En 1983, Banda Oriental reeditó La ciudad, la primera novela de Mario Levrero (1940-2004), publicada originalmente en 1970. En 1991 pasó lo mismo con El lugar, que había sido publicada una década antes en España. Y en 2012, la editorial uruguaya publicó Carros de fuego, que a su vez era un reordenamiento de Los carros de fuego, publicado en 2003 por Trilce. Tanta fecha puede confundir, pero hay un poco más: en realidad, Carros de fuego es una antología que reúne textos tempranos de Levrero (como algunos que aparecieron en La máquina de pensar en Gladys, su primer volumen de cuentos, de 1970), otros de su producción intermedia y otros, como el que presta el título al volumen, escritos en sus últimos años.

Como muestra de Levrero es casi inmejorable, porque da cuenta de los distintos registros –el surrealista, el metafísico, el lúdico– que en cuentos y otras formas breves manejó de manera más laxa, más de ida y vuelta que en su producción novelística “seria”, que siguió más bien una flecha desde lo kafkiano a lo autorreferente. Acá no: las primeras personas no están siempre obsesionadas consigo mismas, hay aire, hay guiñadas. Una casi inmejorable entrada a Levrero, en todo caso.