Es raro que no haya algún Cuneo en las paredes del Museo Nacional de Artes Visuales. Es de esos tesoros de la pintura uruguaya –junto a Sáez, Barradas, Torres, Espínola Gómez– de los que el museo puede y debe jactarse de poseer. Lo que sí es excepcional es la posibilidad de encontrarse con una habitación llena de Cuneos, como ocurre desde ayer en la sala 5, el segundo piso del museo.

Ordenada temáticamente, la muestra recorre distintos momentos, o distintos sectores de la obra de José Cuneo Perinetti (1877-1977). Al entrar, si se recorre de izquierda a derecha, uno se topa con las pinturas tempranas: el descubrimiento del paisaje, los retratos planistas. Después, aparecen los primeros parajes de Florida, los que pinta luego del regreso de su tercer y prolongado viaje a Europa en 1927, esta vez ya con una beca estatal para perfeccionarse; son los rancheríos de colores terrosos y cielos expresionistas, encerrados en una visión de “gran angular”. Están las hondonadas y está la potencia expresiva, y ya casi las lunas, que aparecen en la pared de la derecha. Si es innegable que son esos astros ominosos, agigantados, los que primero acuden cuando se piensa en Cuneo, no es menos cierto que, después de contemplar su obra, suele ocurrir que es alguna especialmente amenazante la que recuerda a Cúneo. Más adelante en el recorrido aparecen sus acuarelas camperas, más livianas y, hacia el final, sus incursiones en el campo abstracto, que firmaba con el apellido materno.

Son estilos distintos, pero “uno ve que es el mismo artista, el mismo clima, la misma atmósfera”, dice el ex presidente Julio María Sanguinetti, que fue abogado y amigo de Cuneo, medio siglo mayor. En todo caso, es una obra vasta, de la que el museo posee una porción importante: si bien Cuneo logró colocar buena parte de su producción artística en galerías, más tarde recibió una renta vitalicia del Estado, lo que permitió que los museos públicos también la acumularan sostenidamente. Por eso, para la curadora de esta muestra, la historiadora Raquel Pereda (quien hace tres años publicó un libro con la correspondencia recibida por el pintor), el trabajo de selección, aunque haya involucrado únicamente el archivo del museo, “fue enorme”.

“Si se dedica a mirar en profundidad la obra se ve que en rancho y luna hay una expresión muy profunda de la realidad nacional. Es sorprendente y de una originalidad muy grande. Cuneo no se parece a nadie, se parece a sí mismo”, dice Pereda.

Cuneo: la pintura y el más allá fue inaugurada este fin de semana y estará montada hasta el 17 de setiembre. Los que vayan, además de admirar esta muestra, pueden aprovechar para comparar la producción tardía, no figurativa del maestro, con la de los otros abstraccionistas más jóvenes que se exhibe en el espacio contiguo. En la sala de Cuneo, mientras tanto, los espera el más allá, el cielo pesado que, en uno de los cuadros, finalmente cae sobre el solitario habitante en forma de rayo.