Lo habría patentado una química inglesa, Catherine Hettinge, a principios de los 90. O bien porque sufría una enfermedad muscular, o bien porque quería ayudar a que los jóvenes descargaran energía (las versiones difieren). Lo cierto es que en este cuarto de siglo los fidget spinners estuvieron al acecho, esperando su momento. Hasta este año. Hasta este mes. Ahora están en todas partes. En Alaska y en la Patagonia. En China, donde los fabrican, en Europa, y acá también. En los shoppings, en las ferias, en tiendas online. Los hay de decenas de variedades y precios. Desde 150 a 2.000 pesos. Con dos puntas, con tres, con cinco. Con luces. Con pesas. Con colores. Ah, pero ¿qué es un fidget spinner?
Básicamente, un rulemán con aletas. La idea es ponerlo a girar y... mirarlo. O animarse a hacer piruetas. Se dice que es de gran ayuda para pequeños con déficit atencional o para aquellos que simplemente no pueden estar quietos. Fidgeting es, justamente, el movimiento permanente. El del jugador o el del juego, no importa. El asunto es moverlo entre los dedos y divertirse. Pasarlo de una mano a otra, insertarle una lapicera para hacer un supertrompo, mantenerlo en equilibrio sobre la punta de la nariz. Las posibilidades son muchas y los niños y preadolescentes lo entendieron rápidamente. Algunos hacen equipos: “En un torneo que va a haber en mi escuela habrá que hacer trucos”, dice Roque, de ocho años. Otros no esperan al recreo.
Por eso, ya hay quejas de maestros. Porque a diferencia de otros juguetes que ayudan a combatir la hiperactividad, el fidget spinner no se maneja con disimulo y puede distorsionar la necesaria calma del salón. No ayuda a concentrarse, más bien distrae, dicen sus críticos. Que son especialistas médicos. Pero el fidget spinner sigue girando. Y se multiplica. Y se transforma en más de 300 apps distintas para celulares. Y ahí se pierde, porque si algo es el fidget spinner posta es una señal de que lo físico sigue primando. Que por más realidad virtual y maratones frente a la pantalla y toneladas de videojuegos, siempre retorna lo básico. Eso que el año pasado era el desafío de la botella, que antes había sido el cubo Rubik (que ha vuelto), que antes fue el yo-yo, que antes fue el balero. Todo lo que cuando no hay espacio para una pelota o para correr se descarga con las manos.
Hettinge no pudo mantener su patente al día y la perdió. Se calcula que hay 100 millones de sus invenciones rotando en el planeta. Ella dice que igual está contenta. Su juego, además de inofensivo, es inclusivo. Excepto los menores de tres, que pueden lastimarse, se abre a todos. Y empareja: los habilidosos con las extremidades pueden no serlo tanto con la punta de los dedos. Los veloces en la carrera pueden no tener tanta imaginación para crear pruebas nuevas. O sí. “Spinner” quiere decir “giratorio”. Volver, dar de nuevo.