven Spielberg, John Carpenter, entre otros.

El público nostalgioso devoró aquella primera temporada, que no estaba contada con un ojo cínico del presente, sino de tal modo que podría tratarse de un producto ochentero oculto hasta nuestros días. Restaba saber cómo harían sus creadores para encarar una segunda temporada que ya no tendría la sorpresa de los primeros episodios.

Stranger Things 2 es una continuación directa, que muestra a los personajes lidiando con las consecuencias de sus actos, incluyendo los trastornos postraumáticos luego de enfrentarse a los monstruos mencionados con anterioridad. La llegada de un par de personajes nuevos también es bienvenida.

Por allí terminan las ventajas de una ficción que en su repetición comienza a mostrar los hilos, especialmente cuando el conflicto es una versión maquillada del anterior y cuando no se logra trasladar la historia cinematográfica a los tiempos televisivos. En nueve episodios, uno de los personajes sufre más recaídas que un paciente de House y otro tiene una subtrama independiente igual de trascendente que las de Daenerys Targaryen en Game of Thrones.

El realismo nunca estuvo en los planes de Matt y Ross Duffer, pero llega un punto en el que cuesta no poner los ojos en blanco ante la conciencia colectiva del grupo de adolescentes que saca conclusiones en simultáneo y completa las frases del otro. O con el experto en código morse que debe dibujar en un papel los puntitos y las rayas para entender el mensaje que acaba de escuchar. Para cerrar el momento bochornoso, los protagonistas pronuncian en voz alta la palabra que acaba de deletrear.

Pequeños intentos de meterse en temas como el racismo y la violencia doméstica quedan opacados por los peinados ridículos, la telekinesis y los códigos secretos, que no son más que ecos de lo mostrado el año anterior. Y no deberíamos confundir familiaridad con falta de sorpresas. Los clichés del género dejan de ser homenajes y se convierten simplemente en clichés.

Pensada para ser maratoneada con urgencia, antes de que las redes sociales cuenten que la vuelta de tuerca es la falta de vuelta de tuerca, Stranger Things 2 parece exigir demasiada nostalgia (de primera mano o by proxy) de los espectadores para funcionar. Netflix debería lanzar las temporadas en agosto.