Desde siempre, las narraciones navideñas encuentran oídos atentos tanto en el público adulto como en el infantil, que escuchan con ansias las intrigas familiares o, simplemente, los vaivenes de un mundo que sigue su curso. En estas fechas, muchas compañías de ballet montan una clásica puesta de fantasía: El cascanueces fue una adaptación a ballet de Tchaikovsky, a partir del popular cuento “El cascanueces y el rey de los ratones”, del escritor prusiano ETA Hoffmann, que fundó una verdadera tradición literaria e inspiró varias piezas de ballet –como Coppélia, que se apoyó en su magnífico cuento “El hombre de arena”–. La versión de Tchaikovsky, un ballet en dos actos, se estrenó en la Rusia de fines del siglo XX, y se convirtió en la última obra de su trilogía, junto con El lago de los cines y La bella durmiente.

El cascanueces narra la historia de Clara, una niña que recibe de regalo un muñeco de madera, con el que comienza a fantasear grandes aventuras y a conocer un mundo desconocido poblado de marionetas. Así es como ella y su muñeco deben defenderse del ataque del Rey de los Ratones, viajan al País de las Golosinas y recorren el fantástico Reino de las Nieves.

La versión que se estrenó el jueves por el Ballet Nacional del SODRE (BNS) estuvo a cargo de la bailarina argentina Silvia Bazilis, que ya lo había coreografiado para la compañía en 2011, a pedido de Julio Bocca. A modo de despedida, el ciclo de Bocca al frente del BNS se cierra, justamente, con un nuevo montaje de uno de los ballets más populares, y después de un ciclo que contó con varias giras internacionales, 38 producciones y más de 670 funciones.

Bazilis se formó en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, y entre 1977 y 1994 se convirtió en la primera bailarina del teatro y protagonizó la mayoría de las grandes producciones, entre las que contó como partenaires a referentes como Julio Bocca y el ruso Aleksandr Godunov. En 2011 dirigió la propuesta coreográfica de El cascanueces, y tres años después, junto con Raúl Candal, montó su propia versión de Don Quijote, también para el BNS.

Luego de un ensayo, conversamos con la bailarina y coreógrafa sobre esta nueva versión, y una propuesta que se aleja de lo inquietante y macabro para construir un universo de ensueño y fantasía.

¿Cómo surgió la posibilidad de que en 2011 estrenaras tu primera coreografía para una compañía oficial?

Cuando Julio todavía no estaba en Uruguay y tenía su propia compañía en Argentina, siempre me decía que tenía que poner El cascanueces, y yo nunca había trabajado con una compañía oficial. En ese sentido él tuvo más fe en mí que yo misma; no en lo que tiene que ver con montar coreografías, que siempre me gustó, sino de trabajar en un ballet completo, y de dos actos. Así que fue por insistencia. Él se vino en 2010, mientras a lo largo del año yo montaba la coreografía junto con una asistente [Cristina Ibáñez], nos vinimos a Montevideo en octubre [del año siguiente] y en diciembre ya estrenamos.

¿Cómo vivís este tipo de procesos?

Es un proceso arduo porque la historia siempre es la misma; lo que varía es la coreografía. Es como un pequeño rompecabezas que uno debe ir completando de a poco. Porque cada pieza es un número de la coreografía, después vienen la mímica y la unión de todos los fragmentos, que ya se convierte en la narración de la historia.

Yendo a la puesta, ¿cómo definirías la propuesta coreográfica?

Tuvimos la idea de hacer un Cascanueces dirigido a un público infantil, y como es un ballet, también implica al público adulto. Hay versiones que apuntan más a lo siniestro, o más oscuras, y esta es atractiva para los niños. El cuerpo de los ratones, por ejemplo, que en algunas versiones son macabros, acá son gorditos y cómicos, por lo que vuelven la puesta más dulce, más lúdica. Te diría que la propuesta coreográfica es contar el cuento. Después, a cada coreógrafo y bailarín se le pueden ocurrir distintos pasos. Lo que cambia son los pasos; el relleno. Y aunque se dirija más al público infantil, también está presente el mundo de Hoffmann: aunque cambie el vestuario y el enfoque, la anécdota se cuenta del mismo modo.

¿Hay alguna variante respecto del montaje de 2011?

Casi no hay variantes. Sí hay algunas cosas nuevas, porque en 2011 el teatro no contaba con todos los talleres funcionando, todo estaba muy diseminado. Y de alguna manera fue hecho de forma muy casera, trayendo las telas de Argentina, por ejemplo, porque hacía mucho tiempo que no se hacía una producción en el SODRE, y por eso también los talleres estaban parados o funcionando en otros sitios. El tema era cómo hacer tutús nuevos, y cómo se fabricaban ahora. Fue complejo pero muy lindo, porque todos aportaron. Después llegó la tecnología, porque ni siquiera teníamos esta sala de ensayo, trabajábamos sólo en la Hugo Balzo. Y de hecho la compañía cada vez fue creciendo más. Algunos de los bailarines que trabajaron en 2011 tal vez no eran tan jóvenes, y a lo mejor no tenían el nivel técnico de los actuales, pero aportaron su experiencia artística, y por eso el resultado también fue muy bueno.

En ese sentido, ¿cuál dirías que fue el principal aporte de Bocca?

Le volvió a dar vida a algo que estaba muerto por todo lo que había sufrido. Tanto el ballet como el teatro del SODRE. Lo renovó, lo sacó fuera del país, generó que el BNS sea reconocido en todo el mundo, por eso se dieron las giras que hicieron este año, además de las invitaciones. Eso es obra suya en exclusiva.

Las funciones en el Auditorio Nacional del SODRE (Mercedes y Andes) son a las 20.00, salvo mañana, que habrá una función especial a las 11.00, a beneficio del hospital Pereira Rossell. La musicalización estará a cargo de la Orquesta Juvenil del SODRE, con la dirección de Ariel Britos.