“Pero profesora, hoy nadie lee La colmena”, le dijo el librero de usados a la académica Beatriz Végh, que buscaba un ejemplar un poco más liviano que el volumen aumentado que acaba de editar la Real Academia Española (RAE) mediante Penguin Random House. Végh precisaba una versión portátil para preparar su ponencia en la presentación oficial de esa edición conmemorativa, que tuvo lugar el jueves en la sede de la Academia Nacional de Letras.

Confrontar una edición barata de La colmena, como aquella de Bruguera con tapa amarilla, y esta que acaba de aparecer, puede deparar varias sorpresas, porque la peripecia de la novela está dominada por un juego límite con la censura que determinó la aparición de distintas versiones. La original, de 1951, fue publicada en Argentina, y no en España, donde residía el coruñés Cela. No es que el escritor fuera perseguido por el régimen franquista, pero la novela, que retrata el ambiente posterior a la Guerra Civil en tono experimental, no convencía a las autoridades.

Tuvieron que pasar varios años hasta que, en 1954, se autorizara la publicación en la tierra de Cela. “La censura fue un motor siempre en marcha en la máquina de escribir de La colmena, desde el 1945 de su presentación-lectura en Madrid hasta lo que él llamó edición definitiva en 1962, y que sirvió, de ahí en más, para unificar el texto de las siguientes ediciones. Pero hay cinco versiones distintas entre 1945 y 1951, y la censura peronista suprimió fragmentos (léxico sexual, sobre todo; la escena de lesbianismo en uno de los burdeles, por ejemplo, que fue también censurada por el franquismo, que tachaba además lo ‘malsonante’ y ‘lo escatológico’”, dice Végh).

Las ediciones conmemorativas de la RAE —las hubo dedicadas a Don Quijote de la Mancha, Cien años de soledad, La ciudad y los perros, entre otras obras— suelen ofrecer, además de cuidadas versiones del texto homenajeado, una serie de estudios a cargo de expertos (pero no necesariamente dirigidos a especialistas). Esta no es la excepción: Darío Villanueva repasa la génesis de la novela, y también se ocupa de su estilo fragmentario y coral, que supuso toda una ruptura en la narrativa producida en la península ibérica. Se trata, fríamente, de más de 200 entradas en las que se muestra la vida cotidiana de alrededor de 300 personajes. El artículo de Camilo José Cela (hijo) deja claro desde el título, “Hablando de mi melliza”, que se ocupa de la génesis de la novela, cuya primera lectura coincidió con su nacimiento, y brinda varios detalles biográficos.

“Cela y el léxico español”, de Pedro Álvarez de Miranda, da cuenta de la afición del Nobel de Literatura de 1989 por registrar la oralidad y las particularidades de la lengua en su variante peninsular (y también de la de otras partes, como Venezuela), un poco como hizo Adolfo Bioy Casares con el habla rioplatense. En “La construcción simbólica de La colmena”, Jorge Urrutia compara la novela con algunas parientas en lo estructural, como Manhattan Transfer, de John Dos Passos, o El aplazamiento, de Jean-Paul Sartre. Además de otras lecturas y aportes sobre aspectos de La colmena, entre los que está el sutil humor de Cela, esta edición homenaje trae facsímiles de borradores de la obra y varios anexos, que incluyen inéditos, sobre las diferencias entre las distintas ediciones.

Entre las particularidades que se pueden descubrir en una mirada atenta a La colmena está el hecho de que aparece una prostituta argentina a la que se le llama “la Uruguaya”. Sobre el por qué de tal desfasaje especuló Végh el jueves, y de paso refutó la sentencia del librero: La colmena se lee, sea en ediciones de 90 pesos o en esta, de 490. Pero sobre todo, debe leerse.